miércoles, 23 de noviembre de 2022

Los lazos con el más allá: ¿sugestión o realidad?



"A mi noviembre se me da bien", escuché de un sabio sacerdote, con profunda piedad teológica. Quería decir que le gustaba el mes dedicado a los difuntos, que rezaba con más facilidad. Se sentía conectado, se sabía conectado. Acudía a la intercesión de aquellos que nos han dejado y descansan en paz, se acogía a ellos, pedía por ellos, tenía trato con ellos. Todo a la vez. No lo decía por dárselas de bueno, qué va, solo quería compartir una experiencia, con un toque de ingenua humildad. No sé si es gracias a él, pero me atrevería a decir que, a mí, noviembre, tampoco se me da mal.

Noviembre comienza con el cambio de hora, que, para lo único que sirve, digo yo, es para que se apague antes la luz del día, y eso nos ayuda a recogernos, también interiormente. Además, siguen cayendo las hojas, declinan los ciclos vitales, nos recuerda que un día nosotros también nos apagaremos... Pronto llega el Black Friday, Thanksgiving Day, y se encienden las luces, llega el Adviento y la Navidad. Diciembre es un mes precioso, está claro, pero tiene más jolgorio: noviembre es un mes más espiritual. El otro día vi de nuevo, con unos sobrinos pequeños, algunas escenas de la película de animación Coco (2017). Los niños se quedaban atrapados con el magnetismo del colorido y la música, no se asustaban con las calaveras, huesos y esqueletos, y nada se cuestionaban sobre el argumento: unos están vivos, otros están muertos, unos están en el lado de los vivos, algunos se mueven entre un lado y otro. Está claro, es fácil de entender. Los mayores, por nuestra parte, en noviembre vamos al cementerio, visitamos el lugar donde reposan los restos de las personas que amamos y murieron. Nos sentimos conectados, hay lazos que nos unen.

Yo tengo una lista muy mía en la que, desde hace diez o doce años, voy apuntando personas de mi entorno cercano que fallecen, con las que he vivido, o a las que he admirado, o personas de las que me han hablado, aunque no las haya conocido personalmente. Primero están mis padres, claro está, y mis abuelos, muy presentes en mi infancia, y algunos tíos que nos han dejado. También algunos profesores que me marcaron. Está el doctor Cervera, que me guio en mis inicios en la psiquiatría y dirigió mi tesis doctoral, así como Ignacio Landecho, compañero de trabajo, muy querido, se lo llevó un cáncer dejándonos con un profundo dolor y vacío, primero a su familia. Otras personas referencia, de esos que dedican su vida a sostener a otros, como don Miguel, vitalista y amigo, que hacía la vida más fácil, y el bueno de don Claudio. En mi lista también hay pacientes de la consulta, como Paloma, Alberto y Amparo, a quienes he acompañado en sus sufrimientos y en sus alegrías, hemos vivido mucho juntos. Incluyo a padres de amigos y compañeras, que nos van dejando. Está María, colega del hospital de enfrente, que falleció trágicamente el pasado verano junto a su marido, después de haberse dejado la piel en la pandemia, tremendo. Javier y Iago, verdaderos ángeles, adolescente y niño fallecidos, hijos de compañeros de la Universidad, han vivido con limitaciones o enfermedad desde el nacimiento siendo luz. Y tantos otros, tendré ahora a más de cien. Son amigos en el más allá. Los recuerdo, rezo por ellos, les pido cosas, les trato. Todo a la vez. La verdad es que yo no tengo dudas, pero alguno se podría preguntar: ¿tiene sentido esto que hago? ¿de verdad hay lazos que nos unen? ¿qué son esos lazos?

Cuando muere una persona querida sentimos un desgarro, lo notamos físicamente. También palpamos esa fuerza al observar la intensidad del vínculo de la madre con el hijo, lo explican las teorías del apego: qué importante es el contacto físico madre-hijo en las primeras etapas del desarrollo, piel con piel, base de nuestra seguridad posterior y de nuestro situarnos en el mundo. Soy médico, soy psiquiatra, no nos es difícil explicar esa fuerza, en gran medida, desde el conocimiento que tenemos de la fisiología y la psicología, muy arraigada en el cuerpo. Los lazos con los vivos son sensopercepción, sistema nervioso, hormonas. Los lazos con los muertos son memoria y emoción, controlados ambos desde la misma zona del cerebro, el hipocampo. Ya está. El lazo que nos une con los que murieron sería entonces un recuerdo y una reacción emocional que durará más o menos, pero se apagará. Tendemos a explicar la realidad con lo que tocamos, así somos. Pero, ¿y si hay algo más?

¿De qué manera pueden estar más unidas dos personas? Estamos de acuerdo en que el contacto frecuente es importante, nos hablamos, pensamos el uno en el otro. Y estamos cerca siempre que podemos. Parece que, lo más unidos que podemos estar es cuando nos tocamos, el abrazo, el beso, la unión sexual, la posesión corporal mutua. Sin duda esto supone mucha cercanía, pero sabemos que no es necesariamente ni cercanía ni la mayor unión. Conocemos de sobra formas de contacto y posesión, con abuso y maltrato, que nada tienen de unión.

Vamos a verlo de otra manera, que puede suponer un salto, pero que tiene sentido y continuidad con el argumento. ¿De qué manera una persona puede estar más unida con Dios? Tendemos a pensar igualmente que es a través del contacto físico. "Te comería si pudiera", le diríamos a alguien a quien a amamos, y resulta que Dios se hace alimento en la Eucaristía, de manera que la comunión sacramental, es una manera de unirse con Dios muy radical, nos lo comemos, lo digerimos, lo asimilamos en nuestro organismo. Muy fuerte, sí, pero tampoco está claro que comulgar sea la manera más intensa de unirse con Dios. La unión más profunda tiene que ser, por fuerza, de naturaleza espiritual. De hecho, cuando no podemos recibir la comunión sacramental se nos recomienda la oración de la comunión espiritual, y lo hacemos como si fuera un sustituto. Pero en realidad, es la unión espiritual la más profunda, mientras que la comunión eucarística es signo de la unión espiritual. Y lo mismo pasa entre dos personas: la unión más intensa tiene que ser necesariamente espiritual. Esto nos dice algo de cómo debe ser la vida en el más allá, y la naturaleza de los lazos cuando alguien muere.

La de veces que me acuerdo de mis padres, ya te digo. Quizá más desde que falleció mi madre. Supongo que, cuando murió mi padre, mi madre seguía manteniendo la conexión, sosteniéndonos. Pero al morir mi madre, el desgarro se nota más. Claro que me acuerdo de ellos. Ahora llamaría a mi madre, ahora le preguntaría o le contaría esto. También con frecuencia pienso en lo bien que se lo pasaría mi padre en esta situación, o con este aparatito. Pero no están al otro lado del teléfono. "Hay que joderse", es lo que me viene a la cabeza, a la vez que me río. Y es que no están al teléfono... pero están ahí. Sé que están. ¿Dónde están mis padres? Yo lo tengo claro, en el cielo, en el abrazo de Dios. Y como siguen existiendo, eso de los lazos pasa a ser otra cosa. No solo me acuerdo de ellos, sino que también los tengo presentes y puedo... tratarlos. Y alguno se volverá a preguntar: ¿tiene sentido esto que hago?

Me ayudó encontrar el otro día un texto de otro sabio maestro, del teólogo Ratzinger, el papa emérito Benedicto. Se trata de una homilía pronunciada en la fiesta de la Asunción del año 2010. Dice con agudeza: "con el término «cielo» no nos referimos a un lugar cualquiera del universo, a una estrella o a algo parecido. No. Nos referimos a algo mucho mayor y difícil de definir con nuestros limitados conceptos humanos". Y dice también: "todos experimentamos que una persona, cuando muere, sigue subsistiendo de alguna forma en la memoria y en el corazón de quienes la conocieron y amaron. Podríamos decir que en ellos sigue viviendo una parte de esa persona, pero es como una «sombra» porque también esta supervivencia en el corazón de los seres queridos está destinada a terminar. Dios, en cambio, no pasa nunca y todos existimos en virtud de su amor. Existimos porque él nos ama, porque él nos ha pensado y nos ha llamado a la vida. Existimos en los pensamientos y en el amor de Dios. Existimos en toda nuestra realidad, no sólo en nuestra «sombra»". Me gustó, me parecía que daba respuesta a nuestras inquietudes de noviembre. Escribe también Benedicto en su encíclica sobre la Esperanza (Spe Salvi, 2007), citando la carta de San Pablo a los Hebreos, que la fe no es sin más convicción subjetiva: la fe es sustancia de lo que se espera, prueba de lo que no se ve. Cuando morimos, seguimos existiendo, más allá del mero recuerdo.

