jueves, 16 de diciembre de 2021

La estación de tren y los taxis







En mi familia nunca hemos sido de irnos a buscar a la estación de tren. Es así, lo reconozco, no me avergüenzo. Algunos se sorprenden cuando digo esto, otros no. Puede decirse que hay dos tipos de familias: los que van a recoger a los familiares a la estación de tren y los que no. Yo pertenezco al grupo de los que no. Y no significa que no nos queramos, es sin más que no vamos. Antes de Pamplona, he vivido entre San Sebastián y Zaragoza. En San Sebastián vivíamos cerca de la estación de autobuses, uno venía andando. En Zaragoza, siempre hemos cogido taxis con alegría. Sin dramas. Pues bien: el pasado mes de noviembre he experimentado un proceso de conversión en este punto, quién me lo iba a decir. El proceso se compone de tres actos.

Primer acto. Invité a un colega que trabaja en Madrid, él es de Pamplona, a que viniera a dar una clase a la universidad. Le conseguí un billete de tren, él venía con la ilusión del compartir en la docencia, y aprovechaba para saludar a amigos y familiares en su ciudad natal. Un plan apretado pero redondo. Llegaba a la estación una hora y media antes de la hora de la clase, más que de sobra con las distancias de Pamplona. Su sorpresa fue que, al llegar a la estación, no había taxis. Qué raro. Como había vivido en Pamplona y además no se le pone nada por delante, se aventuró con un juego de villavesas con lo que consiguió llegar a dar clase sin problema, aunque con algo de emoción. Sin más, nos hizo gracia.

Segundo acto. Otro amigo volvía a Pamplona desde Madrid después de haber estado acompañando a su padre agonizante, se estaba muriendo. Aunque en mi familia somos de no ir a la estación de tren, incluso yo he aprendido que en estas circunstancias hay que ir. Y fui, a recogerle del Alvia que llega a las 22:40 horas. Menudo frío, por cierto. Cuando llega el tren al andén y se abren las puertas, se presencia un espectáculo curioso: algunos pasajeros atléticos, atléticos suelen ser jóvenes pero también los hay mayores, salen corriendo perdiendo la compostura. Se empujan entre ellos si hace falta. El objetivo es coger un taxi. Y es que en la parada de taxis había cuatro o cinco, no más, os lo prometo. Lo cogen los primeros que llegan, es una escena que recuerda a la de la piscina probática. El resto de pasajeros, o han dejado el coche aparcado cerca de la estación, o se saben lo de la villavesa como mi amigo del primer acto, o les vienen a recoger como yo iba a recoger a mi amigo de este segundo acto, o hacen cola. Y me sentí satisfecho por haber ido.

Tercer acto. Invito esta vez a otra colega de Madrid, ella vive y trabaja allí, venía a pasar un día con nosotros en el trabajo, queríamos que conociera el equipo, que conociera la empresa, que conociera Pamplona, de todo ello estamos orgullosos. No basta con que te lo cuenten, tienes que verlo. "Ven y verás", podría ser un eslogan de turismo de Navarra, aunque veo en Google que se lo ha apropiado Argamasilla de Alba, en la tierra del Quijote, hasta tienen página en Facebook. Pero a lo que íbamos: que si conoces Navarra también te enamoras, lo sabemos bien. El caso es que, me vinieron a la cabeza mis dos primeros actos de noviembre y me di cuenta que no podía dejar a su suerte a esta doctora que venía de Madrid. Le llamé y le dije algo así: "no te lo puedo explicar, quizá no lo entiendas, pero voy a ir a recogerte a la estación de tren". "Que no, cómo vas a venir, es de noche, me cojo un taxi y punto". "Confía en mí, de verdad, quiero ir a recogerte, va a ser mejor". Allí fui, y lo volví a comprobar: no había taxis. Ella también lo vio, con un asombro educado. Esta vez, no había ni cuatro, ni para los que corren. Y mientras salíamos de la estación, vimos cómo los atléticos se juntaban con los paralíticos para hacer una cola de 25-30 personas, dispuestas a esperar a que fueran llegando taxis, que al parecer empiezan a caer, como por goteo.

Intenté inventar alguna excusa, porque ciertamente me daba vergüenza, pero no se me ocurrió ninguna. ¿Será cosa de noviembre? ¿Será cosa de las olas de la pandemia? Sencillamente, no hay por dónde cogerlo, es lamentable. La acogida que damos a los viajeros es parte de la imagen que damos de nuestra ciudad, y en este momento es muy pobre, por lo menos en la estación de tren. No sé de quién es la responsabilidad: si del ayuntamiento, de alguna asociación de profesionales, de ambos, o de otros. Pero lo que tenemos es bien cutre. A mi por lo menos me ha servido para concienciarme y convertirme en este punto: a partir de ahora y mientras no cambie la cosa, siempre iré a recoger a quien lo necesite a la estación de tren. Quizá la solución venga por el voluntariado, estaría bueno, que hubiera una avalancha de voluntarios que fueran con sus coches a la estación de tren para llevar a los viajeros a sus casas, sin hacer negocio, aunque seguro que los viajeros lo agradecerían de buena gana con "la voluntad" o con un buen embutido de la meseta, qué se yo. Pero vamos, que lo de los taxis y la estación de tren no es propio de nuestra ciudad.


Enrique Aubá, 3 de diciembre de 2021

lunes, 29 de noviembre de 2021

Algo en lo que creer













"Algo en lo que creer", novela de Nickolas Butler (Asteroride, 2020). La leí hace unas semanas, me ha gustado. Lyle y Peg son un matrimonio mayor que vive en un pueblo de Wisconsin. América rural. Perdieron a un hijo al poco de nacer, un dolor que tiende a no desaparecer. Aman a su hija, Shiloh, que tiene sus defensas y no se de deja. Y cuidan de su nieto, Isaac, intentando procurarle una referencia estable que piensan que su madre no le da, a la vez que no quieren ser invasivos y respetan a su hija, la primera educadora del niño. Un relato de familia, de amor, de amistad, de fe.

Sin pretender ser una novela redonda, trata de cuestiones universales de un modo que nos hace querer volver a la literatura en este mundo audiovisual. Leer nos ayuda a vivir de otra manera, a contemplar, a reflexionar con un ritmo interior distinto. La redención vendrá en parte por la lectura, pero ese es otro tema. Junto con una buena historia, la novela está llena de párrafos con luz.

Lyle, Peg, Shiloh. Padre, madre, hija. Cada uno cree a su manera. Lyle no cree. Peg tiene una fe sencilla. Shiloh es una de esas creyentes algo excéntricas. Creen o no creen, cada uno tiene su estilo, y evolucionan. Y por encima de las diferencias está el amor y el respeto a la libertad de cada uno en la familia.

"No hay nada tan pesado en el mundo como el féretro que porta el cuerpo de un niño pequeño, pues ningún adulto que haya soportado alguna vez esa carga puede olvidarla jamás. Enterrar a un hijo es una tragedia a la que muchos padres no logran sobreponerse nunca."
"Aunque Lyle había dejado de creer, nunca dejó de ir a la iglesia del todo. De hecho, con frecuencia sospechaba que no era el único, que millones de cristianos, judíos, musulmanes, budistas, taoístas y mormones de todo el mundo acudían a sus iglesias, templos y mezquitas tanto por rutina u obligación como por fe o convicciones reales. O, quizá incluso con el fin de lucir solo un nuevo sombrero, un par de zapatos lustrosos o un traje elegante. La culpa, pensaba, también debía de desempeñar un papel importante (...). Otros tal vez acudieran para combatir el aburrimiento o la soledad. Para Lyle, sin embargo, la razón tenía mucho que ver con su amigo de infancia, el pastor Charlie, y con la encantadora y vieja iglesia campestre en la que había pasado tantos domingos de niño".

La fe. En la sociedad de la información, creer parece algo ancestral. En un mundo en el que domina el peso del dato científico y comprobable, las creencias tienden a enmarcarse donde lo emocional y lo subjetivo. Parece que la fe y la razón se contraponen, pero la fe es razonable. La fe es una forma de conocer, no tan lejana como se la pinta, complementaria al conocimiento que nos viene por los sentidos. En realidad, casi todos los conocimientos en los que nos apoyamos para vivir los tenemos por fe, porque nos los creemos, porque confiamos en otros, o nos fiamos de la vía por la que nos llegan. Si no creyéramos, no viviríamos, nos quedaríamos quietos en nuestra habitación, no nos moveríamos.

