viernes, 7 de enero de 2022

En la tierra de Oz

Se nos ha metido el miedo en el cuerpo y sentimos que perdemos el control. Surrealismo y miedo, esa ha sido nuestra Navidad, y así afrontamos el mes de enero, parece que este año la cuesta va a ser mayor. Llevamos meses dominando los datos, haciéndonos antígenos o PCRs, confinándonos y liberándonos, creyendo que lo entendemos todo. Y de repente "la cosa" ha mutado. Se ha vuelto más contagiosa aunque menos grave. Gracias a las autoridades sanitarias y políticas, todo hay que decirlo, casi todos estamos vacunados. La pandemia está objetivamente mejor, pero las propias medidas que hemos instaurado para protegernos se vuelven contra nosotros y nos están llevando a una situación de bloqueo. Estamos entrando en una trampa de la que tenemos que salir con creatividad. Estamos cayendo por la madriguera del conejo. O quizá estemos en el país de Oz.

"El maravilloso mago de Oz" (Lyman Frank Baum, 1899) es un relato que ha inspirado a generaciones. La niña Dorothy, arrastrada por un tornado, aparece en un mundo lejano y desconocido, surrealista y fantástico. Quiere volver a casa, pero antes vivirá una historia de amistad con unos pintorescos compañeros de camino: un espantapájaros que desea un cerebro, un hombre de hojalata que añora un corazón, y un león que se siente cobarde y quiere valor. Nosotros también queremos volver a casa. También hemos vivido tornados, volcanes, y seguimos inmersos en la pesadilla de la pandemia. No sabemos cómo salir de ella. Salir no es tarea fácil. Parece claro que de esta no lo conseguiremos si nos ponemos dignos en plan mayores, y por eso recurrimos a Oz. Le pedimos también cerebro, corazón y valor.

Primero es el corazón. En esto hemos crecido, es afecto, compasión. Nos lo ha dado el contacto con la enfermedad, con la muerte, con el sufrimiento y el dolor. Lo segundo es el cerebro, asunto más complicado. Nos creemos muy listos y nos sobra información. No se trata de conseguir más datos. Cerebro ahora es prudencia, sabiduría práctica, sentido común. Y en tercer lugar, valor. Recuperar el valor nos va a costar. Tanto dato nos ha dado una falsa seguridad que nos tranquiliza pero no nos ayuda a volver a casa. De alguna manera tendremos que quitarnos el miedo que se nos está agarrando al cuerpo, sabiendo que nada nos dará una seguridad completa. Volver a vivir, volver a mirar a la vida a la cara.

En el camino de vuelta a casa nos encontramos con buenos y malos consejeros. En Oz están la bruja buena del Sur y la malvada bruja del Oeste. En esta fase de la pandemia nos sucede igual. Unos nos dan esperanza: puede ser la última ola, estamos vacunados la mayoría, el contagio es alto pero la sintomatología es leve, quizá tendríamos que pasar a aplicar otro tipo de medidas, no podemos estar midiendo todo el día, pasemos a menos tests y menos confinamientos. Otros, sin embargo, nos desaniman. Son los agoreros hiperrealistas. Insisten en que la cosa está mal y nada indica que no vaya a empeorar, que mejor no salir de casa en enero, que eso nos dicen los datos. Y dale con los datos.

No dudemos, hay salida. No dejaremos de llorar a nuestros muertos y de cuidar a los enfermos. Pero recuperaremos la soltura. Aprenderemos a vivir de nuevo. Compasión, sentido común y valor. Esperanza. El verde esmeralda de Oz. 


Enrique Aubá, 7 de enero de 2022

lunes, 3 de enero de 2022

Los caminos del cambio









Hacemos propósitos, tenemos deseos, queremos cambiar. Este año voy a leer el Quijote. Voy a limpiarme los zapatos, voy a caminar 10000 pasos al día, voy a aprender francés, voy a perder peso. Di que sí. No me gusta cómo vivo, trabajo demasiado, voy a dedicar más tiempo a mi familia, voy a aprender a decir que no, ya está bien. Vale. Queremos cambiar y no siempre lo conseguimos. Nos frustramos, nos decimos que es inútil, y a veces desistimos y decidimos dejar de intentarlo. Joder, qué difícil es cambiar. Esa rabia puede ser buena, es ira que nos ayuda a acometer. Porque sentimos que no podemos quedarnos como estamos.

Aunque cualquier día es bueno, el comienzo de un nuevo año es un momento natural para plantear cambios en nuestra vida. El nuevo año señala un nuevo ciclo. El tiempo avanza linealmente, pero lo descomponemos en ciclos, repeticiones que nos ayudan a agarrarlo mejor, que nos dan oportunidades para revivir, para intentar hacerlo mejor.