¿Sugestión o realidad? Tenemos para elegir, pastilla azul o pastilla roja (Matrix, 1999): "Si tomas la pastilla azul, fin de la historia. Despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja, te quedas en el País de las Maravillas y yo te enseñaré hasta dónde llega la madriguera de conejos. Recuerda: lo único que te ofrezco es la verdad." Si quieres explicar todo desde lo que tocamos, los lazos son memoria y afecto, fuertes y arraigados en el cuerpo, durarán un tiempo limitado. No es poco. Si tienes una visión trascendente de la realidad, en la que cabe el espíritu, entonces es posible que permanezcamos. Podría estar mejor. Yo elijo creer. De esto vivo, de esto me alimento. Y es que, a mí, noviembre, se me da bien.


Enrique Aubá, 23 de noviembre de 2022

domingo, 30 de octubre de 2022

Políticamente incorrecta, políticamente... indeseable

Hace unos meses leí un libro que no reconoceré haber leído. He leído "Políticamente indeseable" de Cayetana Álvarez de Toledo. Imagínate, qué vergüenza, qué pensará la gente... Me gusta leer de vez en cuando un ratito en una terraza con un café, y no me he atrevido a bajar este libro, lo he leído enterito en mi habitación... Pero he de reconocer que me lo he pasado bien.

El debate político es interesante. Sin sentirme claramente posicionado, tengo mis filias y más definidas aún algunas fobias. Siempre me han atraído las campañas y las tertulias políticas, desde que me enganché en las elecciones de 1993. En la pandemia me lo he pasado bien con algunos vídeos de intervenciones de Cayetana, como también me han divertido intervenciones de Pablo Iglesias, de Ayuso, o de Rocío Monasterio, todo hay que decirlo.

Historiadora y periodista, tras ser diputada, Cayetana está en "primera línea" política entre marzo de 2019 y agosto de 2020. Unos meses como cabeza de lista del Partido Popular en Barcelona, después como portavoz de su partido en el Congreso de los Diputados desde verano de 2019 hasta que es destituida en el verano de 2020. En este año y medio de "primera línea" coinciden muchos acontecimientos jugosos: Pedro Sánchez había sido elegido presidente del gobierno en junio de 2018, y el mismo mes se había dado por finalizado el "155" a Cataluña; tras las elecciones de noviembre de 2019, Pablo Iglesias es nombrado vicepresidente del gobierno; en noviembre de 2019 Albert Rivera deja la vida política y la presidencia de Ciudadanos; en abril de 2019 Vox obtiene por primera vez representación en el Congreso de los Diputados; en marzo de 2020 tenemos una pandemia de consecuencias arrolladoras; Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid desde agosto de 2019, se convierte en el azote del gobierno. Todo esto y mucho más durante el año y medio de Cayetana que se recoge en su libro. Si además, en marzo de 2022 es destituido Pablo Casado, quien había fulminado a Cayetana, entonces el interés se multiplica.

Cualquiera que me conozca un poco sabrá que, a priori, Cayetana no puede ser santo de mi devoción. Quizá me gusten el 50% de las cosas que dice, sin atreverme a decir si tiene o no tiene razón, le estimo intelectualmente y no tengo capacidad de criticar con fundamento cosas que no me gustan. Pero de lo que estoy seguro es de que me lo paso bien escuchándole, aprendo. Y lo que más me gusta, es su coraje. Para algunos será más bien impertinencia, para otros narcisismo, o quizá simplemente agresividad. Probablemente haya un poco de todo. Es articulada y sofisticada. Es polémica, idealista, enérgica, no rehúye la confrontación. No soporta la mediocridad, y en un contexto en el que la mediocridad es la norma, Cayetana desacredita a casi todos, salvo a los pocos que idolatra. Se presenta así algo altiva, distante, prepotente. Quizá solo sea ingenuidad. No se casa con nadie, ni con su propio partido, y en este sentido es una suicida. Es incómoda e indomable. Pero también hay valentía en Cayetana, sin duda. Y es una mujer libre.

Es grato encontrarse con una persona que dice lo que piensa y como lo piensa. He leído a Cayetana y me lo he pasado muy bien. Me he saltado páginas cuando me parecía que se repetía, o cuando entraba en detalles que no iba a ser capaz de valorar. Pensaba que quizá me haría daño leerle, creo que no, pero quién sabe. Es como que te entran ganas de decir las cosas sin filtro, sin rodeos. Ojalá podamos decir lo que pensamos, y no dejarnos callar por lo que se supone que todos debemos pensar.


Enrique Aubá, 30 de octubre de 2022


Copio algunas frases de Cayetana, brillantes, sugerentes o divertidas:

La identidad es la gasolina del separatismo y el separatismo es la identidad de nuestro tiempo.

Nada es más fácil que subrayar lo que nos distingue y distancia de otros hombres. Pero nada hay más decente ni más útil ni más emocionante que buscar lo que nos une. La lucha contra la idolatría identitaria es, en este sentido, también un combate de defensa de la realidad.

(Teniendo en cuenta mi condición de mujer), podrán insultarnos, llamarnos de facha a puta, todo, pero es más difícil que nos peguen. Y yo lo sabía. Con esto no voy a quitarme méritos. ¡¿Quitarme méritos yo?! Soy una persona valiente. Por qué habría de negarlo. Es una de mis pocas virtudes políticas No soy una hábil gestora de sentimientos, propios o ajenos. Me dan pudor. No cultivo esa virtud, tan apreciada hoy en día y en dosis razonables ciertamente útil: la simpatía, que, ojo, no es lo mismo que la empatía, concepto viciado por el culto contemporáneo a los sentimientos y la funesta manía de agradar a todo el mundo. Trabajo con dificultad en equipo. Tiendo a la soledad. Valoro la acción individual más que la colectiva, donde las responsabilidades se confunden y diluyen. Y nada desprecio más que la cobardía. Esa gente timorata, que calcula cada paso, que va por la vida preguntándose "¿Qué dirán?". Quizá por eso no rehuyo el conflicto.

Las mujeres no somos un bloque homogéneo, no todas pensamos lo mismo, no todas sentimos lo mismo, no todas nos identificamos de la misma manera. Si jamás he aceptado que un hombre hable en mi nombre, ¿por qué tengo que aceptar que lo haga una mujer? El hecho de tener ovarios no me convierte en la hermana de Carmen Calvo ni a ella en mi portavoz. No existe el colectivo femenino. Ni siquiera un colectivo feminista: no es lo mismo Katharine Hepburn que Leticia Dolera, ni Malala que Irene Montero.

Yo soy feminista amazónica. Mi feminismo es amazónico.
Cayetana, esto que has dicho del feminismo masónico...
¿Masónico?... ¡Masónico, no! ¡Amazónico! Mi acento argentino... Y amazónico, no por Amazon, eh. Por las Amazonas.

No hay democracia sin derecho a pensar, ni derecho a pensar sin derecho a ofender. A Peterson intentaron expulsarle de la Universidad de Toronto porque se negó a aplicar la ley que impone el uso obligatorio de pronombres neutros para transexuales.

En la defensa de la democracia no hay atajos. El nacionalismo centrífugo no se combate con un nacionalismo centrípeto; el populismo de izquierdas no se combate con un populismo de derechas. La solución a los problemas españoles no es más identidad, sino más libertad.

(Mario Vargas Llosa, tras la destitución de Cayetana como portavoz:) ¡Querídísima Cayetana, tus amigos estamos taaaaaan contentos! ¡Jamás imaginamos que durarías tanto tiempo como portavoz!

Un liberalismo que ha de ser beligerante o no lo será. La defensa del orden liberal exige tenacidad, compromiso, movilización y disposición al sacrificio. Es decir, espíritu combativo.

