martes, 12 de abril de 2022

Violencia y ofuscación en los Oscars


Y yo que pensaba que no había nada superable a Eurovisión, voy a tener que aficionarme a la gala de entrega de los premios Oscar. Cuando ya nos habíamos olvidado de lo que podría haber sido el Ay Mamá de Rigoberta Bandini con otra puesta en escena y estábamos empezando a barajar las posibilidades del SloMO de Chanel, nos encontramos con el desafortunado incidente entre Chris Rock y Will Smith. La bofetada domina la información de los Oscars  y hasta nos cuesta enterarnos de que CODA se ha llevado la estatuilla a mejor película superando a la favorita El poder del perro. Cosas como estas hacen que te entren ganas de retomar un blog. Pero ¿tienes toda la información sobre lo de Will Smith como para escribir? Ten en cuenta que es un asunto bastante complejo... Pues la verdad es que no tengo toda la información, pero creo que tengo la suficiente para lo que quiero decir.

El lunes tras los Oscars: oye, ¿has visto el bofetón de Will Smith? No a ver... wow..  qué pasada... qué cosa... ¿qué le habrá dicho?  Es que Chris Rock se ha pasado cuatro pueblos, uno tiene que medir lo que dice. Su mujer tiene alopecia, y esto viene de lejos. Pones de nuevo el video: se acerca lentamente, el presentador le ve venir. Hasta parece un montaje, parece parte del guión. La gente se ríe. Ya, se le ha ido la olla, sí, pero es que uno tiene que pagar con las consecuencias de lo que dice. En el intermedio unos cuantos le consuelan. Qué cosas, este humorista, mira que se ha pasado. La libertad de expresión tiene un límite, está claro. La gala sigue: le dan el Oscar, llora, se disculpa como puede. Además dicen que Chris Rock pudo estar liado con la mujer de Will Smith. Ah, claro.

Vemos de nuevo el bofetón. Madre mía, esto es más que un bofetón. No tumba al presentador porque se mueve lo justo, pero esto es una agresión en toda regla. Es una barbaridad, es violencia pura y dura. Es que... que no, que no hay por dónde cogerlo. Y lo curioso es que nos cuesta darnos cuenta, tardamos un tiempo. Unas horas, incluso unos días, pero un tiempo. También los asistentes en el auditorio, y los responsables de la Academia de cine. Esto habrá que revisarlo..., quizá haya que sancionarle,... y se le sanciona. Y todos estamos de acuerdo. Pero es interesante el tiempo que tardamos en reaccionar y en darnos cuenta. No es que tengamos la conciencia deformada, es sin más un proceso psicológico que debemos conocer.

La violencia no cabe en la sociedad que hemos construido con tanto esfuerzo, lo aprendimos desde que empezamos a convivir, a vivir en plan humanos. Es una de las reglas básicas del civismo. "La paz es la única batalla que vale la pena librar", decía Camus. Algo creemos haber aprendido después de tanta guerra y terrorismo. La violencia es un lenguaje de nuestro "cerebro reptiliano", como quizá diría el inspector Pelayo de los GEOs, es una forma de comunicación primitiva que en pleno siglo XXI no deberíamos utilizar. Justo ahora vemos con horror cómo Vladimir Putin invade Ucrania, miles de personas fallecen por capricho, millones y familias se ven obligados a huir sin nada. Mientras, en la familia y en las escuelas hacemos lo que sea para enseñar a nuestros hijos que no hay que pelearse. Discutimos si hay alguna situación extraordinaria –defenderse de una agresión– en la que pudiera aplicarse cierta violencia en su justa proporción. Pero vamos, que no estamos hablando de eso, que nos estamos riendo cuando un actor agrede a un humorista desafortunado, por Dios. Si justificamos esta acción, a saber qué podríamos llegar a justificar.