Esto que nos sucede para lo palpable, también tiene lugar para lo invisible. La fe nos ayuda a aproximarnos a lo trascendente, a lo espiritual, a lo no material. Y esta manera de conocer tampoco nos es extraña, por muy científicos que nos "creamos". Chesterton decía que "cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa". Algunos pensarán que el escritor inglés dijo esto porque vivió entre el siglo XIX y el XX, y no sabía lo que sabemos hoy, claro. Pero hoy, en pleno siglo XXI ya avanzado, creemos en cosas realmente "increíbles". Lo vemos ahora, por ejemplo, en torno a la pandemia dichosa. Lo mismo pasa con la alimentación y las dietas, donde conviven la ciencia, los mitos y las creencias. Tenemos datos. Creemos los datos. Creemos a quienes nos dan los datos. Creemos a quienes combinan los datos. Creemos a quienes interpretan los datos. Y nos damos cuenta de que todo lo que nos llega no puede ser cierto a la vez. Quizá algunos actúen "de mala fe" y quieran usar los datos para su propósito, parece claro. Entonces, al igual que podemos desconfiar, podemos creer en la conspiración, en la gran conspiración que une a todos los malos de la historia, o en pequeñas conspiraciones que nadie puede comprobar, lo que viene a ser otro tipo de fe. Y luego están los que se consideran imparciales, "yo no me caso con nadie", y acaban haciendo lo que hace la mayoría, que será lo más "razonable". Otra forma de vivir refleja otra forma de creer. Buff, qué complicado es esto, va a ser verdad eso de que todos necesitamos "algo en lo que creer".

"¿Por qué creen que el niño es un sanador? Si algún miembro de mi Iglesia acude a mi con un problema de salud y se trata de una dolencia lo suficientemente seria, Isaac y yo vamos a su casa y rezamos por ellos. El niño ha impuesto las manos a varios  feligreses diferentes y en todos esos casos estoy convencido de que los ha curado".
"Aunque Lyle no lograba entender de qué manera las creencias de Shiloh podían ser tan radicalmente diferentes (¿o mejores?) que las de la Iglesia en la que había crecido, no pretendió insistir ni convencerla, e hizo lo que había hecho toda la vida cuando se presentaba una situación de conflicto con su hija: se levantó de la butaca, besó a Shiloh en la frente, y se fue a su habitación...".

La novela describe también cómo la fe se despliega en torno a situaciones de enfermedad, que por cierto, no son nada extraordinarias, forman parte de nuestra vida y de nuestras familias siempre. Alrededor de la enfermedad también vemos todas las actitudes: el que no cree, la fe sencilla, y la fe excéntrica. Lo sencillo nos ayuda. Nos ayuda porque nos da paz, porque nos coloca en nuestro lugar en la comunidad y en la existencia, y muchas veces, es todo lo que podemos hacer. La oración de intercesión ayuda primero al que reza, y puede ayudar a aquél por el que se reza. La evolución y el curso de las enfermedades los conocemos científicamente con detalle... hasta cierto punto. Y, si hay Dios, seguro que puede servirse de esta incertidumbre inherente a los procesos de curación. Los milagros existen, hay bastantes probados científicamente. Qué mal suena esto, por cierto, tener que recurrir a la ciencia para demostrar la existencia del misterio. Pero es así.

Que la oración tenga sus frutos no quiere decir que podamos confiar la curación a la oración prescindiendo de los tratamientos probados. Esto sería irracional, y la fe no puede desafiar a la razón de esta manera. Sería una práctica denunciable, es una práctica denunciable de hecho, la novela hace referencia a alguno de estos casos. En nuestra sociedad, alrededor de la medicina convencional conviven múltiples terapias alternativas. Es claro que la medicina convencional no llega a todo, y es claro también que el cuerpo tiene un potencial sanador que hay que ser capaces de estimular. Tiene que ver con las expectativas y con la confianza, que están relacionadas con un mejor funcionamiento de los sistemas de homeostasis corporal. Leí hace unos años "La curación por el espíritu", del gran Stefan Zweig. Tres semblanzas (Mesmer, Baker-Eddy y Freud), en las que explora con admiración diferentes aproximaciones y métodos alternativos de sanación. Hay personas con una especial capacidad de manejar estos mecanismos de curación que todavía llamamos inespecíficos. Ellos saben bien cuando ayudan y cuando pueden estar abusando de la confianza del enfermo. Saben bien cuando están complementando a lo que no llega la medicina convencional y cuando podrían ser denunciados. El problema es que el enfermo, confiado, no lo sabe. Por eso hay que tener cuidado.

"¿Quieres que recemos, Lyle? (le plantea su amigo). Sí, creo que me vendrá bien. Así que los tres hombres se levantaron, formando una especie de piña con su brazos apoyados en los hombros de los otros... y rezó porque pudieran disfrutar de otro día juntos, en el huerto... Cerró los ojos con más fuerza todavía e imploró, con todo su ser, que aquella visión que había evocado todavía pudiera volverse realidad".
"¿Por qué rezaste? (le pregunta su mujer). Me pareció bien hacerlo. Y supongo que era lo único que podía hacer. ¿Te sientes mejor? Puede ser".

La novela también habla más directamente de la oración. Hoy se habla mucho de meditación, es reflejo de una necesidad profunda. Meditar es muchas cosas a la vez. Meditar es relajación, es focalización de la atención, es aprender a estar presente, es manejar los pensamientos que nos distraen y a veces nos atormentan. La meditación, tal y como se entiende hoy, conlleva unas técnicas que pueden ayudar a muchas personas, a la vez que hay que diferenciarlas de otras formas de oración. El término puede haberse vuelto confuso porque en la oración cristiana el concepto meditación tiene un significado de búsqueda distinto, de reflexión, de contraste. Y la oración no es sin más una técnica que nos relaja sino un despliegue de la fe que nos recuerda nuestro lugar en el cosmos, en la creación. No somos el centro, eso parece claro, y cuando nos creemos el centro del universo, sufrimos de manera innecesaria. Somos algo, somos quizá criaturas, somos quizá hijos. En cuanto criaturas o hijos, se abre la posibilidad de relación y diálogo con el Otro, otra forma de oración. Todo un universo. La fe se concreta en la oración, hay muchos modos de rezar, como hay muchas personas, distintos estilos, y diferentes momentos y etapas.

La oración tiene sus lugares, la fe tiene sus lugares. La naturaleza es el gran santuario, donde contemplamos y conectamos mejor con el espíritu. Los hospitales, donde tengo la suerte de trabajar, son también lugares de fe, lugares donde, entre tanta velocidad, presenciamos la llegada de la vida al mundo, compartimos experiencias extremas y de limitación, acompañamos en el momento de la despedida. Los cementerios, que ahora en noviembre quizá hemos visitado, son lugares de reposo, de serenidad, de comunión con los que hemos amado y con los que nos han amado. El espíritu nos envuelve. Las iglesias, por supuesto, son lugares de oración.

Termino con una experiencia reciente, precisamente en una iglesia, justo el día en el que había terminado de leer "Algo en lo que creer". En las iglesias católicas se custodia la Eucaristía como un tesoro, como un regalo, y esto hace de la iglesia un espacio de oración con un centro definido que nos atrae. Los movimientos de los cuerpos dentro de la iglesia (posturas, gestos, actitudes) reflejan nuestra fe. El caso es que, cuando estaba yo con esta reflexión, me di cuenta de que, en un determinado momento, los movimientos de los que estábamos (celebrantes y participantes) parecían reflejar más fe en el gel hidroalcohólico que en la presencia de Dios, tal cual. A ver, entiéndaseme. Las medidas de prudencia en la pandemia hay que cuidarlas, soy el primero que lo dice, soy médico. Pero a veces creamos nuevos rituales, nuevas liturgias, nuevas creencias que se nos pueden ir de las manos. Qué cosa. El misterio y lo pragmático, objetos de una misma adoración en una combinación esperpéntica, como en la novela. Imaginé por un momento que aparecía el Nazareno y arremetía contra los montajes grotescos y desproporcionados, del mismo modo que en su momento expulsara a los mercaderes del Templo. Pero no, ese habría sido un final de Tarantino. Abrí los ojos y volví a mi oración. El final del relato es que seguiremos conviviendo: los que no creen, los de la fe sencilla, y los de la fe algo excéntrica. Porque por encima de las diferencias, está el amor y el respeto. Aunque tampoco habría estado mal lo de Tarantino.