... solo cuando los políticos digamos en público lo mismo que en privado, solo cuando reconozcamos la degradación de nuestro oficio, sólo cuando nos veamos retratados en el implacable espejo de los hechos...

lunes, 26 de septiembre de 2022

Enfermedad mental y eutanasia

Leí con estremecimiento la carta de Beatriz, "Despedida y Salud mental", en la que nos contaba esbozos de la vida, sufrimiento y fallecimiento por eutanasia de su hermano, tras años de enfermedad mental, trastorno límite de la personalidad en concreto. La carta nos tocó el corazón a todos, incluso se nos pudieron revolver las entrañas, la emoción se disparaba, aquí hay algo existencialmente esencial.

Con elegancia y de manera muy bien escrita, por cierto, era una carta contenida y con discreción, con pudor, y contaba lo imprescindible para transmitir protegiendo una intimidad que queda en la persona y en el círculo más inmediato. Por esto, quienes leemos la carta, tenemos la información justa, no más, lo que nos permite hablar a propósito de la carta pero despegándonos de lo concreto. Y es que esta carta ofrece un testimonio y mucho más.

Personalmente he de reconocer que me da pena el desenlace que se nos cuenta. Soy psiquiatra, convivo con el sufrimiento del que habla, asumiendo que entender y empatizar es distinto de vivir el sufrimiento en sí. Atiendo situaciones difíciles, no me atrevo a decir que similares a la descrita porque no lo conozco, repito, pero creo que siempre hay opciones de tratamiento. Hay alternativas a "pedir" la muerte, hay alternativas a "administrar" la muerte.  No puede ser que nos tengamos que ver abocados al suicidio, al suicidio asistido o a la eutanasia.

Sabemos que hay polémica con el hecho de que, en la Ley de Eutanasia vigente, no se requiera valoración psicopatológica en el protocolo de una persona que pide querer morir, este es un tema. Y más controversia hay aún con la eutanasia en pacientes con enfermedad mental, cuando estamos pelando contra la discriminación, cuando estamos luchando por las mismas oportunidades de vida, y cuando estamos peleando contra el suicidio, sabiendo que la conducta suicida es una manifestación no infrecuente de momentos de la enfermedad mental. Cuando aceptamos, como regla del juego, la posibilidad de decidir morir, al que sufre se le limita la fuerza necesaria para sacar recursos para vivir, por decirlo de una manera simple. De manera paralela, cuando el médico acepta, como regla del juego, la posibilidad de ayudar a morir, entonces no se estruja el cerebro de la manera necesaria para buscar alternativas que ayuden a vivir. La legalización de la eutanasia conlleva una nueva medicina, si es que podemos seguir llamándola así.

En la carta se habla también, con contundencia, quizá demasiada, de carencias del sistema de salud. Entiendo que la vivencia ha sido muy difícil, pero lo que se percibe es una enmienda a la totalidad, y eso tampoco parece justo. Es claro que el sistema sanitario está saturado, lo vivimos y lo vemos en noticias recientes, más aún desde la pandemia. Y es claro también que hay sanitarios cansados, ha sido y está siendo duro. Pero no puedo compartir lo que se apunta de profesionales sin implicación humana, aunque se diga que se trata de algunos, porque se expresa de tal manera que se extiende al colectivo. No trabajo en el sistema público pero me consta que, aun en momentos de fatiga y saturación, la mayoría de los profesionales se dejan la piel y se dedican en cuerpo y alma a los pacientes. Esto no quita para que el sistema de salud deba reforzarse, incluso deba ser repensado, no podemos pedirle lo que no puede dar, nunca llegará a todo: hay que ser creativos en encontrar maneras de sumar brazos, que los hay y muchos.

Más allá de alternativas concretas para cada caso, que siempre hay que explorar concienzudamente, el contexto actual parece apuntar, una vez más, a que la clave está en seguir creciendo socialmente en cultura del cuidado, en seguir construyendo una estructura articulada y flexible de cuidados: profesionales y voluntarios, públicos y privados, de todos los colores, todo suma. Los enfermos, las personas, necesitamos sentirnos queridas, valoradas, cuidadas. Sentir que importamos y siempre somos dignos. Hay muchos determinantes que pueden empujar a una persona a pedir la muerte: el sufrimiento, el dolor, la falta de sentido, ... y otro es la soledad, y la soledad percibida, la falta de cuidado y de sentir que siempre importamos. Cuánto podemos ganar.

En la carta se habla de valentía. No nos queda duda del coraje de Beatriz al compartir el relato familiar con la cabeza bien alta. Mi carta quizá tenga sin más un poco de audacia, dado el contexto, espero que no sea entendida como temeraria. He querido escribir desde el respeto a las personas y de una manera constructiva que aporte al debate que, de hecho, está sobre la mesa.

Enrique Aubá, 13 de septiembre de 2022
Publicada en Diario de Navarra el 19 de septiembre de 2022 ("Otra mirada hacia la salud mental")




miércoles, 7 de septiembre de 2022

Síndrome de agosto perpetuo ("Endless August Syndrome")

Me dice mi amigo Jon: "no soy experto pero te veo con síndrome depresivo post vacacional". Oye, ni de broma, un respeto, nada de eso. Aquí post del año pasado:

https://amigosenelocaso.blogspot.com/2021/09/decalogo-del-sindrome-postvacacional.html

Lo que yo tengo se llama "Síndrome de agosto perpetuo" (Endless August Syndrome), que es distinto. No es sin más prolongado, tampoco es eterno ni infinito. Es sencillamente perpetuo. Esto es serio.

Como todo síndrome, se compone de una agrupación repetitiva de síntomas y signos, que no necesariamente es patológico. En este caso, consiste en una vivencia redundante, una reviviscencia, un revivir agosto contínuamente. Es un movimiento afectivo , una tendencia, una necesidad interior podría decirse. No es tanto por evitar los inconvenientes de septiembre, sino por el puro placer de seguir viviendo como en agosto. Y es que... qué bien se vive en agosto. Si estás de vacaciones, por supuesto, pero eso no hace falta explicarlo. El atractivo de agosto lo notas más si estás trabajando: el teléfono casi no suena, no se te requiere para dieciocho cosas a la vez, haces lo que hay que hacer, y ya. Uno está a lo que está. Oye, qué paz.

El síndrome de agosto perpetuo puede considerarse sencillamente un mecanismo psicológico de defensa, al más puro estilo psicoanalítico, y como enseñaba Freud, puede ser adaptativo o desadaptativo. En la mayoría de los casos no es un trastorno. El que lo vivencia no experimenta ningún sufrimiento, y funciona bien, trabaja mejor en el comienzo de curso. Pero también es cierto que, sin medida, puede distorsionar e interferir, y es que a veces puede conllevar una negación de la realidad, el que lo presenta puede llegar a no reconocer septiembre. Tal cual. No es una alteración del pensamiento propiamente (no es un delirio). Tampoco es un problema de percepción (no es una alucinación). Es más bien una alteración de la conciencia, de la conciencia del tiempo, se trata de un fenómeno disociativo. En los casos graves, se puede acompañar de alteraciones de la conducta, ya sea presentando comportamientos evitativos o incluso manifestaciones agresivas, sobre todo ante aquellos que quieren introducirles en el ritmo de lo que estos talibanes llaman septiembre, concepto que el sujeto con agosto perpetuo tiende a negar. Los casos más graves se acompañan de fenómenos de deja vu, y es que amanecen siempre en agosto. Como en el día de la marmota de "Atrapado en el tiempo" o, más grave aún, como en los movimientos de pinza temporal de "Tenet".

Pero lo dicho: por lo general, el síndrome de agosto perpetuo es placentero y funcional, no nos empeñemos en intentar "ayudar" al que lo padece, que no es un enfermo. De hecho, en la mayoría de los casos no necesita ni psicofármacos ni psicoterapia. Déjale vivir, chico, déjale disfrutar, que hace bien su trabajo, no hace daño a nadie y encima alegra la vida a los demás. Son afortunados de poder prolongar lo bueno. De hecho, quizá tengamos que aprender de este síndrome para vivir durante el año, como aprendemos en otras temporadas festivas. Todo el año puede ser agosto, del mismo modo que para otros todo el año es Navidad, y eso les ayuda a ser mejores personas. Agosto es un estilo de vida. Pues eso.

viernes, 26 de agosto de 2022

Tres (2021): fuera de sincro

 




"Tres" (Juanjo Giménez, 2021), es una película curiosa, y este post, quizá lo sea también un poco. Es una de las que hemos comentado este verano en el cineforum psicopatológico del Departamento de Psiquiatría y Psicología en la Clínica Universidad de Navarra. No es estrictamente "psicopatológica", pero tiene una rareza equilibrada que la hace sugerente.

