lunes, 29 de noviembre de 2021

Algo en lo que creer













"Algo en lo que creer", novela de Nickolas Butler (Asteroride, 2020). La leí hace unas semanas, me ha gustado. Lyle y Peg son un matrimonio mayor que vive en un pueblo de Wisconsin. América rural. Perdieron a un hijo al poco de nacer, un dolor que tiende a no desaparecer. Aman a su hija, Shiloh, que tiene sus defensas y no se de deja. Y cuidan de su nieto, Isaac, intentando procurarle una referencia estable que piensan que su madre no le da, a la vez que no quieren ser invasivos y respetan a su hija, la primera educadora del niño. Un relato de familia, de amor, de amistad, de fe.

Sin pretender ser una novela redonda, trata de cuestiones universales de un modo que nos hace querer volver a la literatura en este mundo audiovisual. Leer nos ayuda a vivir de otra manera, a contemplar, a reflexionar con un ritmo interior distinto. La redención vendrá en parte por la lectura, pero ese es otro tema. Junto con una buena historia, la novela está llena de párrafos con luz.

Lyle, Peg, Shiloh. Padre, madre, hija. Cada uno cree a su manera. Lyle no cree. Peg tiene una fe sencilla. Shiloh es una de esas creyentes algo excéntricas. Creen o no creen, cada uno tiene su estilo, y evolucionan. Y por encima de las diferencias está el amor y el respeto a la libertad de cada uno en la familia.

"No hay nada tan pesado en el mundo como el féretro que porta el cuerpo de un niño pequeño, pues ningún adulto que haya soportado alguna vez esa carga puede olvidarla jamás. Enterrar a un hijo es una tragedia a la que muchos padres no logran sobreponerse nunca."
"Aunque Lyle había dejado de creer, nunca dejó de ir a la iglesia del todo. De hecho, con frecuencia sospechaba que no era el único, que millones de cristianos, judíos, musulmanes, budistas, taoístas y mormones de todo el mundo acudían a sus iglesias, templos y mezquitas tanto por rutina u obligación como por fe o convicciones reales. O, quizá incluso con el fin de lucir solo un nuevo sombrero, un par de zapatos lustrosos o un traje elegante. La culpa, pensaba, también debía de desempeñar un papel importante (...). Otros tal vez acudieran para combatir el aburrimiento o la soledad. Para Lyle, sin embargo, la razón tenía mucho que ver con su amigo de infancia, el pastor Charlie, y con la encantadora y vieja iglesia campestre en la que había pasado tantos domingos de niño".

La fe. En la sociedad de la información, creer parece algo ancestral. En un mundo en el que domina el peso del dato científico y comprobable, las creencias tienden a enmarcarse donde lo emocional y lo subjetivo. Parece que la fe y la razón se contraponen, pero la fe es razonable. La fe es una forma de conocer, no tan lejana como se la pinta, complementaria al conocimiento que nos viene por los sentidos. En realidad, casi todos los conocimientos en los que nos apoyamos para vivir los tenemos por fe, porque nos los creemos, porque confiamos en otros, o nos fiamos de la vía por la que nos llegan. Si no creyéramos, no viviríamos, nos quedaríamos quietos en nuestra habitación, no nos moveríamos.

Esto que nos sucede para lo palpable, también tiene lugar para lo invisible. La fe nos ayuda a aproximarnos a lo trascendente, a lo espiritual, a lo no material. Y esta manera de conocer tampoco nos es extraña, por muy científicos que nos "creamos". Chesterton decía que "cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa". Algunos pensarán que el escritor inglés dijo esto porque vivió entre el siglo XIX y el XX, y no sabía lo que sabemos hoy, claro. Pero hoy, en pleno siglo XXI ya avanzado, creemos en cosas realmente "increíbles". Lo vemos ahora, por ejemplo, en torno a la pandemia dichosa. Lo mismo pasa con la alimentación y las dietas, donde conviven la ciencia, los mitos y las creencias. Tenemos datos. Creemos los datos. Creemos a quienes nos dan los datos. Creemos a quienes combinan los datos. Creemos a quienes interpretan los datos. Y nos damos cuenta de que todo lo que nos llega no puede ser cierto a la vez. Quizá algunos actúen "de mala fe" y quieran usar los datos para su propósito, parece claro. Entonces, al igual que podemos desconfiar, podemos creer en la conspiración, en la gran conspiración que une a todos los malos de la historia, o en pequeñas conspiraciones que nadie puede comprobar, lo que viene a ser otro tipo de fe. Y luego están los que se consideran imparciales, "yo no me caso con nadie", y acaban haciendo lo que hace la mayoría, que será lo más "razonable". Otra forma de vivir refleja otra forma de creer. Buff, qué complicado es esto, va a ser verdad eso de que todos necesitamos "algo en lo que creer".