"Si bien era cierto que Lyle había abandonado su fe, no lo era menos que Peg lo había asido de la mano mucho tiempo atrás y que no lo iba a dejar caer por más que ambos estuvieran asomados a un precipicio que se desmoronaba. Ella creía por él y también, de algún modo, en él".
"Lyle pensaba con frecuencia que si el mundo, gobernado por hombres de manera tan violenta y estruendosa, aún seguía en pie, era gracias a mujeres como Peg. Mujeres que sufrían en silencio, amaban inmensamente y, al final de cada jornada, volvían a juntar todas las piezas después de asearlos a todos, de llenar sus estómagos y de aplacar sus miedos. Y luego, por la mañana, lo hacían todo de nuevo otra vez, sin darse la más mínima importancia. Trescientos sesenta mil bebés nacidos cada día, de madres que los alimentaban, dormían con ellos y apaciguaban su llanto en mitad de la noche".

"Compartir un libro es un acto de fe", lo dice incluso Benito Taibo, el mismo que afirma que solo se postra ante los altares de la ciencia y la literatura. Comparto esta lectura porque creo en el poder sanador de la literatura. Esto también es... "algo en lo que creer".


Enrique Aubá, 29 de noviembre de 2021

viernes, 5 de noviembre de 2021

Sobre la CUN, el HUN, y algunos complejos
















Menudo jaleo teníamos con los nombres de los hospitales universitarios en Pamplona. Cambiar de nombre a un hospital puede sonar innecesario, y quizá lo sea, pero los nombres también tienen su significado. No quiero entrar en qué nombre es más apropiado, no me corresponde. Pero sí querría reflexionar en torno al baile de nombres, que da juego.

Teníamos Hospital de Navarra y Hospital Virgen del Camino. Se fusionaron en 2010 pasando a denominarse Complejo Hospitalario de Navarra.  Teníamos Clínica Universitaria, de la Universidad de Navarra. En 2009 pasó a llamarse Clínica Universidad de Navarra. El Complejo, ahora pasa a llamarse Hospital Universitario de Navarra, el HUN. La Clínica, siempre ha sido la CUN. Así que ahora tenemos la CUN y el HUN. Suena bien, más fácil. Menos complejo.

La CUN y el HUN. Los solos nombres parece que se atraen, como que se demandan el uno al otro. Femenino y masculino. El yin y el yang, esas dos fuerzas fundamentales del taoísmo que se complementan. Pues eso pasa con la CUN y el HUN. O podría pasar. O debería pasar. O estaría bien que pasara. O me encantaría que pasara. O todo a la vez.

Yo he crecido en la parte masculina, en la sanidad pública. Mi madre ha sido toda su vida pediatra en Osakidetza, y nos enseñó a amar la sanidad pública como ella amaba a sus niños y niñas, y a los niños de sus niñas cuando crecieron, y a ella también le querían. Ahora llevo más de 20 años trabajando en la parte femenina, en la CUN, y no me hace gracia cuando escucho "a vosotros solo os importa el dinero", cuando solo he vivido que estamos para ayudar a todos, para darnos a los pacientes. Lo mismo que aprendí de mi madre trabajando en lo público.

El debate público-privado está envenenado y mal planteado de raíz, pero ese es otro tema. Hoy quería fijarme en la complementariedad que tienen la CUN y el HUN, pero más aún en la complementariedad que podrían tener. Cuando, como médico, leo sobre las excelencias y el potencial de los grandes hospitales de Madrid y Barcelona, me admira, me da un poco de envidia, y algo de pena porque creo que Navarra podría tener un  verdadero complejo sanitario (aquí sí que le va bien el nombre de complejo), a la altura de los mejores hospitales del país. Y no estamos a la altura, no, aunque estemos orgullosos de nuestra sanidad pública y aunque tengamos el mejor hospital privado de España. Ni vamos a estar a la altura si seguimos sin una colaboración más integral, asistencia coordinada y de excelencia, planificación de inversiones, investigación entrelazada desde su diseño, programas de formación médica mixtos y ambiciosos. Navarra podría atraer al mejor talento médico, ser referencia internacional indiscutible, y ofrecer la mejor atención para nuestros pacientes. Pero seguimos con apriorismos, teorías y complejos, vaya, que nos perpetúan en un buen sistema sanitario de comunidad autónoma.

¿Sería posible un complejo sanitario público-privado? A ver: se puede hacer lo que los ciudadanos queramos hacer. Si en algún sitio puede hacerse más fácil, es en Navarra. Si alguien puede hacerlo, es Navarra. Pero hay que ver la oportunidad, creer en ella, tener voluntad, y compromiso. Por ahora, nos conformamos con lo pequeño, que no nos va tan mal. Pero es que nos podría ir mucho mejor. O nos debería ir mucho mejor. O estaría bien que nos fuera mucho mejor. O me encantaría que nos fuera mucho mejor. Qué se yo, no debería ser tan... complejo.


Enrique Aubá, 3 de noviembre de 2021
Publicado en Diario de Navarra el 4 de noviembre de 2021








lunes, 18 de octubre de 2021

Cáncer de mama: impacto psicológico y familiar









Camille es una mujer norteamericana (Midland, Texas) que está ingresando en el hospital. Afortunadamente para mí, habla perfecto castellano. Tiene 43 años, está felizmente casada con Richard, también americano, descendiente de inmigrantes italianos. Siempre me han resultado simpáticos. Ella tiene una facilidad asombrosa para expresar lo que siente con imágenes sugerentes, consigue transmitir. A la vez, tiene un punto supersticioso gracioso. Él tiene una habilidad connatural para hacer un chiste de cada situación. Camille ama con locura a Richard aunque a veces no le importaría estrangularlo. Tienen una hija de 12 años. El cirujano piensa que su paciente puede estar más nerviosa de la cuenta, quizá por eso estoy aquí, soy psiquiatra. Camille tiene cáncer de mama.

El cáncer es una proliferación celular descontrolada que escapa a nuestros mecanismos de defensa. Crece dentro de nosotros, se alimenta de lo que nos alimentamos, y cuando se hace notar puede ser demasiado tarde. Es un asesino silencioso. A Camille le diagnosticaron el cáncer hace dos semanas. Hoy le van a quitar el tumor. Y la mama. La intervención es sencilla, lo sabe, pero no por eso está menos asustada. Después tendrá unas sesiones de radioterapia. El pronóstico es bueno, lo sabe, pero no por eso deja de tener miedo. Es una escena frecuente en un hospital, una escena no infrecuente en la vida de una mujer. Una de cada 8 mujeres tendrá cáncer de mama en algún momento de su vida. Es como jugar a la ruleta rusa con un revólver de ocho balas. Aunque afortunadamente, en la ruleta del cáncer de mama la mayoría de las balas no matan. La supervivencia en el cáncer de mama está en este momento en nuestro país en alrededor del 85%. Pero no deja de aterrar. Camille tiene miedo, está nerviosa, está preocupada. El cáncer mata, el cáncer nos quita, es mucho lo que podemos perder.

Camille piensa en su hija. "Si pienso que tendrá que vivir sin mí, se me viene el mundo encima". "Seguramente le vendrá la regla este año, a mí me vino a su edad". El cáncer no entra en ninguna de las posibles planificaciones que hagamos, se entromete en nuestras vidas. "Si me pasa algo, tú vas a cuidarla y a quererla siempre, ¿verdad, Richard?". No puede estar previsto en el diseño del universo que una madre tenga que morir antes que su hija pequeña, cuando la crianza no se ha completado. Como tampoco puede estar previsto que un hijo muera antes que sus padres. El cáncer nos afecta tengamos la edad que tengamos, pero en personas jóvenes es más duro. Es cosa del ciclo vital. Hay momentos de la vida en los que es como que nos toca aportar más energía al mundo, y si irrumpe entonces el cáncer, el desgarro es mayor.