A la protagonista (Marta Nieto), le sucede de vez en cuando que percibe el sonido con retraso, tal cual. Está "fuera de sincro", desincronizada. Te imaginarás la angustia que acompaña a esta vivencia, sobre todo cuando más desfasada está. Sobre esta idea, el director da varias vueltas de tuerca, y se lo pasa bien. 

La percepción del tiempo está alterada en enfermedades mentales, hay interesante investigación al respecto, aquí un ejemplo de contribución de un colega de los que saben:
Pero la película no trata de esto. Me hizo gracia también que, justo al día siguiente de comentar la película, un paciente me contó que no se sentía bien con un psicofármaco en concreto, porque era como si todos los procesos se enlentecieran, "como si viviera con retardo" me decía expresamente. Una forma interesante de describir un posible efecto secundario. Pero la película tampoco trata de esto.

La película es sencillamente un juego, un ejercicio friki. A mi me ha ayudado a pensar desde otra perspectiva en la salud y en la enfermedad, por analogía. La salud, de alguna manera, es sincronía; la enfermedad y la discapacidad suponen en cierto sentido una falta de sincronía. A veces es como que nos desincronizamos: el cuerpo no sigue a la mente, o la mente no va a la velocidad habitual. O cuando se agota el sistema nervioso y empezamos a tener dolores y disfunciones en cualquier parte del cuerpo. Perdemos el equilibrio de la salud, psicosomática pura. El desarrollo y crecimiento psicológico también puede entenderse en clave de sincronía. La efervescencia e inestabilidad adolescente es un ejemplo claro de falta de sincronía, o puede serlo, con carácter de fase. Sincronía es equilibrio, madurez, esta puede ser otra derivada.

Pero bueno. Si alguna vez te has desincronizado, en el sentido que sea, quizá te sientas identificado. Lo digo con conocimiento de causa. Después de haber visto la película, una colega me decía, riéndose de mí, que me veía un poco "Tres". Y es que este verano he estado algo "fuera de sincro", cosas que pueden pasar. Ya estoy ajustado. Quizá lo cuente otro día. O quizá no, ja.

Marta Nieto está magistral. Si te gusta cómo actúa, te recomiendo que veas "Madre" (Rodrigo Sorogoyen, 2019), película para mi gusto más redonda, más entera. Y más "psicopatológica".


Enrique Aubá, 26 de agosto de 2022


Estas son las películas que hemos comentado en el seminario de este verano 2022:

    Una razón brillante (2017)
    Captain Fantastic (2016)
    Wonder (2017)
    Un amor intranquilo (2021)
    Tres (2021)
    Tenemos que hablar de Kevin (2011)
    4 días (2020)
    CODA (2021)

Y en este post del año pasado están las películas de años previos:
https://amigosenelocaso.blogspot.com/2021/08/cineforum-psicopatologia-clinica.html


domingo, 31 de julio de 2022

Necesito desconectar

Me voy de vacaciones, necesito desconectar. No quiero saber nada de nadie. Si pudiera, me iría a una isla desierta, como la de Supervivientes, pero sin tanto pelma alrededor, por Dios. Hasta el gorro me tienen entre el pesado de mi jefe y las chorradas de la compañera. Ya vale, tengo derecho a desconectar. Que me dejen en paz, por favor.

Cuando sentimos que necesitamos desconectar estamos diciendo que queremos descansar. Y si decimos con tanta facilidad que necesitamos desconectar es porque la desconexión debe ser parte esencial del descanso. Cuando estamos descansados, no se nos pasa por la cabeza la necesidad de desconectar. Pero claro que es necesario desconectar, la conexión nos cansa. 

Lo de la isla desierta no parece fácil, tendremos que buscar alternativas. Tengo amigos que dicen que navegar es una de las mejores maneras para desconectar, pues eso va a ser: un velero, el horizonte, la brisa del mar, agua, sol... el hombre ante la inmensidad, ante la sencillez de la naturaleza. Esto sí que descansa. Pasar horas no pensando en otra cosa más que en si muevo la vela o no la muevo, el timón, y el aperitivo. Y si puede ser como en los anuncios de Dolce & Gabanna, pues mejor. Claro. También desconecta mucho el esquí o la montaña, y otras actividades más o menos sofisticadas que se te pueden ocurrir. Si tenemos oportunidad de hacer alguno de estos planes, los disfrutamos y nos sabemos afortunados, ya sea por una semana, un día o unas horas. Pero se acaba, volvemos al día a día, y el anhelo por desconectar nos hace pensar que estos planes no pueden ser lo único. La necesidad de desconectar no es solo para las vacaciones: es para siempre, para todo el año. Pero como en las vacaciones sentimos la necesidad más en el cuerpo, podemos ejercitarnos y buscar claves para el resto del curso.

Cuando nos ponemos, parece que no es tan fácil desconectar. Incluso parece que quizá hay cosas de las que no se puede desconectar, cosas como los hijos, como otras responsabilidades familiares, y como algunas responsabilidades laborales que no es fácil apartar, en función de nuestro tipo de trabajo. Hay por tanto un punto en el que la desconexión no es posible, y esto nos debe llevar a no sobrevalorar la necesidad de desconexión: para descansar y vivir en equilibrio no es necesaria una desconexión absoluta. Es más, si condicionamos nuestro descanso a momentos extraordinarios de desconexión, entonces no aprendemos a vivir. Anhelamos la desconexión, sí, pero buscamos la desconexión posible.

Pienso que la desconexión al alcance de la mano está principalmente en el uso adecuado de la tecnología y en la búsqueda de espacios de desconexión controlada. Me explico.

Está claro que la tecnología nos trae posibilidades fantásticas, a la vez que nos lleva, de por sí, a una velocidad frenética, a estar en muchos sitios a la vez, y a vivir reaccionando. Esto, por de pronto, genera y potencia estados de ansiedad, al mismo tiempo que nos hace maleducados porque no estamos donde tenemos que estar. El uso adecuado de las tecnologías de comunicación es todavía una tarea pendiente de la sociedad: intuimos que es importante pero no hay suficiente consenso, o falta determinación colectiva. Sí percibimos algunos aspectos claros y distintos. Por ejemplo, no podemos estar contínuamente reaccionando a estímulos que nos llegan, por lo que tenemos que limitar o controlar la entrada de información. Las demandas del exterior entran de hecho sin pedir permiso, y deben entrar cuando yo quiero que entren.

De entrada, puede parecer coyuntural lo del buen uso de la tecnología y el aprendizaje en desconexión, pero no es una cuestión accesoria: es nuclear en nuestra vida psíquica y para nuestra afectividad. La afectividad es la función psíquica que, por decirlo de alguna manera, nos ayuda a interaccionar con el entorno, a adaptarnos, y eso es en gran medida reaccionar. La cosa es que si nos sometemos a un exceso de estímulos, obligamos a nuestro organismo a hiperreaccionar, y entonces, junto con la respuesta controlada voluntariamente, se mezclan otras respuestas automáticas y primitivas no moduladas que están en la base de los trastornos de ansiedad. Así que bonita tarea tenemos por delante. Las mismas herramientas que nos aceleran y dispersan son las que nos ayudan para ejercitarnos en proteger espacios de desconexión en la conexión. Al alcance de la mano.

Es por tanto cuestión de vivir reaccionando o de vivir creando. Reaccionar y crear son fuerzas motivacionales distintas que nos empujan y se superponen, pero debemos fomentar la dimensión más propiamente humana, la creativa, frente a la más animal, común con psiquismos más básicos, que es la reacción. También me gusta verlo en clave de convergencia o divergencia: trabajar reaccionando hace que nuestro proceso de pensamiento se contraiga en lo concreto, y debe ser equilibrado con dinámicas de apertura de pensamiento. Cuando generamos espacios en los que no estamos contínuamente reaccionando, ganamos en serenidad, en interioridad, y desde ahí, aumenta nuestra capacidad creativa. ¿Has probado a estar ratos "desconectado"? Te sorprenderás, no es tan sencillo, aunque no tengas un problema especial de adicción. ¿Y si me están requiriendo y no me entero? ¿Y si es superimportante? Hemos adquirido el mal hábito de emplear los deliciosos momentos muertos que tiene cada día para conectarnos, para ver qué nos ha llegado o qué se cuece en las redes. Prueba: no te conectes y disfruta del momento. ¿Y qué hago entonces? Respira. Piensa. Reza si quieres. Camina. Contempla. Y te sorprenderás de las cosas que se te ocurren. Es la inspiración, que solo aparece en el silencio interior, en el recogimiento.