Cambios los hay de todo tipo. Algunos nos divierten, como cuando decidimos que este año nos vamos a poner todos los días algo rojo. Está bien, nos entretiene, y hasta nos da tema de conversación. Otros cambios se dirigen a hacernos más productivos, más eficientes. Muchos están relacionados con nuestro desempeño laboral y son importantes. Pero hay otro tipo de cambios más interesantes que tienen que ver con nuestra forma de ser y nuestros hábitos más arraigados, no son fruto del capricho ni de una demanda externa, responden a una necesidad interna. Suponen un cambio más nuclear en la persona. Son difíciles, algunos dirán que imposibles. Pero los anhelamos.

¿Por qué es tan difícil cambiar? ¿Por qué con frecuencia fracasan nuestros propósitos? ¿Es realmente posible el cambio? En verdad, lo real es el cambio, somos lo mismo a la vez que fluimos. Estamos en contínuo movimiento, consecuencias de vivir en el tiempo, caprichos de la existencia. Si pensamos que no cambiamos, si elegimos quedarnos como estamos, lo más seguro es que empeoremos. El cambio es inevitable, y lo difícil es dirigir el cambio. Aplicamos una fuerza y no avanzamos en la dirección que queremos. Merece la pena reflexionar sobre la naturaleza de las resistencias, de esas otras fuerzas que se oponen a la que nosotros aplicamos. Nos paramos un momento, damos "un paso atrás", nos relajamos, observamos. No queremos seguir dándonos de frente contra el muro.

El ciclo que señala el año nuevo es un ciclo determinado por los astros, que influyen en nuestra existencia corporal. El ciclo señala nuestro calendario e influye en nuestros biorritmos. Las hormonas se alían con las estrellas y marcan nuestra biología: la fertilidad, la vigilia y el sueño, el nivel de energía. Ritmos circadianos, ultradianos e infradianos. Nos mueven las mareas, las estaciones, la noche y el día. Tiene la naturaleza una fuerza arrolladora con la que es mejor llevarse bien. Cuando nos esforzamos, empujamos. Empujamos, nos cansamos y volvemos a empujar. Es conveniente que nuestros arreones aprovechen la energía de las mareas. Hay cosas que nos gustaría cambiar y no es posible. Hay cosas que nos gustaría cambiar y no es el momento. El esfuerzo puede ser estéril, o puede costar más de la cuenta. Y de repente, parece que es como que se cruzan o se alinean los planetas, y nos es más fácil algo que nos resultaba imposible desde hacía tiempo. Misterios de la naturaleza.

Son muchas las fuerzas que mueven nuestro aparato psíquico. Necesidades fisiológicas, ya te digo que nos mueven. Nos mueve el placer, nos mueve el juego, la distracción. Nos mueve el ser valorados, ser reconocidos, la autoestima. Nos mueve el amor y el crear, ayudar, cuidar, dar vida. Siendo muchas las fuerzas que nos mueven, existe una jerarquía, hay un orden en las tendencias y motivaciones. Algunos las dibujan en una pirámide, también nos vale una escalera. Unas son más reptilianas, más compartidas con el reino animal. Otras son más espirituales, más propiamente humanas. Pero todas actúan y la clave está en orquestarlas para que ayuden en nuestros procesos de cambio.

Cuando no conseguimos lo que nos proponemos puede ser por distintos motivos. A veces es que tenemos poca disposición para el cambio, estamos poco motivados, no vemos suficientemente claro que tengamos que cambiar, no lo deseamos de verdad. Otras veces es que nuestras expectativas de cambio no son adecuadas, ya sea porque anhelamos cambiar algo que no podemos cambiar, o porque queremos cambiar algo en un momento en que no es posible. Esto nos pasa con nuestros propósitos y también con frecuencia cuando esperamos o deseamos cambios en los demás, en los que nos rodean. Unas expectativas inadecuadas son fuente de mucha frustración y de esfuerzos estériles. Y también puede suceder que no ejecutemos el cambio adecuadamente. El cambio es un proceso, tiene sus pasos, sus tiempos, su carácter progresivo. Pocos cambios son de todo o nada, algunos sí, pero en la mayoría de los objetivos de cambio se trata más bien de mejorar paso a paso, hay hábitos mejores que otros, aunque no poseamos el bien completo.