El cáncer no afecta únicamente al organismo, no afecta únicamente a nuestro cuerpo. El cáncer desafía nuestro equilibrio psicosomático, nuestro ser bio-psico-social, nuestra integridad bio-psico-espiritual, como prefiramos expresarlo. Amenaza nuestra entera existencia. Nos afecta física y también psicológicamente. Afecta a la persona que lo padece y a las personas de su entorno. Afecta de manera inmediata a la familia, nuestro entorno más cercano e íntimo, que además es nuestra principal fuente de apoyo. El sistema familiar, más o menos flexible, más o menos cohesionado, tiene que reorganizarse ante el cáncer. Y en función de cómo se adapte, el impacto psicológico en cada uno de sus miembros será mayor o será amortiguado. El cáncer, de manera especial el cáncer de mama, es modelo paradigmático de cómo la enfermedad afecta a todas las esferas de la persona. La enfermedad es sistémica.

Camille es mujer. El cáncer de mama es un cáncer de mujer. Los hombres también pueden tenerlo, pero es claro que tienen otros con más frecuencia. El cáncer más frecuente en nuestro país es el colorrectal, sin diferenciar por sexos. Después el de próstata (exclusivo de hombres), seguido por el de mama (casi exclusivo de mujeres, 1 hombre por cada 100 mujeres). El cáncer que más mortalidad causa es el de pulmón, que es más frecuente en hombres (1 mujer por cada 4 hombres). Cuestiones de sexo. Para hablar de tantas cosas en Medicina es necesario acudir al sexo. Al sexo biológico, aunque ahora también hablemos de género. DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría) advierte agudamente en su preámbulo: "las diferencias entre hombres y mujeres se deben tanto al sexo biológico como a la autorrepresentación individual, pero hay algunas diferencias que se basan solo en el sexo biológico". Pues eso. Caprichos de la naturaleza, qué cosas tiene.

El cáncer de mama está lleno de significados y contenidos simbólicos, no puede entenderse sólo con datos y estadísticas. El desarrollo del pecho es señal externa del paso de niña a mujer, es intimidad y sensualidad, es recordatorio de una potencial maternidad. Camille hace una confidencia a Richard: "no puedo dejar de pensar en mi madre, en cuando yo era pequeña y la veía desnuda... era la mujer más guapa que yo he visto en mi vida". En "Erótica y materna" (2018), la doctora Mariolina Ceriotti analiza la condición femenina en sus dos "almas", construyendo a partir de los trabajos de la psicoanalista Helene Deutsch. Interesantísimo. El cáncer de mama es una enfermedad que ataca tanto a la dimensión erótica como a la dimensión materna de la mujer, tomando estos términos en su sentido más amplio. El genio femenino contribuye para un mundo mejor, aporta sensibilidad, sentido de la estética, cuidado maternal. Con hijos o sin ellos. Jung habla del arquetipo de la madre. Fertilidad, tierra, jardín, fuente, manantial, bondad, protección, sabiduría, mágica autoridad, el lugar del renacer. El cáncer de mama ataca a una realidad que nos sustenta, y la mujer ve amenazada su imagen corporal, su integridad, y también su autoestima. "He soñado que tiraban mi pecho por el retrete, que se iba al mar y que las gaviotas se lo comían". "Voy a ser un monstruo, Richard, quedaré mutilada". El cáncer de mama es cáncer de la autoestima, de la sensualidad y de la maternidad.

El cáncer desencadena cambios. No puede verse sin más como un acontecimiento traumático causante de alteraciones psicológicas. Es una amenaza, sí, pero es más bien una realidad transformadora que debe ser afrontada ya que tiene repercusión sobre la entera existencia. "Estoy muy enfadada contigo, Richard. Desde el diagnóstico, no sé por qué, pero te odio. Tienes la misma cara de siempre". Camille le reprocha a su marido que no haya cambiado. Para ella, el solo diagnóstico le está cambiando. Ante la posibilidad de perder, nos tambaleamos, perdemos pie, se mueve aquello sobre lo que nos sentíamos seguros. La amenaza nos ayuda a relativizar y a priorizar. Ella ha cambiado y ve que su marido no. O ella está cambiando más rápido que él. Puede haber diferencia de tiempos, es bueno conocerla, pero va a haber cambios en cualquier caso. Puede ser un huracán devastador, pero también puede ser una corriente purificadora. Hablamos del efecto destructor del trauma, y también hablamos de crecimiento postraumático. Tenemos que aprovechar la energía del viento a nuestro favor, en este caso el cáncer, aunque haya aparecido sin ser invitado.

El cáncer es un fallo en una programación que presuponemos perfecta. El cáncer no debería existir, pero existe. La medicina hace lo posible para que no exista, y hace mucho. Son grandes los avances de la investigación en cáncer, lo vemos de manera especial en el cáncer de mama: genética, bioquímica, inmunología; prevención, detección precoz, tratamientos personalizados; cirugía mínimamente invasiva, reconstructiva y estética; curación, supervivencia, calidad de vida. Realmente impresionante. Pero el cáncer sigue existiendo y no desaparecerá. Quizá sea un modo de morir previsto por la naturaleza, una manera de desprogramarse, como lo es la neurodegeneración, o como lo son otros debilitamientos asociados al envejecimiento, como el del corazón, o el fallo multiorgánico. Podemos rebelarnos, puede parecernos injusto. Pero el cáncer, es. Nos recuerda que somos vulnerables y que no todo está bajo nuestro control, ni mucho menos. La ciencia lo combate, la sociedad lo combate, nos aferramos a la vida. Pero cuando el cáncer se ha instalado y no hay quien lo desaloje, puede ser mejor no pelear demasiado de frente contra él. Hay un momento en que hay que aceptarlo, hay que convivir con él, no podemos dejar que nos robe también la paz. Aceptar, dejándonos cuidar. Seguir viviendo con intensidad cada instante, amando.

El impacto del cáncer también se modula en función de cómo sea nuestro sistema de creencias, nuestros valores. A Camille la anestesia le da mucho miedo, "por estar inconsciente... la muerte se define como la inconsciencia de las personas". "No es igual que estar dormida: cuando duermo, estoy con la gente importante de mi vida, del presente y del pasado, y hay lazos que me unen con ellos". Aunque le acecha la desesperanza: "No somos nada, joder, estamos hechos de piel y sueños". Qué manera tan rica de describir tiene Camille, por eso me ha fascinado desde que la conocí. Camille no tiene propiamente fe, pero es una mujer espiritual. No es cuestión de sugestión y de cuentos, que sin duda también pueden anestesiar nuestra afectividad. Es una oportunidad para preguntarnos si la realidad es lo que tocamos o si hay algo más. Richard, convencido y con afecto, le conforta: "Siempre estaremos, juntos. Siempre".

No sé qué fue después de Camille, ya lo siento, no la volví a ver después de la cirugía. Me lo puedo imaginar, ya que el pronóstico era muy bueno. Superaría el cáncer, y seguirá viviendo con su Richard en algún lugar del medio oeste americano. Y con su hija, que ya debe ser una mujer. No la volví a ver porque se terminó el cortometraje, nueve minutos, no más. La historia de Camille es una de las nueve historias que recoge el colombiano Rodrigo García en la película Nueve vidas (2005). Nueve episodios, nueve escenas en la vida de nueve mujeres, a tiempo real. He recurrido a ellos alguna vez en seminarios o clases. Están llenos de humanidad, sensibilidad, delicadeza. No tienen desperdicio.

El cáncer nunca aparece en buen momento, siempre tenemos alguna tarea pendiente. Lo mismo el cáncer de mama. Podríamos dibujar escenas distintas a las que dibuja Rodrigo García. Nueve escenas en la vida de una mujer. Jugar, crecer, amar, trabajar, dar a luz, educar, conciliar, cuidar, descansar. Por ejemplo. U otras distintas. Escenas cotidianas que reflejan la grandeza del darse y de vivir. Escenas en las que el cáncer siempre viene como a deshora, como que interfiere. Aprendemos así nuevos matices de lo inoportuno que siempre es el cáncer.

Debo al psiquiatra y profesor Salvador Cervera Enguix, que en el cielo esté, así como a la psicóloga e investigadora Maria Joao Forjaz, el haber podido realizar, en su momento, una tesis doctoral sobre el impacto psicológico y familiar del cáncer de mama. A ellos mi agradecimiento y recuerdo.