No hace falta condicionar el descanso a modos de desconexión que no están a nuestro alcance. Se trata de proteger y disfrutar de pequeños espacios de desconexión.Tiempos sin reaccionar a lo que viene de fuera, a lo que nos invade sin pedir permiso. Desconectar del exceso y de lo tóxico, y conectar con lo que queremos estar conectados. Desconectar de lo que nos hace vivir en otro lugar y en otro momento que no sea aquí y ahora. Vivir en desconexión relativa y decidir en qué momentos nos conectamos.

Vale, me gusta. Pero oye: esto... ¿cómo se hace en concreto? Dame pautas. ¡¡¡Aaaaaahhhh!!! ¡¡¡Socorro!!!!


Enrique Aubá, 31 de julio de 2022

lunes, 13 de junio de 2022

CODA: los sonidos del silencio

 




CODA (Sian Heder, 2021), es una de las películas del año, sin duda. CODA: Children Of Deaf Adults, "hijos de adultos sordos". Quizá sea verdad que es una película pequeña, vale: es un remake de la película francesa, "La familia Bélier" (Eric Lartigau, 2014), y es todo una Feel-Good Movie con aire de serie B. Podemos discutir si se merecía o no los tres premios Óscar que ganó, de acuerdo. Pero  es preciosa, no dejes de verla, o vuelve a verla.

Una familia de sordos en la que una hija adolescente, Ruby, oye y habla. Tiene una familia unida, que se quiere, y ella desempeña de hecho el papel de traductora e intérprete, un rol que marca su identidad. En plena transición a la vida adulta, quiere crecer, desarrollar talentos, quiere ser ella, pero no es fácil dar pasos sin que se tensione el equilibrio familiar. "Yo nunca he hecho nada sin mi familia". Además, quiere cantar, lo que no deja de tener su gracia siendo una familia de sordos. "Me he apuntado al coro. Me gusta cantar". Le dice a su madre, que le mira riéndose: "Eres joven. Si yo fuera ciega, ¿te gustaría pintar?".

La película nos acerca al mundo de personas con discapacidad auditiva, nos ayuda a entender mejor el aislamiento contra el que deben luchar, a la vez que muestra toda la riqueza interior y de relaciones que tienen, como todas las personas, aunque de otra manera. Nos enseña así que hay muchas formas de comunicarse más allá de la palabra hablada, es un alarde de modalidades sensoriales y gestualidad, expresividad, música, lenguaje de signos, silencios. La película tiene algunas bromas y diálogos en torno a la sexualidad que uno percibe que no están de más, como sin embargo sí sucede en algunas películas: está hablando de expresión y comunicación a través de la corporalidad en el contexto de una discapacidad sensorial.

Tiene diálogos en silencio que emocionan: "Cuando naciste en el hospital, te hicieron una prueba de audición.. allí estabas, tan pequeñita, tan dulce... llena de electrodos por todo el cuerpo... y yo..  recé para que hubieras nacido sorda. Cuando me dijeron que oías... el corazón me dió un vuelco... ¡me preocupaba que no conectáramos!...como yo y mi madre, no estábamos unidas. Creía que te fallaría, que ser sorda me convertiría en una mala madre. Pero sinceramente, me alegro de que sepas quién eres". Interesante ejemplo del papel de los vínculos, del papel del apego.

En un momento social de desestructuración y deconstrucción familiar, CODA nos cuenta una historia con la que todos sintonizamos , escenas de la vida de una adolescente en proceso de maduración en una familia con referencias, con anclajes. Se puede crecer con rumbo o sin él.  Podemos saber dónde está el norte y elegir hacia dónde ir, o podemos no saber ni dónde estamos. Pero no da igual. CODA es una luz que brilla en la oscuridad. Cuando la oscuridad y la confusión pasan a ser la norma, los puntos de luz contrastan más. Lo vamos a ir viendo.


Enrique Aubá, 13 de junio de 2022

viernes, 3 de junio de 2022

Las reglas del juego














Quien pone reglas al juego,
se engaña si dice que es jugador:
lo que le mueve es el miedo
de que se sepa que nunca jugó.

Desde hace años, resuenan periódicamente en mi interior estos versos de Aute ("De paso"), aunque con un sentido distinto del que supongo que pretendía, más de crítica política. A mi me dan luz en momentos de dificultades, tanto para mi como para ayudar a otros.

El juego tiene reglas. Los juegos de cartas, tienen sus reglas; los videojuegos, tienen sus reglas; el fútbol, tiene sus reglas.

Todos conocemos a personas que optan por no jugar. El que se "pica" porque no le salen las cartas que desea, y deja tirados a los otros con la baraja y el tapete.  El que se enfada a mitad de partido y se va con el balón, para cabreo de todos, aunque lo había traído él. El que desenchufa la consola porque no avanza fluido en las pantallas del videojuego. Como apunta Aute, no son verdaderos jugadores.

La vida también es un juego. El juego de la vida tiene sus reglas. El objetivo del juego es el amor, y la alegría y la paz, frutos relacionados. Para avanzar en el juego, hay que ir creciendo, superando obstáculos y dificultades: miedos, sufrimientos, limitaciones, pérdidas, enfermedades. En el juego, no estamos solos: nos apoyamos, caminamos juntos, ayudamos, creamos vínculos. Lazos que permanecen. Ataduras que nos ayudan a avanzar entre el miedo y el valor, entre la tristeza y el gozo, entre el placer y el dolor. Nos sostenemos unos a otros. Nos importamos.

El suicidio no es una opción, es no querer jugar. Luchamos socialmente contra el suicidio, intentamos ayudar a las personas que se sienten ofuscadas y se ven como en un callejón sin salida. Tienen que saber que no están solos, que la vida no es del negro que perciben, que hay alternativas.

El suicidio asistido y la eutanasia, tampoco son opciones. Permitirlos es admitir la posibilidad de no jugar como otra regla del juego, contradictorio en sí mismo. Lo vemos en la consulta, lo vemos en la calle. El que sufre anhela afecto, empatía, alivio, comprensión. Cuando se acepta la posibilidad de no jugar, entonces se hace menos por sacar ese aliento, esa energía, esa esperanza necesaria para seguir jugando.

Vivamos. Amemos. No vale no jugar.

Enrique Aubá, 3 de junio de 2022

domingo, 29 de mayo de 2022

Juramento Hipocrático



Ayer leí e hice mío de nuevo el Juramento Hipocrático. Es conocido que hay distintas versiones, traducciones y adaptaciones. Ésta me encantó. Lo copio para poder releerlo de vez en cuando. Y para el que le interese, no tiene desperdicio:

Juro en la presencia del Todopoderoso, y delante de mi familia, mis maestros y mis colegas que, según mi capacidad y mi juicio, guardaré este Juramento y cada una de sus Cláusulas.

Tendré a todos los que me han enseñado el arte médico el AFECTO les debo; y con su mismo espíritu y entrega, impartiré a otros el conocimiento de la Medicina.

Con diligencia, me mantendré al día de los AVANCES de la Medicina. Sin discriminación y en la medida en que ello no ponga en peligro la atención que debo a mis otros pacientes, trataré a todos los que soliciten mis servicios;  y cuando así lo requiera el bien de mis pacientes, buscaré el consejo de colegas más competentes.

Seguiré el método de tratamiento que, según mi capacidad y juicio, me parezca el mejor para BENEFICIO de mi paciente, y me abstendré de toda acción dañosa o malintencionada.

Tendré el máximo respeto a toda VIDA HUMANA desde el momento de la fecundación hasta el de la muerte natural. Rechazaré el aborto, que destruye intencionadamente una existencia humana, única e irrepetible. Nunca prescribiré ni administraré a ningún paciente, aun cuando me lo pidiere, una medicina en dosis letal, y nunca aconsejaré cosa semejante. Nunca haré nada, por acción u omisión, con el propósito directo y deliberado de acabar con una vida humana. No prolongaré la agonía del moribundo con tratamientos inutiles y obstinados. Por el contrario, procuraré aliviar sus sufrimientos, administrándole, con competencia y humanidad, los remedios de la medicina paliativa.