Aunque no justificamos la violencia, podemos comprenderla. Comprender no es justificar. Comprender la violencia es que somos capaces de identificar variables contextuales, factores de riesgo y precipitantes de la conducta agresiva. Y no solo la comprendemos sino que empatizamos con muchas reacciones agresivas, sintonizamos con ellas. Esto también nos ha sucedido con lo de los Oscars. Hay una película argentina, Relatos salvajes (2014), que recoge una serie de cortometrajes que nos ayudan a entender cómo sintonizamos con algunas conductas de ira. En la película se muestran situaciones cotidianas en las que todos podemos habernos visto alguna vez: se te lleva el coche la grúa, personal de servicios que atiende reclamaciones sin humanidad, enfados al volante, reacciones ante injusticias, actuaciones por miedo, ... Son momentos de tensión, contextos en los que se comprende una escalada de ira. Solemos controlarnos, porque tenemos mecanismos de inhibición y control voluntario, pero en la película llegan a perder los papeles. Nos da risa, porque nos vemos identificamos, y nos asusta a lo que podríamos llegar. Lo comprendemos, empatizamos, pero no lo justificamos. Merece la pena revisitar la película argentina.

Está claro que detrás del incidente de Will Smith con Chris Rock puede haber mucho que desconocemos. Vale. Pero no necesitamos conocerlo todo. Pongámonos si queremos en lo peor, qué se yo, que hasta Chris Rock sabía que eso le iba a doler a la mujer de Will Smith y lo hizo a propósito. Tampoco entonces estaría justificada la agresión. Cierto que una humillación pública puede requerir una reparación pública, pero no una bofetada pública. El actor podría haber cogido el micrófono y haber exigido una rectificación, educadamente o incluso gritando. Pero no golpear. También podría haber hecho ademán de abandonar el auditorio, y se habría armado una buena, con repercusión mundial. Pero no agredir. Es verdad que en frío todo es más fácil, lo complicado es controlarse en caliente.

En caliente es más difícil. El calor es pasión, es reacción emocional, es enfado, ira, arrebato. La emoción ofusca, estrecha la conciencia. Lo vemos en el día a día. Lo vemos en la calle, lo veo en la consulta, lo aprendí también en una brillante novela del escritor húngaro Sándor Márai, La hermana. En la novela, la pasión mueve: tanto como para llevar al suicidio a dos enamorados con un amor imposible, como para guiar a la curación a un enfermo que se siente llamado por una voz amable de la que se enamora. Sándor Márai, por cierto, se suicidó. La emoción genera un estado tan surrealista como el ambiente que se generó en Teatro Dolby, una atmósfera catártica solo comparable a la que crea Christopher Nolan en la ópera de Tenet (2020) o en los sueños de Inception (2010): el tiempo se detiene, se ralentiza, la gente piensa lento, está perpleja, confusa. Paralizados, igual que la mayoría de nosotros en nuestras casas, con un efecto retardado que duró aún más, hasta que despertamos y empezamos a reaccionar.

De todos modos, el problema no es la ofuscación de nuestro juicio en la gala de los Oscars, que podríamos considerar como un circo de frivolidad del mundo actual. El problema está en que la emoción nos nubla el juicio en el día a día, y esa fuerza motivacional es la que se intenta tocar una y otra vez en la vida pública, política y mediática. Es el poder de convicción de la sugestión y de la seducción. Es el juego de la postverdad, nos mueve la emoción, la emoción define la verdad. No hacen falta grandes conspiradores para mover a las masas: basta con personas que manejen los medios, con algunos conocimientos de psicología básica y con pocos escrúpulos. Ojalá este incidente nos ayude a darnos cuenta de que el juicio se nos nubla por estados emocionales, que tardamos en reaccionar, y que uno es más libre cuando es consciente de la fuerza de sus pasiones. Casi nada.

Así que da para mucho una gala de Oscars. Por cierto, tampoco estoy de acuerdo en el linchamiento público de Will Smith ni de Chris Rock: solo puedo entender que son buenas personas, cada una con sus circunstancias, su historia y sus errores. Otro día prometo hablar de CODA, que es de lo que merece la pena.


Enrique Aubá, 12 de abril de 2022

2 comentarios:

  1. Ojalá podamos sentir cada vez más ĺas propias emociones, pues eso hacen los buenos corazones. Y Ojalá, después de escucharlas, decidamos obedecer a nuestra libertad. Ojalá seamos de los que echan la mano a la espada ante lo injusto, pero luego sepamos devolverla a su vaina, y reparar las injusticias amando más.

    Seguro que la mano de Will habría sido mucho más reparadora si hubiera tomado la de su mujer cuando vio su gesto de dolor ante la broma de mal gusto...

    Gracias por tu buena reflexión, Kike.

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