Enrique Aubá, 18 de octubre de 2021

lunes, 4 de octubre de 2021

Sin rodeos (2008)








Sin rodeos. ¿Y si nos levantáramos un día y dijéramos a todo el mundo lo que pensamos tal como lo pensamos? En directo, sin dorar la píldora, sin mano izquierda. Se armaría una buena, sobre todo si lo hiciéramos todos a la vez. La vida en sociedad tiene sus reglas, está también la educación y el no hacer daño, pero es que a veces... es como que uno se cansa. ¿Por qué todo tiene que ser tan complicado? ¿Por qué son necesarias diez conversaciones previas en vez de hablarlo todo de una? ¿De verdad tengo que seguir la corriente a todas las manías de este? (o de esta) ¿Tengo que seguir haciendo como que me parece normal que mi hijo salga hasta las cuatro de la mañana con la excusa de que lo hacen todos? Ya basta, oye. Ya te vale.

La vida conlleva cambios, también cambios de etapa en el ciclo vital, cada una con sus demandas y responsabilidades. Hay tensiones propias de cada etapa, de nuestro estado de salud, de la situación familiar, de identidad laboral, de cosas que nos suceden... y son de alguna manera inevitables o necesarias. Pero hay otras tensiones "innecesarias", fruto de la inercia o de la tontería, y no debemos complicarnos más de la cuenta ni hacernos cómplices de ellas.

Remake de película chilena, repetida también en México y en Argentina, cada país con su estilo. Diferencias generacionales en el trabajo, relaciones familiares y de pareja, redes sociales, psiquiatras y curanderos,... Ayuda a reírse y también a pensar un poco, aunque solo sea un poco. Tiene un jugoso elenco de actores-humoristas españoles que hacen una película fresca y divertida: Maribel Verdú, Santiago Segura, Cristina Pedroche, Wyoming, Candela Peña, Florentino Fernández, y otros, ¡incluido José Mota! Para terminar con Alaska y su "no quiero más dramas en mi vida".

(el trailer, es muy bueno)

(¿qué harías si pudieras decir todo lo que piensas?)

("No quiero más dramas en mi vida", Fangoria)

(letra)
No quiero más dramas en mi vida, sólo comedias entretenidas, así que no me vengas con historias de celos, llantos y tragedias.
Si me llamas para lo de siempre, no te molestes, no me interesa.
Lo repito, por si no lo entiendes. Me cansa estar triste, y no me compensa más. He decidido enterrar el dolor y la pena, voy a olvidarme de los problemas.

No quiero más dramas en mi vida, sólo comedias entretenidas, así que no me vengas con historias de celos, llantos y tragedias.
¿Qué más da? Si todo es mentira, deja que me ría. ¿Qué más da? Si al final el día, va a acabar igual...

Deja de quejarte sin descanso, es aburrido, y, ¿de qué sirve?
Piensa que el futuro sigue en blanco, que nada está escrito, que todo es posible.
He conseguido borrar de un plumazo las fobias y manías. Ha sido fácil: son tonterías.

No quiero más dramas en mi vida, sólo comedias entretenidas, así que no me vengas con historias de celos, llantos y tragedias.
¿Qué más da? Si todo es mentira, deja que me ría. ¿Qué más da? Si al final el día, va a acabar igual...



Enrique Aubá, 4 de octubre de 2021

lunes, 20 de septiembre de 2021

Perder la memoria








Envejecemos. El envejecimiento no es una enfermedad, aunque a veces nos confundamos o nos quieran confundir. El Alzheimer es una enfermedad, la más frecuente con diferencia entre las demencias, que también son enfermedad. Pero envejecer no es enfermar, y tener menos memoria cuando somos mayores no significa estar enfermo. El envejecimiento es un proceso natural que debemos cuidar. Se trata de conocerlo y aceptarlo. Con 80 años no tenemos la agilidad ni la autonomía de los 50. Si nos atascamos en querer seguir siendo como a los 50, sufrimos. Si nos empeñamos en buscar la "cura contra el envejecimiento", nos obsesionamos y nos angustiamos. A veces, incluso hacemos cosas grotescas. Envejecer con elegancia es una de las tareas de nuestras últimas etapas del ciclo vital.

Pero hoy quiero hablar de enfermedad. Me impresionó atender en consulta el año pasado a una mujer de mediana edad, unos 55 años creo recordar, con formación universitaria, empresaria autónoma, que empezaba a tener síntomas de Deterioro cognitivo leve compatible con una Enfermedad de Alzheimer incipiente. No son infrecuentes este tipo de consultas, aunque, afortunadamente, son mucho más frecuentes las consultas, tanto en Psiquiatría como en Neurología, de personas que piensan que pueden tener demencia y no la tienen, porque la disfunción cognitiva que presentan es secundaria, manifestación de un cuadro afectivo, depresivo o ansioso, fundamentalmente. Digo afortunadamente porque en este segundo grupo de consultas, la causa de la disfunción cognitiva es en principio reversible, y no irreversible como en el caso de la paciente que me impactó. Es cierto que lo irreversible de la demencia tampoco quiere decir que se desarrolle de manera completa ni rápida, ya que puede quedarse como estancada, o avanzar muy lentamente. Pero nos asusta la posibilidad de desarrollar una demencia. Nos asusta la posibilidad de perder la memoria.

Perder la memoria nos parece una de las formas más duras de enfermar. Hay otras formas de enfermar que cursan con más dolor, pero perder la memoria supone que nuestra consciencia y sentido de la propia identidad se ven amenazadas. Perder la memoria no es solo perder información, perder recuerdos. Perder la memoria nos parece sinónimo a dejar de ser. Es una amenaza que además no es infrecuente, ya que las demencias tienen una prevalencia notable. Dependiendo de dónde pongamos los límites de edad y de lo estrictos que seamos con el tipo de demencia, se estima que un 5% de personas de edad avanzada presentan demencia. No es poco. Pero aunque perdamos la memoria, no dejamos de ser.

Durante la pandemia descubrí una canción de la Oreja de Van Gogh de hace varios años, de 2016, y no me canso de escucharla, no sé por qué. Se trata de "Estoy contigo". En 2017 coordinaron una versión coral, preciosa, en la que participan artistas como Vanesa Martín, Ana Torroja, India Martínez, Melendi, y unos cuantos más. Son mías un número importante de las visualizaciones en Youtube de este lujo de versión. El vídeo es sobrio y elegante: una mujer, inexpresiva inicialmente, en el centro de lo que podría ser una jaula de espejos. Está sola, aislada del entorno. Parece que no siente, que no percibe, o no reacciona ante lo que percibe. En los espejos se van alternando retratos, imágenes, personas a las que quizá ha amado o personas que le han amado, pero están como en otra dimensión. Ella se va viendo interpelada por las figuras, por el sonido, por el movimiento, por la música, por el afecto, por la cercanía en la distancia. Y, poco a poco, se va dibujando en su cara una sonrisa. Interacciona, se mueve. Está viva por dentro. Aunque inicialmente no lo pareciera.

"Tú, que me mirabas", ... tú, que lo has sido todo, ... "y ahora tu memoria se escapa con mi vida detrás". Tú que has podido con todo..., " y ahora va colándose el frío del invierno en tu voz". Te vas apagando. Parece que desapareces, pero aquí estás, y no quiero que dejes de estar. "Estoy contigo". Permaneces, siempre permaneces. Permaneces en mí. Porque yo soy tú. "Cuando creas que la vida se ha olvidado de ti". No desaparecerás. Porque tú eres yo. Parece que no sientes. "Tú que aún brillas cuando escuchas mi voz". Brillas, resuenas, vives. Desde fuera no sabemos cuánto, ni cuándo, ni cómo. Pero brillas. "Estoy contigo". Sigue conmigo. Quiero que sepas que estoy aquí. "Cuando llegue la nostalgia a separarte de mí". Quiero que sepas "que aún no te has ido, que yo sigo aquí".

Además de memoria, perdemos habilidades, perdemos autonomía. "Cuando sientas que tus manos no se acuerdan de tí". Esto pasa en el envejecer normal, y es más acentuado en las situaciones de enfermedad. Dejamos de poder hacer cosas que antes hacíamos, y nos cuesta renunciar a seguir haciéndolas. No pocos dramas se viven en las familias cuando una persona amada quiere seguir conduciendo más allá de lo razonable, o de lo prudente. Todo lo que hagamos para no perder autonomía es bueno. Y también es bueno todo lo que hagamos para ayudar a asumir la pérdida de autonomía cuando esta tiene lugar de manera irremediable. "Estoy contigo", "para darte mis palabras", "y devolverte todo lo que hiciste por mi". Quiero ser tu movimiento. Confía en mí. Dejarnos ayudar, es  otra tarea de esta etapa de la vida. Necesitamos de otro yo. Un "yo auxiliar", suele decir un colega y maestro.