Viviré y ejerceré siempre mi arte con pureza y RECTITUD. A no ser que sea necesario por la urgencia extrema de la situación, nunca trataré a mis pacientes sin su CONSENTIMIENTO informado o el de quien los represente. Y lo mismo haré cuando investigue sobre seres humanos.  A cualquier lugar al que vaya a atender a mis pacientes, iré para su beneficio , me abstendré de toda acción voluntaria maliciosa o abusiva, y jamás seduciré a ningún paciente.

Todo lo que dentro de mi práctica profesional o fuera de ella, pueda ver u oír de la vida de mis pacientes y que no deba ser divulgado, no lo diré a nadie, consciente de que de todo ello deberé guardar SECRETO.

Mientras guarde inviolado este Juramento, que se me conceda disfrutar de vida, y practicar el arte y la ciencia de la Medicina con la bendición del Todopoderoso y con el respeto de mis colegas y de la sociedad. Pero si quebrantara y violara este Juramento, que lo contrario sea mi destino.


Enrique Aubá, 29 de mayo de 2022



lunes, 18 de abril de 2022

Publicidad en Semana Santa

Ha sido maravilloso sentir cómo esta Semana Santa nos hemos movido con libertad, recuperando la vieja normalidad. Unos a ver procesiones, otros a la playa o a la montaña. Escapadas rápidas a otros países, mucho turismo nacional. Sin mascarillas por las calles, respirando profundo, relajados.

El sábado, día tranquilo, dediqué un rato a empaparme de prensa. Muchos se han molestado –yo también– con la desafortunada campaña de Burger King, que ha tenido repercusión en redes. El poco tacto resultaba ofensivo. A mi me ha incomodado más, cuando estaba buscando noticias de Ucrania, encontrarme en la web del periódico un link a "Las mejores películas eróticas para disfrutar de la pareja en Semana Santa". Sin más, una sugerencia, por si alguien está aburrido.

Parece un poco triste tener que hacer publicidad de películas eróticas para disfrutar de unos días de vacaciones, como si no hubiera planes mejores. Parece retorcido y mentiroso dar por sentado que las películas eróticas mejoran la sexualidad de la pareja, cuando presentan una sexualidad irreal que distorsiona e interfiere. Parece degradante presentar la pornografía (soft porn o casi porn, pero porn) como una actividad normalizada, como si no estuviéramos observando el efecto devastador y adictivo en tantos mayores y pequeños. Parece lamentable que en un periódico de información general tengas que encontrarte con el fomento de una sexualidad hipertrofiada y desnaturalizada.

La página es del suplemento "de lujo" Fuera de serie, que acompaña a Expansión, y que se anuncia tanto desde El Mundo como desde Marca (forman parte del mismo grupo editorial). Otros harán parecido, pero de estos medios me consta, tiendo a consultarlos con frecuencia. Este tipo de anuncios no son de ahora, solo que me ha llamado más la atención en el momento de la Semana Santa.

No sé si es estrategia de publicidad para enganchar lectores o si tiene un interés más directo de educación sexual, intuyo que hay un poco de las dos. En cualquier caso, iros a la mierda. Algunos ya han anunciado que cambiarán de hamburguesería. Yo voy a ver cómo hago para cambiar de fuentes de información.


Enrique Aubá, 18 de abril de 2022

martes, 12 de abril de 2022

Violencia y ofuscación en los Oscars


Y yo que pensaba que no había nada superable a Eurovisión, voy a tener que aficionarme a la gala de entrega de los premios Oscar. Cuando ya nos habíamos olvidado de lo que podría haber sido el Ay Mamá de Rigoberta Bandini con otra puesta en escena y estábamos empezando a barajar las posibilidades del SloMO de Chanel, nos encontramos con el desafortunado incidente entre Chris Rock y Will Smith. La bofetada domina la información de los Oscars  y hasta nos cuesta enterarnos de que CODA se ha llevado la estatuilla a mejor película superando a la favorita El poder del perro. Cosas como estas hacen que te entren ganas de retomar un blog. Pero ¿tienes toda la información sobre lo de Will Smith como para escribir? Ten en cuenta que es un asunto bastante complejo... Pues la verdad es que no tengo toda la información, pero creo que tengo la suficiente para lo que quiero decir.

El lunes tras los Oscars: oye, ¿has visto el bofetón de Will Smith? No a ver... wow..  qué pasada... qué cosa... ¿qué le habrá dicho?  Es que Chris Rock se ha pasado cuatro pueblos, uno tiene que medir lo que dice. Su mujer tiene alopecia, y esto viene de lejos. Pones de nuevo el video: se acerca lentamente, el presentador le ve venir. Hasta parece un montaje, parece parte del guión. La gente se ríe. Ya, se le ha ido la olla, sí, pero es que uno tiene que pagar con las consecuencias de lo que dice. En el intermedio unos cuantos le consuelan. Qué cosas, este humorista, mira que se ha pasado. La libertad de expresión tiene un límite, está claro. La gala sigue: le dan el Oscar, llora, se disculpa como puede. Además dicen que Chris Rock pudo estar liado con la mujer de Will Smith. Ah, claro.

Vemos de nuevo el bofetón. Madre mía, esto es más que un bofetón. No tumba al presentador porque se mueve lo justo, pero esto es una agresión en toda regla. Es una barbaridad, es violencia pura y dura. Es que... que no, que no hay por dónde cogerlo. Y lo curioso es que nos cuesta darnos cuenta, tardamos un tiempo. Unas horas, incluso unos días, pero un tiempo. También los asistentes en el auditorio, y los responsables de la Academia de cine. Esto habrá que revisarlo..., quizá haya que sancionarle,... y se le sanciona. Y todos estamos de acuerdo. Pero es interesante el tiempo que tardamos en reaccionar y en darnos cuenta. No es que tengamos la conciencia deformada, es sin más un proceso psicológico que debemos conocer.

La violencia no cabe en la sociedad que hemos construido con tanto esfuerzo, lo aprendimos desde que empezamos a convivir, a vivir en plan humanos. Es una de las reglas básicas del civismo. "La paz es la única batalla que vale la pena librar", decía Camus. Algo creemos haber aprendido después de tanta guerra y terrorismo. La violencia es un lenguaje de nuestro "cerebro reptiliano", como quizá diría el inspector Pelayo de los GEOs, es una forma de comunicación primitiva que en pleno siglo XXI no deberíamos utilizar. Justo ahora vemos con horror cómo Vladimir Putin invade Ucrania, miles de personas fallecen por capricho, millones y familias se ven obligados a huir sin nada. Mientras, en la familia y en las escuelas hacemos lo que sea para enseñar a nuestros hijos que no hay que pelearse. Discutimos si hay alguna situación extraordinaria –defenderse de una agresión– en la que pudiera aplicarse cierta violencia en su justa proporción. Pero vamos, que no estamos hablando de eso, que nos estamos riendo cuando un actor agrede a un humorista desafortunado, por Dios. Si justificamos esta acción, a saber qué podríamos llegar a justificar.

Aunque no justificamos la violencia, podemos comprenderla. Comprender no es justificar. Comprender la violencia es que somos capaces de identificar variables contextuales, factores de riesgo y precipitantes de la conducta agresiva. Y no solo la comprendemos sino que empatizamos con muchas reacciones agresivas, sintonizamos con ellas. Esto también nos ha sucedido con lo de los Oscars. Hay una película argentina, Relatos salvajes (2014), que recoge una serie de cortometrajes que nos ayudan a entender cómo sintonizamos con algunas conductas de ira. En la película se muestran situaciones cotidianas en las que todos podemos habernos visto alguna vez: se te lleva el coche la grúa, personal de servicios que atiende reclamaciones sin humanidad, enfados al volante, reacciones ante injusticias, actuaciones por miedo, ... Son momentos de tensión, contextos en los que se comprende una escalada de ira. Solemos controlarnos, porque tenemos mecanismos de inhibición y control voluntario, pero en la película llegan a perder los papeles. Nos da risa, porque nos vemos identificamos, y nos asusta a lo que podríamos llegar. Lo comprendemos, empatizamos, pero no lo justificamos. Merece la pena revisitar la película argentina.