"¿Por qué creen que el niño es un sanador? Si algún miembro de mi Iglesia acude a mi con un problema de salud y se trata de una dolencia lo suficientemente seria, Isaac y yo vamos a su casa y rezamos por ellos. El niño ha impuesto las manos a varios  feligreses diferentes y en todos esos casos estoy convencido de que los ha curado".
"Aunque Lyle no lograba entender de qué manera las creencias de Shiloh podían ser tan radicalmente diferentes (¿o mejores?) que las de la Iglesia en la que había crecido, no pretendió insistir ni convencerla, e hizo lo que había hecho toda la vida cuando se presentaba una situación de conflicto con su hija: se levantó de la butaca, besó a Shiloh en la frente, y se fue a su habitación...".

La novela describe también cómo la fe se despliega en torno a situaciones de enfermedad, que por cierto, no son nada extraordinarias, forman parte de nuestra vida y de nuestras familias siempre. Alrededor de la enfermedad también vemos todas las actitudes: el que no cree, la fe sencilla, y la fe excéntrica. Lo sencillo nos ayuda. Nos ayuda porque nos da paz, porque nos coloca en nuestro lugar en la comunidad y en la existencia, y muchas veces, es todo lo que podemos hacer. La oración de intercesión ayuda primero al que reza, y puede ayudar a aquél por el que se reza. La evolución y el curso de las enfermedades los conocemos científicamente con detalle... hasta cierto punto. Y, si hay Dios, seguro que puede servirse de esta incertidumbre inherente a los procesos de curación. Los milagros existen, hay bastantes probados científicamente. Qué mal suena esto, por cierto, tener que recurrir a la ciencia para demostrar la existencia del misterio. Pero es así.

Que la oración tenga sus frutos no quiere decir que podamos confiar la curación a la oración prescindiendo de los tratamientos probados. Esto sería irracional, y la fe no puede desafiar a la razón de esta manera. Sería una práctica denunciable, es una práctica denunciable de hecho, la novela hace referencia a alguno de estos casos. En nuestra sociedad, alrededor de la medicina convencional conviven múltiples terapias alternativas. Es claro que la medicina convencional no llega a todo, y es claro también que el cuerpo tiene un potencial sanador que hay que ser capaces de estimular. Tiene que ver con las expectativas y con la confianza, que están relacionadas con un mejor funcionamiento de los sistemas de homeostasis corporal. Leí hace unos años "La curación por el espíritu", del gran Stefan Zweig. Tres semblanzas (Mesmer, Baker-Eddy y Freud), en las que explora con admiración diferentes aproximaciones y métodos alternativos de sanación. Hay personas con una especial capacidad de manejar estos mecanismos de curación que todavía llamamos inespecíficos. Ellos saben bien cuando ayudan y cuando pueden estar abusando de la confianza del enfermo. Saben bien cuando están complementando a lo que no llega la medicina convencional y cuando podrían ser denunciados. El problema es que el enfermo, confiado, no lo sabe. Por eso hay que tener cuidado.

"¿Quieres que recemos, Lyle? (le plantea su amigo). Sí, creo que me vendrá bien. Así que los tres hombres se levantaron, formando una especie de piña con su brazos apoyados en los hombros de los otros... y rezó porque pudieran disfrutar de otro día juntos, en el huerto... Cerró los ojos con más fuerza todavía e imploró, con todo su ser, que aquella visión que había evocado todavía pudiera volverse realidad".
"¿Por qué rezaste? (le pregunta su mujer). Me pareció bien hacerlo. Y supongo que era lo único que podía hacer. ¿Te sientes mejor? Puede ser".