Cuando perdemos la memoria, sufrimos. Sin duda. Sufrimos porque vemos lo que perdemos, nos enfadamos porque todo es más complicado, todo es más confuso. Sufrimos de manera reactiva, pero la pérdida de memoria también conlleva, de por sí, unas alteraciones afectivas y conductuales, directamente relacionadas con el deterioro. Lo describe bien la película "El padre", de 2020, con la que Anthony Hopkins ganó el óscar al mejor actor principal. Nos cuenta un proceso de deterioro desde la perspectiva del enfermo. Es angustiosa, pero ayuda a situarse mejor en lo que puede estar viviendo el enfermo, desde dentro. Es verdad que no siempre que se pierde la memoria se tiene tanta angustia y agitación, pero es que es más difícil que te den el óscar con una actuación contenida. En cualquier caso, es difícil saber qué pasa por dentro cuando avanza el proceso. Parece que se sufre menos, pero no lo sabemos. El sufrimiento en cualquier caso es más sereno. Y seguimos vivos.

Hay momentos de la enfermedad en los que el surrealismo parece ponerse en primer plano. Tú no eres mi hija. Ayer fue hoy. O al revés. No encuentro los huevos, buscando en la lavadora. Tu hermana no se pone al teléfono, hablando concienzudamente al mando de la televisión. No voy a ducharme más, llevo toda la vida haciéndolo. Uno no sabe si reír, llorar, o desesperarse. No puede ser cierto lo que me estás diciendo, cuando lo es. Es fácil que uno pierda los papeles, las formas, que eleve el tono de voz más de lo habitual. Y se comprende. Porque el cuidador ama, el cuidador se preocupa. Pero perder las formas no ayuda, ni al enfermo, ni al cuidador. El enfermo sigue ahí, aunque parezca más aislado del mundo. Y responde al afecto, al cariño, a la suavidad. Nos ejercitamos en dar aunque parece que no recibimos, no tenemos feedback, o solo muy de vez en cuando. Pero debemos hablar suave. Y tocar suave. Sabiendo que está.

El envejecimiento puede parecer lineal, pero los estados de enfermedad que se presentan al envejecer aparecen en cascada, en pendiente pronunciada, en espirales. Es bueno identificar los círculos viciosos de enfermedad de la vejez que nos hacen entrar en barrena y perder salud y calidad de vida de manera brusca. Los círculos de enfermedad son los que se establecen cuando se juntan la pérdida de memoria, pérdida de autonomía, dificultades motoras, dolor, ansiedad, dificultad en la toma de medicación,... Hay que identificarlos y cortarlos. Se identifican... con cuidados. Y los cuidados son más accesibles cuando nos dejamos cuidar. Hemos dicho que el dejarnos cuidar es una tarea de la etapa vital de la vejez, pero se aprende desde antes.

Los cuidados en la vejez, tanto en la salud como en la enfermedad, pivotan sobre la familia. La familia es el eje de la sociedad en la cultura del cuidado. La familia es la continuidad de los mayores. La familia es la memoria de los mayores, a la vez que los mayores son nuestra memoria, qué cosas. Para esto, una última referencia, esta vez una novela: "Llévame a casa", de Jesús Carrasco, publicada la pasada primavera (2021). Todo es bonito en esta novela, huele a recuerdos, nos hace resonar. Es precioso cómo muestra el cuidado de la familia, y cómo la familia se recompone y reafirma su identidad precisamente al cuidar. De lectura imprescindible.

Es paradójico que, a la vez que pensamos en estas cosas, se nos plantee en nuestro país una ley con la que se facilita y promueve el suicido asistido, qué cosas. Quería traerlo como contraste. Ante estas leyes, seguimos celebrando la vida. Celebramos la memoria, celebramos la continuidad biográfica. No hay vidas inútiles. Aunque no nos reconozcan, aunque se enfaden, aunque se aíslen. Somos también su vida. Soy tu vida. Somos tú y yo. La dignidad no se pierde, nuestra vida permanece. Permanecen nuestros frutos. Permanecen nuestros lazos. Permanece nuestra memoria.

No dejamos de ser porque, aunque no sabemos lo que pasa en lo profundo de la conciencia de la persona que se va deteriorando, sigue latiendo la vida, y las ventanas de lucidez nos hablan de que la vida sigue más allá de lo explicable. No sabemos cómo se vive en el silencio de la desconexión sensorial, y no sabemos cómo se vivirá después. Pero el espíritu sobrevive y será más ligero sin el cuerpo, aunque no seamos capaces de entenderlo sin el cuerpo. Intuimos que, de alguna manera, transcenderemos a nuestra corporeidad.

Una canción. Una película. Una novela. Ojalá esta reflexión nos ayude a cuidar mejor. Y a aprender a dejarnos cuidar.


Enrique Aubá, 20 de septiembre de 2021

viernes, 3 de septiembre de 2021

Decálogo del síndrome postvacacional








Lo que a veces llamamos síndrome postvacacional tiene que ver con el cambio de ritmo, del descanso al trabajo, del disfrute a la rutina, la vuelta de la evasión a la responsabilidad. Sentimos cómo se vuelve a tensar el cuerpo para recuperar el tono. Es un síndrome de reaceleración, sería mejor llamarle así para no responsabilizar a las vacaciones ni al trabajo, qué culpa tendrán. Es también consecuencia de que tendemos a la posición horizontal, y recordatorio de que la postura erguida requiere más energía. Duele algo, dura poco, es normal. Claro que podría tratarse de algo de mayor entidad, pero si lo que sientes ha empezado coincidiendo con que terminan las vacaciones y comienza el trabajo, lo lógico es esperar, que se pasa. Viene bien también conocer el ciclo de aceleración de las empresas a lo largo del año ya que se superpone con la reaceleración de las personas. En mi empresa, por ejemplo, la aceleración de comienzo de curso dura hasta el Pilar, en torno al 12 de octubre. A partir de entonces, se alcanza la que podríamos llamar velocidad de crucero: el ritmo sigue siendo alto pero, por lo general, no se acelera más. Esto es bueno saberlo, para no asustarse. Dicho esto:

1. Si tienes síndrome postvacacional, eso significa que tienes trabajo: fomenta la gratitud. Además, es que has tenido vacaciones.
2. No digas en voz alta que tienes síndrome postvacacional: si lo repites se hace más grande.
3. No comas muy rápido o te atragantarás. No intentes hacer esta semana todo lo que crees que deberías hacer, deja cosas para la semana que viene.
4. Si notas el síndrome postvacacional, es que tienes cuerpo. Preocúpate el día en que no notes ninguna molestia.
5. Procura no leer los artículos que a lo largo de septiembre se van a publicar sobre el síndrome postvacacional, hay otros más interesantes: cómo ha sido el verano de las celebrities y famosos, series que se estrenan la nueva temporada, si el Madrid ficha o no a Mbappé, ...
6. Piensa en alguna afición que te gustaría tener o iniciar: no es imprescindible que la inicies pero piensa en ella. Piensa también en un plan "distinto" que te gustaría hacer este cuatrimestre: no es imprescindible que lo hagas, pero piensa en él.
7. Intenta no dedicar una sobremesa ni una tarde de terraza al síndrome postvacacional: es de mal gusto. Tampoco cuando estés en el golf.
8. Si otro insiste en sacar el tema del síndrome postvacacional a pesar de que tú te estás resistiendo, siempre puedes recordarle que estamos en una pandemia y hay personas que siguen muriendo. No es broma.
9. No consultes a un psiquiatra o psicólogo por el síndrome postvacacional: lo más probable es que él (o ella) también lo tenga.
10. No se me ocurren más recomendaciones, pero había que completar la decena.



Enrique Aubá, 3 de septiembre de 2021

domingo, 29 de agosto de 2021

Relato de un sueño


Este verano he tenido un sueño. Los sueños son caprichosos, tienen otras reglas. Lo real y lo irreal se mezclan, el tiempo se deforma, los números bailan, los recuerdos y deseos toman más fuerza. Pues bien: he soñado que me iba con una rubia al Caribe. A Martinica en concreto. Toma ya.