Está claro que detrás del incidente de Will Smith con Chris Rock puede haber mucho que desconocemos. Vale. Pero no necesitamos conocerlo todo. Pongámonos si queremos en lo peor, qué se yo, que hasta Chris Rock sabía que eso le iba a doler a la mujer de Will Smith y lo hizo a propósito. Tampoco entonces estaría justificada la agresión. Cierto que una humillación pública puede requerir una reparación pública, pero no una bofetada pública. El actor podría haber cogido el micrófono y haber exigido una rectificación, educadamente o incluso gritando. Pero no golpear. También podría haber hecho ademán de abandonar el auditorio, y se habría armado una buena, con repercusión mundial. Pero no agredir. Es verdad que en frío todo es más fácil, lo complicado es controlarse en caliente.

En caliente es más difícil. El calor es pasión, es reacción emocional, es enfado, ira, arrebato. La emoción ofusca, estrecha la conciencia. Lo vemos en el día a día. Lo vemos en la calle, lo veo en la consulta, lo aprendí también en una brillante novela del escritor húngaro Sándor Márai, La hermana. En la novela, la pasión mueve: tanto como para llevar al suicidio a dos enamorados con un amor imposible, como para guiar a la curación a un enfermo que se siente llamado por una voz amable de la que se enamora. Sándor Márai, por cierto, se suicidó. La emoción genera un estado tan surrealista como el ambiente que se generó en Teatro Dolby, una atmósfera catártica solo comparable a la que crea Christopher Nolan en la ópera de Tenet (2020) o en los sueños de Inception (2010): el tiempo se detiene, se ralentiza, la gente piensa lento, está perpleja, confusa. Paralizados, igual que la mayoría de nosotros en nuestras casas, con un efecto retardado que duró aún más, hasta que despertamos y empezamos a reaccionar.

De todos modos, el problema no es la ofuscación de nuestro juicio en la gala de los Oscars, que podríamos considerar como un circo de frivolidad del mundo actual. El problema está en que la emoción nos nubla el juicio en el día a día, y esa fuerza motivacional es la que se intenta tocar una y otra vez en la vida pública, política y mediática. Es el poder de convicción de la sugestión y de la seducción. Es el juego de la postverdad, nos mueve la emoción, la emoción define la verdad. No hacen falta grandes conspiradores para mover a las masas: basta con personas que manejen los medios, con algunos conocimientos de psicología básica y con pocos escrúpulos. Ojalá este incidente nos ayude a darnos cuenta de que el juicio se nos nubla por estados emocionales, que tardamos en reaccionar, y que uno es más libre cuando es consciente de la fuerza de sus pasiones. Casi nada.

Así que da para mucho una gala de Oscars. Por cierto, tampoco estoy de acuerdo en el linchamiento público de Will Smith ni de Chris Rock: solo puedo entender que son buenas personas, cada una con sus circunstancias, su historia y sus errores. Otro día prometo hablar de CODA, que es de lo que merece la pena.


Enrique Aubá, 12 de abril de 2022

viernes, 7 de enero de 2022

En la tierra de Oz

Se nos ha metido el miedo en el cuerpo y sentimos que perdemos el control. Surrealismo y miedo, esa ha sido nuestra Navidad, y así afrontamos el mes de enero, parece que este año la cuesta va a ser mayor. Llevamos meses dominando los datos, haciéndonos antígenos o PCRs, confinándonos y liberándonos, creyendo que lo entendemos todo. Y de repente "la cosa" ha mutado. Se ha vuelto más contagiosa aunque menos grave. Gracias a las autoridades sanitarias y políticas, todo hay que decirlo, casi todos estamos vacunados. La pandemia está objetivamente mejor, pero las propias medidas que hemos instaurado para protegernos se vuelven contra nosotros y nos están llevando a una situación de bloqueo. Estamos entrando en una trampa de la que tenemos que salir con creatividad. Estamos cayendo por la madriguera del conejo. O quizá estemos en el país de Oz.

"El maravilloso mago de Oz" (Lyman Frank Baum, 1899) es un relato que ha inspirado a generaciones. La niña Dorothy, arrastrada por un tornado, aparece en un mundo lejano y desconocido, surrealista y fantástico. Quiere volver a casa, pero antes vivirá una historia de amistad con unos pintorescos compañeros de camino: un espantapájaros que desea un cerebro, un hombre de hojalata que añora un corazón, y un león que se siente cobarde y quiere valor. Nosotros también queremos volver a casa. También hemos vivido tornados, volcanes, y seguimos inmersos en la pesadilla de la pandemia. No sabemos cómo salir de ella. Salir no es tarea fácil. Parece claro que de esta no lo conseguiremos si nos ponemos dignos en plan mayores, y por eso recurrimos a Oz. Le pedimos también cerebro, corazón y valor.

Primero es el corazón. En esto hemos crecido, es afecto, compasión. Nos lo ha dado el contacto con la enfermedad, con la muerte, con el sufrimiento y el dolor. Lo segundo es el cerebro, asunto más complicado. Nos creemos muy listos y nos sobra información. No se trata de conseguir más datos. Cerebro ahora es prudencia, sabiduría práctica, sentido común. Y en tercer lugar, valor. Recuperar el valor nos va a costar. Tanto dato nos ha dado una falsa seguridad que nos tranquiliza pero no nos ayuda a volver a casa. De alguna manera tendremos que quitarnos el miedo que se nos está agarrando al cuerpo, sabiendo que nada nos dará una seguridad completa. Volver a vivir, volver a mirar a la vida a la cara.

En el camino de vuelta a casa nos encontramos con buenos y malos consejeros. En Oz están la bruja buena del Sur y la malvada bruja del Oeste. En esta fase de la pandemia nos sucede igual. Unos nos dan esperanza: puede ser la última ola, estamos vacunados la mayoría, el contagio es alto pero la sintomatología es leve, quizá tendríamos que pasar a aplicar otro tipo de medidas, no podemos estar midiendo todo el día, pasemos a menos tests y menos confinamientos. Otros, sin embargo, nos desaniman. Son los agoreros hiperrealistas. Insisten en que la cosa está mal y nada indica que no vaya a empeorar, que mejor no salir de casa en enero, que eso nos dicen los datos. Y dale con los datos.

No dudemos, hay salida. No dejaremos de llorar a nuestros muertos y de cuidar a los enfermos. Pero recuperaremos la soltura. Aprenderemos a vivir de nuevo. Compasión, sentido común y valor. Esperanza. El verde esmeralda de Oz. 


Enrique Aubá, 7 de enero de 2022

lunes, 3 de enero de 2022

Los caminos del cambio









Hacemos propósitos, tenemos deseos, queremos cambiar. Este año voy a leer el Quijote. Voy a limpiarme los zapatos, voy a caminar 10000 pasos al día, voy a aprender francés, voy a perder peso. Di que sí. No me gusta cómo vivo, trabajo demasiado, voy a dedicar más tiempo a mi familia, voy a aprender a decir que no, ya está bien. Vale. Queremos cambiar y no siempre lo conseguimos. Nos frustramos, nos decimos que es inútil, y a veces desistimos y decidimos dejar de intentarlo. Joder, qué difícil es cambiar. Esa rabia puede ser buena, es ira que nos ayuda a acometer. Porque sentimos que no podemos quedarnos como estamos.

Aunque cualquier día es bueno, el comienzo de un nuevo año es un momento natural para plantear cambios en nuestra vida. El nuevo año señala un nuevo ciclo. El tiempo avanza linealmente, pero lo descomponemos en ciclos, repeticiones que nos ayudan a agarrarlo mejor, que nos dan oportunidades para revivir, para intentar hacerlo mejor.

Cambios los hay de todo tipo. Algunos nos divierten, como cuando decidimos que este año nos vamos a poner todos los días algo rojo. Está bien, nos entretiene, y hasta nos da tema de conversación. Otros cambios se dirigen a hacernos más productivos, más eficientes. Muchos están relacionados con nuestro desempeño laboral y son importantes. Pero hay otro tipo de cambios más interesantes que tienen que ver con nuestra forma de ser y nuestros hábitos más arraigados, no son fruto del capricho ni de una demanda externa, responden a una necesidad interna. Suponen un cambio más nuclear en la persona. Son difíciles, algunos dirán que imposibles. Pero los anhelamos.