La novela también habla más directamente de la oración. Hoy se habla mucho de meditación, es reflejo de una necesidad profunda. Meditar es muchas cosas a la vez. Meditar es relajación, es focalización de la atención, es aprender a estar presente, es manejar los pensamientos que nos distraen y a veces nos atormentan. La meditación, tal y como se entiende hoy, conlleva unas técnicas que pueden ayudar a muchas personas, a la vez que hay que diferenciarlas de otras formas de oración. El término puede haberse vuelto confuso porque en la oración cristiana el concepto meditación tiene un significado de búsqueda distinto, de reflexión, de contraste. Y la oración no es sin más una técnica que nos relaja sino un despliegue de la fe que nos recuerda nuestro lugar en el cosmos, en la creación. No somos el centro, eso parece claro, y cuando nos creemos el centro del universo, sufrimos de manera innecesaria. Somos algo, somos quizá criaturas, somos quizá hijos. En cuanto criaturas o hijos, se abre la posibilidad de relación y diálogo con el Otro, otra forma de oración. Todo un universo. La fe se concreta en la oración, hay muchos modos de rezar, como hay muchas personas, distintos estilos, y diferentes momentos y etapas.

La oración tiene sus lugares, la fe tiene sus lugares. La naturaleza es el gran santuario, donde contemplamos y conectamos mejor con el espíritu. Los hospitales, donde tengo la suerte de trabajar, son también lugares de fe, lugares donde, entre tanta velocidad, presenciamos la llegada de la vida al mundo, compartimos experiencias extremas y de limitación, acompañamos en el momento de la despedida. Los cementerios, que ahora en noviembre quizá hemos visitado, son lugares de reposo, de serenidad, de comunión con los que hemos amado y con los que nos han amado. El espíritu nos envuelve. Las iglesias, por supuesto, son lugares de oración.

Termino con una experiencia reciente, precisamente en una iglesia, justo el día en el que había terminado de leer "Algo en lo que creer". En las iglesias católicas se custodia la Eucaristía como un tesoro, como un regalo, y esto hace de la iglesia un espacio de oración con un centro definido que nos atrae. Los movimientos de los cuerpos dentro de la iglesia (posturas, gestos, actitudes) reflejan nuestra fe. El caso es que, cuando estaba yo con esta reflexión, me di cuenta de que, en un determinado momento, los movimientos de los que estábamos (celebrantes y participantes) parecían reflejar más fe en el gel hidroalcohólico que en la presencia de Dios, tal cual. A ver, entiéndaseme. Las medidas de prudencia en la pandemia hay que cuidarlas, soy el primero que lo dice, soy médico. Pero a veces creamos nuevos rituales, nuevas liturgias, nuevas creencias que se nos pueden ir de las manos. Qué cosa. El misterio y lo pragmático, objetos de una misma adoración en una combinación esperpéntica, como en la novela. Imaginé por un momento que aparecía el Nazareno y arremetía contra los montajes grotescos y desproporcionados, del mismo modo que en su momento expulsara a los mercaderes del Templo. Pero no, ese habría sido un final de Tarantino. Abrí los ojos y volví a mi oración. El final del relato es que seguiremos conviviendo: los que no creen, los de la fe sencilla, y los de la fe algo excéntrica. Porque por encima de las diferencias, está el amor y el respeto. Aunque tampoco habría estado mal lo de Tarantino.

"Si bien era cierto que Lyle había abandonado su fe, no lo era menos que Peg lo había asido de la mano mucho tiempo atrás y que no lo iba a dejar caer por más que ambos estuvieran asomados a un precipicio que se desmoronaba. Ella creía por él y también, de algún modo, en él".
"Lyle pensaba con frecuencia que si el mundo, gobernado por hombres de manera tan violenta y estruendosa, aún seguía en pie, era gracias a mujeres como Peg. Mujeres que sufrían en silencio, amaban inmensamente y, al final de cada jornada, volvían a juntar todas las piezas después de asearlos a todos, de llenar sus estómagos y de aplacar sus miedos. Y luego, por la mañana, lo hacían todo de nuevo otra vez, sin darse la más mínima importancia. Trescientos sesenta mil bebés nacidos cada día, de madres que los alimentaban, dormían con ellos y apaciguaban su llanto en mitad de la noche".