Existen destinos de ensueño, Martinica es uno de ellos. Lugares de ensueño son aquellos a los que alguna vez te gustaría ir pero lo más probable es que nunca lo harás. Sueñas con ellos, ya dormido, ya despierto. Son paisajes a los que se te va la mente cuando estás cansado, o esos atractivos fondos de escritorio que  Windows nos pone. Recientemente he empezado a seguir en Instagram a una revista de viajes que cada día te propone un paraíso. Con solo ver la foto, uno descansa. El Cairo, Niágara, Estambul, Islandia, Copán, por ejemplo. Cada uno tiene sus lugares de ensueño, aunque muchos suelen ser compartidos. Mi sueño tiene lugar en Martinica.

Martinica fue escenario de un clásico, "Tener o no tener" (Howard Hawks, 1944), ambientado en la Segunda Guerra Mundial.  Lauren Bacall y Humphrey, jóvenes. ¿O eran Audrey Hepburn y George? Ay no, que éstos eran los que desayunaban con diamantes en otro clásico, qué lío es esto de los sueños. Lauren decía: “Si me necesitas, silba. Sabes silbar, ¿no? Sólo tienes que juntar los labios y soplar. Y yo acudiré a tu llamada.” El caso es que esta vez fue Audrey quien silbó, y acudimos a su llamada.

Me había tomado un café con la rubia en Colmenar Viejo. Surrealismo puro, ni Dalí lo habría imaginado. Será otra construcción onírica, todos sabemos que Colmenar Viejo no existe, es solo una referencia que ayuda en la circulación por la periferia de Madrid. La rubia salía de un ingreso de casi tres semanas, dolorida, aislada, ni agua en la dieta, apaleada. Venía de uno de esos estados en los que parece que cuerpo y espíritu se juntan más aún, en los que percibes mejor que en realidad son una misma cosa. Ella quería ir a Martinica, qué caprichosa, y por momentos parecía que la salud iba a truncar su sueño. Pero se salió con la suya.

Viajar a la Francia de ultramar en medio de una pandemia es una odisea. En los sueños con frecuencia uno siente que no acaba de llegar al lugar al que se dirige, que el viaje se alarga de manera incomprensible. Así sucede también en mi sueño, una carrera de obstáculos. Barajas, Charles de Gaulle, Fort de France. Un recuerdo para los amigos que se cayeron por el camino. Documentación, vacunación, test de antígenos. Motif impérieux. Un beso para los familiares que se quedaron. ¿48 o 72 horas? Ten en cuenta la diferencia horaria. ¿Ganamos o perdemos horas? ¿Se suma o se resta? Qué jaleo. Comparecencias sucesivas antes los hombres de los mostradores, fáciles o tensas, arbitrarias, todo depende de con quién te toque, similares a los diálogos de Alicia con el Sombrerero Loco. "¡Que les corten la cabeza!".

La expedición la conformamos un grupo curioso, parece un equipo de naipes. De corazones o diamantes, domina el rojo. Por una parte, del uno al ocho. Lo único que tengo claro es el color del pelo. Además de la rubia, hay dos pelirrojas, una alta y otra mediana, qué bien se lo pasan. Una morena. Y un pelirrojo y un rubio que fueron, cuando tenían. Hay más personas en el grupo, tres. Les unen los mismos lazos, y completan el palo de la baraja. Les trois figures: le roi, la dame, le valet. O les trois mousquetaires. O les trois ilets, qué sé yo, este ejercicio de asociaciones laxas es un poco confuso. No recuerdo el color de su pelo, no sé por qué. Lo que sí recuerdo es que también hay un niño.

En Martinica el tiempo es distinto, o también esto es cosa del sueño. Avanza más lento o va hacia atrás, no sé bien, puede que sea porque es isla, como en Perdidos o en la última de Shyamalan. No hay prisa, como si todo importara menos. Cuando llueve, que llueve, lo hace de abajo a arriba. Moja, claro que moja, pero no enfría. El verde se come las carreteras, el agua muestra un azul turquesa casi fluorescente. Daikiri, mojito, piña colada. Croissants de mantequilla. Tres más uno. La vida es exuberante, la luz transparente y te envuelve, las casas son de colores. Creo que hay alguna playa.

El niño. El niño puede ser la clave. El niño está siempre volviendo al agua, algo querrá decirnos. Salta, ríe, se mueve, juega. Parece recordarnos en el sueño que la vida real no debe ser tan seria como la pintamos los mayores.

Hay también una iglesia, sencilla, con fachada naranja romano, en la ladera de la península, sobre la bahía. Notre Dame de la Bonne Delivrance. Participamos en la misa con las gentes del lugar. Al principio sorprendidas, quiénes son estos extraterrestres; enseguida confiadas, éstos son también de nuestra raza, aunque de otro color. Se despierta al pastor si hace falta, aprendemos a rezar mejor. Leemos, cantamos, pedimos, damos gracias. Estamos. Hasta entonamos el Gure Aita y Agur Jesusen Ama, tal cual. ¿Sueño o realidad? Qué más da.

Un día, la pelirroja alta acompaña al altar a otro moreno, es el ocho. Chaqué azul, brazo de mar. Y llega ella. Bien pudiera descender de la primera emperatriz, aquí se había bautizado. Ella tiene luz propia, blanca. Reciben el sacramento. Menuda pareja hacen: son jóvenes, tienen sueños y toda la vida por delante. "En los jardines de la memoria, en el palacio de los sueños... allí es donde tú y yo nos veremos. Pero un sueño no es la realidad. ¿Quién te dice cuál es cuál?". Al mismo tiempo, en el cielo, un rubio alto y elegante, y una morena vital de rizo indomable, sonríen. Menuda pareja hacen: son jóvenes, tienen sueños. Y toda la vida por delante.


Enrique Aubá, 29 de agosto de 2021

miércoles, 25 de agosto de 2021

Cineforum psicopatología Clínica Universidad de Navarra







Finalizamos otra edición del cineforum de psicopatología que tenemos cada verano en el Departamento de Psiquiatría y Psicología Clínica en la Clínica Universidad de Navarra. Tiene formato de seminario dirigido principalmente a los residentes de Psiquiatría y Psicología del departamento. Lo hemos tenido desde 2010, salvo en 2018 y 2019. La experiencia es muy buena. Los úlltimos años ha sido así: cada miércoles anunciamos la película a comentar la semana siguiente, y el siguiente miércoles tomamos un café y la comentamos. Sin más. Funciona bien. Lo hacemos aprovechando que en verano suspendemos las sesiones clínicas y bibliográficas que tenemos durante el curso, y es una manera menos formal de seguir aprendiendo. Copio a continuación las películas que hemos visto en estos años (¡101 películas!), para el que le interesen. Se aceptan sugerencias, sabiendo que la lista es infinita...


2024

El caso Sloane (2016)

Las vidas de Grace (2013)

Stockholm (2013)

La aparición (2018)

20000 especies de abejas (2023)

Rain man (1988)

Anatomía de una caída (2023)

El castillo de cristal (2017)


2023
Palabras en las paredes del baño (2020)
El manual de la familia perfecta (2021)
Morir (2017)
La ballena (The whale, 2022)
Hasta los huesos (To the bone) (2017)
Nefarious (2023)
En un lugar salvaje (Land, 2021)
El hijo (2022)
Los renglones torcidos de Dios (2022)

2022
Una razón brillante (2017)
Captain Fantastic (2016)
Wonder (2017)
Un amor intranquilo (2021)
Tres (2021)
Tenemos que hablar de Kevin (2011)
4 días (2020)
CODA (2021)

2021
El padre (2020)
La profesora de piano (2019)
Especiales (2019)
Extremadamente cruel, malvado y perverso (2019)
Nomadland (2020)
Copying Bethoven (2006)
Madre (2019)
Steve Jobs (2015)

2020
Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo (2018)
Lady Bird (2017)
El silencio de los corderos (1991)
Efectos secundarios (2013)
La punta del iceberg (2016)
Take shelter (2011)
El caso Fischer (2014)
Joker (2019)