¿Por qué es tan difícil cambiar? ¿Por qué con frecuencia fracasan nuestros propósitos? ¿Es realmente posible el cambio? En verdad, lo real es el cambio, somos lo mismo a la vez que fluimos. Estamos en contínuo movimiento, consecuencias de vivir en el tiempo, caprichos de la existencia. Si pensamos que no cambiamos, si elegimos quedarnos como estamos, lo más seguro es que empeoremos. El cambio es inevitable, y lo difícil es dirigir el cambio. Aplicamos una fuerza y no avanzamos en la dirección que queremos. Merece la pena reflexionar sobre la naturaleza de las resistencias, de esas otras fuerzas que se oponen a la que nosotros aplicamos. Nos paramos un momento, damos "un paso atrás", nos relajamos, observamos. No queremos seguir dándonos de frente contra el muro.

El ciclo que señala el año nuevo es un ciclo determinado por los astros, que influyen en nuestra existencia corporal. El ciclo señala nuestro calendario e influye en nuestros biorritmos. Las hormonas se alían con las estrellas y marcan nuestra biología: la fertilidad, la vigilia y el sueño, el nivel de energía. Ritmos circadianos, ultradianos e infradianos. Nos mueven las mareas, las estaciones, la noche y el día. Tiene la naturaleza una fuerza arrolladora con la que es mejor llevarse bien. Cuando nos esforzamos, empujamos. Empujamos, nos cansamos y volvemos a empujar. Es conveniente que nuestros arreones aprovechen la energía de las mareas. Hay cosas que nos gustaría cambiar y no es posible. Hay cosas que nos gustaría cambiar y no es el momento. El esfuerzo puede ser estéril, o puede costar más de la cuenta. Y de repente, parece que es como que se cruzan o se alinean los planetas, y nos es más fácil algo que nos resultaba imposible desde hacía tiempo. Misterios de la naturaleza.

Son muchas las fuerzas que mueven nuestro aparato psíquico. Necesidades fisiológicas, ya te digo que nos mueven. Nos mueve el placer, nos mueve el juego, la distracción. Nos mueve el ser valorados, ser reconocidos, la autoestima. Nos mueve el amor y el crear, ayudar, cuidar, dar vida. Siendo muchas las fuerzas que nos mueven, existe una jerarquía, hay un orden en las tendencias y motivaciones. Algunos las dibujan en una pirámide, también nos vale una escalera. Unas son más reptilianas, más compartidas con el reino animal. Otras son más espirituales, más propiamente humanas. Pero todas actúan y la clave está en orquestarlas para que ayuden en nuestros procesos de cambio.

Cuando no conseguimos lo que nos proponemos puede ser por distintos motivos. A veces es que tenemos poca disposición para el cambio, estamos poco motivados, no vemos suficientemente claro que tengamos que cambiar, no lo deseamos de verdad. Otras veces es que nuestras expectativas de cambio no son adecuadas, ya sea porque anhelamos cambiar algo que no podemos cambiar, o porque queremos cambiar algo en un momento en que no es posible. Esto nos pasa con nuestros propósitos y también con frecuencia cuando esperamos o deseamos cambios en los demás, en los que nos rodean. Unas expectativas inadecuadas son fuente de mucha frustración y de esfuerzos estériles. Y también puede suceder que no ejecutemos el cambio adecuadamente. El cambio es un proceso, tiene sus pasos, sus tiempos, su carácter progresivo. Pocos cambios son de todo o nada, algunos sí, pero en la mayoría de los objetivos de cambio se trata más bien de mejorar paso a paso, hay hábitos mejores que otros, aunque no poseamos el bien completo.

A la hora de plantearnos cambios, debemos por tanto: ajustar las expectativas de cambio, disponernos bien para el cambio, tener un plan asequible, elegir el momento, e ilusionarnos. La ilusión es importante, se trata de disfrutar con los cambios, poniendo todo nuestro aparato emocional al servicio del crecimiento, de lo que queremos, de lo que nos aporta valor. Lo de la épica y el arrastrarse como por el frente de guerra es para algunos momentos, para arranques o acelerones de motivación, pero no vale para el mantenimiento, cansa mucho. Los cambios se sostienen cuando se convierten en hábitos que se hacen con agrado. No lo hago porque deba hacerlo, que también, sino que me gusta hacerlo.

Podemos cambiar muchas cosas, pero hay cambios mejores, hay cambios más necesarios que otros, hay cambios más profundos. No me atrevo a decirle a nadie qué propósitos sí o qué propósitos no, pero podemos señalar algunas direcciones de cambio que parecen seguras: hacia el autocontrol, hacia lo sencillo, hacia los demás, hacia la belleza.

Primera dirección: caminar hacia el autocontrol. Es lo mismo que movernos hacia la libertad, tiene mucha relación con nuestras conductas adictivas. Se trata de sustituir unos comportamientos por otros mejores. Eliminar hábitos tóxicos o degradantes, como algunas sustancias, el exceso de móvil o audiovisuales, y generar hábitos saludables, como el ejercicio, el comer sano, la lectura.

Segunda dirección: caminar hacia lo sencillo. No puede ser imprescindible lo sofisticado o lo caro, los "aparatos". La vida es mejor cuando es más simple. El contexto transhumanista actual tiende a considerar mejor lo potenciado, de la manera que sea, pero debemos aspirar a necesitar menos "cosas" para explicarnos, para entendernos, para vivir.

Tercera dirección: caminar hacia los demás. Ayudar y dedicar tiempo a otros, nos llena, y además queda, produce fruto,  y el fruto se vuelve a sembrar, se multiplica, sigue creciendo. Los cambios a ayudar a los demás quizá sean los que más nos enriquezcan. Cuando parece que perdemos es cuando ganamos. Ahora estamos más sensibles, al ver tanto sufrimiento en torno a la pandemia, al sentir la enfermedad, al ver otros que sufren o mueren, al ver el dolor y el amor. También con los volcanes o los huracanes. Ayudar a personas discriminadas, o a personas olvidadas. Sin contárselo a nadie, por discreción, o contándolo, para expandir el círculo. El amor es una fuerza creadora que contrarresta a tantas otras fuerzas.

Cuarta dirección: caminar hacia la belleza. No podemos conformarnos con estar haciendo siempre lo mismo y de la misma manera. No hace falta ser artistas consagrados para fomentar la creatividad. No podemos renunciar a crear, a aportar de otras maneras. Pintar, dibujar, escribir, componer, construir, dar forma. Crear es también hacer con otra alegría lo de siempre, cada día, con otro brillo, como si fuera el único día. Caminar hacia la belleza es también aprender a contemplar. En silencio. Nos llena.

El año nuevo es una fiesta de luz. Luces, fuegos artificiales, colores, sonido. Un brillo que nos deslumbra y que contrasta con la oscuridad. La oscuridad de las personas que sufren, pregúntale a alguien con depresión. La oscuridad también de nuestro cansancio. La oscuridad de las dificultades, de las resistencias, de las mareas. La luz nos atrae, la deseamos. La vida no consiste en evitar pasarse al lado oscuro de la fuerza, como hacían otros. Vivimos en verdad en el lado oscuro y la vida consiste en ir hacia la luz. Para cambiar tenemos que conectar primero con nuestras zonas oscuras: hacerlas conscientes, conocernos, aceptarnos. Desde ahí retomamos con seguridad el camino del cambio, el camino del crecimiento, el camino de la conversión.

En realidad hay también otro camino. "Hay dos caminos que puedes seguir en la vida: el de la naturaleza y el de la gracia. Debes elegir cuál vas a seguir" (T. Malick, El árbol de la vida, 2011). El camino de la naturaleza ya lo conocemos, exige esfuerzo y aceptación. El camino de la gracia, exige fe y abandono. Es un camino de gratuidad y perdón. No se excluyen, se superponen. La gracia asume las reglas naturales, pero tiene otra lógica.

Estos días celebramos que hace dos mil años vino un niño al mundo, para traer luz y esperanza, para recordarnos que el cambio es posible y para cambiar el curso de la historia. Nos lo anunció una estrella. Pues eso, otra lógica.


Enrique Aubá, 3 de enero de 2022

Bergman sustancial: existencialismo y psicoanálisis

Este curso 2024-2025 me ha dado ha dado por Bergman. Será por la cosa psiquiátrica, digo yo. Comparto algunas notas, citas e impresiones de ...