"Compartir un libro es un acto de fe", lo dice incluso Benito Taibo, el mismo que afirma que solo se postra ante los altares de la ciencia y la literatura. Comparto esta lectura porque creo en el poder sanador de la literatura. Esto también es... "algo en lo que creer".


Enrique Aubá, 29 de noviembre de 2021

viernes, 5 de noviembre de 2021

Sobre la CUN, el HUN, y algunos complejos
















Menudo jaleo teníamos con los nombres de los hospitales universitarios en Pamplona. Cambiar de nombre a un hospital puede sonar innecesario, y quizá lo sea, pero los nombres también tienen su significado. No quiero entrar en qué nombre es más apropiado, no me corresponde. Pero sí querría reflexionar en torno al baile de nombres, que da juego.

Teníamos Hospital de Navarra y Hospital Virgen del Camino. Se fusionaron en 2010 pasando a denominarse Complejo Hospitalario de Navarra.  Teníamos Clínica Universitaria, de la Universidad de Navarra. En 2009 pasó a llamarse Clínica Universidad de Navarra. El Complejo, ahora pasa a llamarse Hospital Universitario de Navarra, el HUN. La Clínica, siempre ha sido la CUN. Así que ahora tenemos la CUN y el HUN. Suena bien, más fácil. Menos complejo.

La CUN y el HUN. Los solos nombres parece que se atraen, como que se demandan el uno al otro. Femenino y masculino. El yin y el yang, esas dos fuerzas fundamentales del taoísmo que se complementan. Pues eso pasa con la CUN y el HUN. O podría pasar. O debería pasar. O estaría bien que pasara. O me encantaría que pasara. O todo a la vez.

Yo he crecido en la parte masculina, en la sanidad pública. Mi madre ha sido toda su vida pediatra en Osakidetza, y nos enseñó a amar la sanidad pública como ella amaba a sus niños y niñas, y a los niños de sus niñas cuando crecieron, y a ella también le querían. Ahora llevo más de 20 años trabajando en la parte femenina, en la CUN, y no me hace gracia cuando escucho "a vosotros solo os importa el dinero", cuando solo he vivido que estamos para ayudar a todos, para darnos a los pacientes. Lo mismo que aprendí de mi madre trabajando en lo público.

El debate público-privado está envenenado y mal planteado de raíz, pero ese es otro tema. Hoy quería fijarme en la complementariedad que tienen la CUN y el HUN, pero más aún en la complementariedad que podrían tener. Cuando, como médico, leo sobre las excelencias y el potencial de los grandes hospitales de Madrid y Barcelona, me admira, me da un poco de envidia, y algo de pena porque creo que Navarra podría tener un  verdadero complejo sanitario (aquí sí que le va bien el nombre de complejo), a la altura de los mejores hospitales del país. Y no estamos a la altura, no, aunque estemos orgullosos de nuestra sanidad pública y aunque tengamos el mejor hospital privado de España. Ni vamos a estar a la altura si seguimos sin una colaboración más integral, asistencia coordinada y de excelencia, planificación de inversiones, investigación entrelazada desde su diseño, programas de formación médica mixtos y ambiciosos. Navarra podría atraer al mejor talento médico, ser referencia internacional indiscutible, y ofrecer la mejor atención para nuestros pacientes. Pero seguimos con apriorismos, teorías y complejos, vaya, que nos perpetúan en un buen sistema sanitario de comunidad autónoma.

¿Sería posible un complejo sanitario público-privado? A ver: se puede hacer lo que los ciudadanos queramos hacer. Si en algún sitio puede hacerse más fácil, es en Navarra. Si alguien puede hacerlo, es Navarra. Pero hay que ver la oportunidad, creer en ella, tener voluntad, y compromiso. Por ahora, nos conformamos con lo pequeño, que no nos va tan mal. Pero es que nos podría ir mucho mejor. O nos debería ir mucho mejor. O estaría bien que nos fuera mucho mejor. O me encantaría que nos fuera mucho mejor. Qué se yo, no debería ser tan... complejo.


Enrique Aubá, 3 de noviembre de 2021
Publicado en Diario de Navarra el 4 de noviembre de 2021








Gratitud desde el sosiego

Estando ya mi casa sosegada .... La pintura está titulada la "La lectora", es de Isabel Guerra (1947 - ), "la monja pintora&q...