2017
Suicidio (Documental Juan Andrés Mateos, 2017)
El faro de las orcas (2016)
Fences (2016)
Foxcatcher (2014)
Experimenter: La historia de Stanley Milgram (2015)
Mi perfecta hermana (2015)

2016
El jugador (2014)
Nightcrawler (2014)
Hace mucho que te quiero (2008)
Shine (1996)
La habitación (2015)
La ola (2008)
El indomable Will Hunting (1997)

2015
Siempre Alice (2014)
De tal padre tal hijo (2013)
Sin límites (2011)
El buen hijo (1993)
Relatos salvajes (2014)
Whiplash (2014)
La herida (2013)
El lado bueno de las cosas (2012)

2014
Mindscape (2013)
El maquinista (2004)
El rey pescador (1991)
El talento de Mr Ripley (1999)
Cosas que perdimos en el fuego (2007)
Psicosis (1960)
Blue Jasmine (2013)

2013
Antwone Fisher (2002)
Slipstream (2007)
Brothers (2009)
Adam (2009)
En un mundo mejor (2010)
No tengas miedo (2011)
Un día de furia (1993)
Días de vino y rosas (1962)
12 monos (1995)

2012
Birdy (1984)
Temple Grandin (2010)
Cuando un hombre ama a una mujer (1994)
Identidad (2003)
Recuerda (1945)
El invisible Harvey (1950)
House of games (1987)

2011
Tránsito (2005)
Memento (2000)
K-Pax (2001)
Retratos de una obsesión (2002)
Inocencia interrumpida (1999)
La habitación del hijo (2001)
Spider (2002)
Un corazón en invierno (1992)
Otra mujer (1988)

2010
Shutter Island (2010)
Las horas (2002)
Las tres caras de Eva (1957)
El libro mágico (2005)
El exorcismo de Emily Rose (2005)
Gente corriente (1980)
Alguien voló sobre el nido del cuco (1975)


Enrique Aubá, 25 de agosto de 2021
Actualizado, 21 de agosto de 2024 

domingo, 22 de agosto de 2021

Vacaciones: expectativas, deseos y realidad






"Cuando me encuentro mal, cuando me siento desbordada, cuando siento que me superan los problemas, también cuando me he encontrado  apaleada después de los partos... sueño con estar dentro de uno de esos anuncios que cada verano hace Estrella Damm...". Me contaba así hace unos meses una divertida mujer que pasó por mi consulta, madre joven ella. Se le iba el pensamiento a "esa cala preciosa, agua cristalina, luz de atardecer, luciendo un tipazo que nunca tendré, en compañía de gente sonriente y relajada con cara de actores y actrices del momento, música fresca y emotiva, chiringuito de madera con estilo... Menorca, por supuesto".  Me preguntaba a ver si esto que le sucedía interiormente no podría definirse como un síndrome psicológico, qué graciosa. A todos nos gustan esos anuncios, qué bien hechos están.  Nos gustan porque hacen resonar un deseo interno. Un deseo de descanso, de paz, de disfrute, que tiene relación, no sé si menor o mayor, con ese anhelo de plenitud que todos llevamos dentro. Y cuando nos planteamos las vacaciones cada año, de alguna manera pensamos en poder gozar un poquito de algo de eso. 

Estamos exprimiendo agosto. Muchos de vacaciones, otros trabajando. Algunos, ni trabajando ni de vacaciones. Yo tengo el privilegio de estar trabajando, habiendo estado ya de vacaciones. Tengo primero el privilegio de tener trabajo y el privilegio especial de trabajar en el cuidado de otros. Tengo también el privilegio de tener salud, aunque me moleste el pie, bendito problema. Que cada uno repase sus motivos para saberse privilegiados, seguro que son muchos.

Esta semana me contaba otra paciente cómo está siendo su verano. Madre divorciada con dos hijos adolescentes. Su marido le anulaba. "He aprendido a vivir creyéndome sin derecho a ser feliz". Su hijo mayor consume drogas, maltrata verbalmente a su madre como antes lo hiciera su padre, y lo que más le duele a ella es que es desagradecido. Su hijo menor tiene buen corazón, le apoya, a la vez que vive con miedo, por el día a día con su hermano. "Me siento desbordada, todo me sobrepasa, no tengo fuerzas". Qué menos. Iban a ir a pasar unos días a una casa familiar, pero, cuando estaban casi montados en el coche, su padre le dice que es su hermano quien va a ir a la casa, que no tienen sitio. Llora. "Ni mi padre, ni mi hermano me consideran. Solo tengo a mis hijos, es suficiente, aunque me dan preocupaciones. Si al menos hubiera podido descansar unos días...". Y yo que me quejo por nimiedades.

En agosto vienen  pacientes pidiendo ayuda, como siempre, pero también de una manera distinta. Pacientes a quienes sus cuidadores se han ido a descansar, pacientes sin vacaciones. Esto sucede en psiquiatría, pero colegas de otras especialidades pueden decir lo mismo: enfermos crónicos, dolor, discapacidad, envejecimiento, limitaciones. Historias y personas que nos recuerdan que el sufrimiento no tiene vacaciones.

Quizá el contraste entre los anuncios con playas de ensueño y la paciente que me removió haya sido demasiado, algo forzado incluso, pero nos puede ayudar. Hay también muchos ejemplos cercanos que nos hablan de las limitaciones de la vida, sin necesidad de irnos a los extremos de la enfermedad, del hambre o de las situaciones de guerra, que no deja de haberlas. Basta pensar en el día a día. Nuestros veranos no suelen ser los de los spots publicitarios porque, entre otros motivos, tenemos hijos, tenemos padres, tenemos abuelos, tenemos nietos. Tenemos familia, tenemos vínculos. Tenemos responsabilidades que asumimos y no queremos eludir ni un segundo. Es un problema cuando planteamos las vacaciones sin contar con nuestros lazos, cuando condicionamos nuestro descanso a unos días en los que solo luce el sol, sin mucho calor ni mosquitos, con noches divertidas y tranquilas a la vez, con hijos que no dan problemas y ni siquiera preocupaciones... esto ocurre pocas veces. No digo que nunca, pero pocas veces. Porque aquellos a los que cuidamos son niños, o son adolescentes, o son adultos, que podemos dar más quebraderos de cabeza que niños y adolescentes.

Lo previsible, por tanto, da mucho juego de por sí. Pero es que además están los imprevistos. Pensemos en veranos que hemos vivido en los que casi siempre suceden "cosas", a la vez que son maravillosos. El niño que se estozola con la bici. El que casi se ahoga. Fractura del brazo y escayola, se acabó la piscina. Abuela a quien cuidamos con cariño todo el verano, con su silla de ruedas, haciendo lo que sea necesario. Y las personas queridas y cercanas que mueren en verano, la muerte tampoco sabe de vacaciones.  ¿Voy a tener que pasar uno de mis días de descanso en un servicio de Urgencias porque al tontolaba de mi hijo se le ha ocurrido romperse la nariz con la raqueta? Gracias a Dios, no reaccionaban así los que nos querían, y tampoco nosotros nos comportamos así con los que cuidamos.

Sin duda, una de las claves en el camino de la felicidad está en aceptar la realidad como es, sin autoengañarnos imaginando que no tiene aristas. Esto se aplica también a nuestra planificación de las vacaciones. Cuando esperamos levantarnos cada día con el sonido de los pájaros y pasar el día con banda sonora de fondo, entonces lo pasamos mal. Si planteamos el día a día con apertura, no nos asustamos ante las cosas que suceden y nos levantamos cada día para disfrutar dándonos. Entonces, visitar un hospital en el mes de agosto, aunque deseamos que no sea necesario, puede convertirse en una experiencia de transformación que nos ayuda a crecer en gratitud como actitud existencial.

Oye, pues a mi no me pasan esas cosas en vacaciones. Oye, pues que Dios te conserve la salud, a ti y a tu familia. Mi intención era compartir con aquellos a los que les pasan cosas, que somos mayoría. Seguro que somos capaces de encontrar el truco para ajustar la perspectiva y conseguir que no solo las vacaciones sino todo el año sean mejores que un anuncio de televisión.


Enrique Aubá, 22 de agosto de 2021

Bergman sustancial: existencialismo y psicoanálisis

Este curso 2024-2025 me ha dado ha dado por Bergman. Será por la cosa psiquiátrica, digo yo. Comparto algunas notas, citas e impresiones de ...