A la hora de plantearnos cambios, debemos por tanto: ajustar las expectativas de cambio, disponernos bien para el cambio, tener un plan asequible, elegir el momento, e ilusionarnos. La ilusión es importante, se trata de disfrutar con los cambios, poniendo todo nuestro aparato emocional al servicio del crecimiento, de lo que queremos, de lo que nos aporta valor. Lo de la épica y el arrastrarse como por el frente de guerra es para algunos momentos, para arranques o acelerones de motivación, pero no vale para el mantenimiento, cansa mucho. Los cambios se sostienen cuando se convierten en hábitos que se hacen con agrado. No lo hago porque deba hacerlo, que también, sino que me gusta hacerlo.

Podemos cambiar muchas cosas, pero hay cambios mejores, hay cambios más necesarios que otros, hay cambios más profundos. No me atrevo a decirle a nadie qué propósitos sí o qué propósitos no, pero podemos señalar algunas direcciones de cambio que parecen seguras: hacia el autocontrol, hacia lo sencillo, hacia los demás, hacia la belleza.

Primera dirección: caminar hacia el autocontrol. Es lo mismo que movernos hacia la libertad, tiene mucha relación con nuestras conductas adictivas. Se trata de sustituir unos comportamientos por otros mejores. Eliminar hábitos tóxicos o degradantes, como algunas sustancias, el exceso de móvil o audiovisuales, y generar hábitos saludables, como el ejercicio, el comer sano, la lectura.

Segunda dirección: caminar hacia lo sencillo. No puede ser imprescindible lo sofisticado o lo caro, los "aparatos". La vida es mejor cuando es más simple. El contexto transhumanista actual tiende a considerar mejor lo potenciado, de la manera que sea, pero debemos aspirar a necesitar menos "cosas" para explicarnos, para entendernos, para vivir.

Tercera dirección: caminar hacia los demás. Ayudar y dedicar tiempo a otros, nos llena, y además queda, produce fruto,  y el fruto se vuelve a sembrar, se multiplica, sigue creciendo. Los cambios a ayudar a los demás quizá sean los que más nos enriquezcan. Cuando parece que perdemos es cuando ganamos. Ahora estamos más sensibles, al ver tanto sufrimiento en torno a la pandemia, al sentir la enfermedad, al ver otros que sufren o mueren, al ver el dolor y el amor. También con los volcanes o los huracanes. Ayudar a personas discriminadas, o a personas olvidadas. Sin contárselo a nadie, por discreción, o contándolo, para expandir el círculo. El amor es una fuerza creadora que contrarresta a tantas otras fuerzas.

Cuarta dirección: caminar hacia la belleza. No podemos conformarnos con estar haciendo siempre lo mismo y de la misma manera. No hace falta ser artistas consagrados para fomentar la creatividad. No podemos renunciar a crear, a aportar de otras maneras. Pintar, dibujar, escribir, componer, construir, dar forma. Crear es también hacer con otra alegría lo de siempre, cada día, con otro brillo, como si fuera el único día. Caminar hacia la belleza es también aprender a contemplar. En silencio. Nos llena.

El año nuevo es una fiesta de luz. Luces, fuegos artificiales, colores, sonido. Un brillo que nos deslumbra y que contrasta con la oscuridad. La oscuridad de las personas que sufren, pregúntale a alguien con depresión. La oscuridad también de nuestro cansancio. La oscuridad de las dificultades, de las resistencias, de las mareas. La luz nos atrae, la deseamos. La vida no consiste en evitar pasarse al lado oscuro de la fuerza, como hacían otros. Vivimos en verdad en el lado oscuro y la vida consiste en ir hacia la luz. Para cambiar tenemos que conectar primero con nuestras zonas oscuras: hacerlas conscientes, conocernos, aceptarnos. Desde ahí retomamos con seguridad el camino del cambio, el camino del crecimiento, el camino de la conversión.

En realidad hay también otro camino. "Hay dos caminos que puedes seguir en la vida: el de la naturaleza y el de la gracia. Debes elegir cuál vas a seguir" (T. Malick, El árbol de la vida, 2011). El camino de la naturaleza ya lo conocemos, exige esfuerzo y aceptación. El camino de la gracia, exige fe y abandono. Es un camino de gratuidad y perdón. No se excluyen, se superponen. La gracia asume las reglas naturales, pero tiene otra lógica.

Estos días celebramos que hace dos mil años vino un niño al mundo, para traer luz y esperanza, para recordarnos que el cambio es posible y para cambiar el curso de la historia. Nos lo anunció una estrella. Pues eso, otra lógica.


Enrique Aubá, 3 de enero de 2022

Gratitud desde el sosiego

Estando ya mi casa sosegada .... La pintura está titulada la "La lectora", es de Isabel Guerra (1947 - ), "la monja pintora&q...