domingo, 29 de agosto de 2021

Relato de un sueño


Este verano he tenido un sueño. Los sueños son caprichosos, tienen otras reglas. Lo real y lo irreal se mezclan, el tiempo se deforma, los números bailan, los recuerdos y deseos toman más fuerza. Pues bien: he soñado que me iba con una rubia al Caribe. A Martinica en concreto. Toma ya.

Existen destinos de ensueño, Martinica es uno de ellos. Lugares de ensueño son aquellos a los que alguna vez te gustaría ir pero lo más probable es que nunca lo harás. Sueñas con ellos, ya dormido, ya despierto. Son paisajes a los que se te va la mente cuando estás cansado, o esos atractivos fondos de escritorio que  Windows nos pone. Recientemente he empezado a seguir en Instagram a una revista de viajes que cada día te propone un paraíso. Con solo ver la foto, uno descansa. El Cairo, Niágara, Estambul, Islandia, Copán, por ejemplo. Cada uno tiene sus lugares de ensueño, aunque muchos suelen ser compartidos. Mi sueño tiene lugar en Martinica.

Martinica fue escenario de un clásico, "Tener o no tener" (Howard Hawks, 1944), ambientado en la Segunda Guerra Mundial.  Lauren Bacall y Humphrey, jóvenes. ¿O eran Audrey Hepburn y George? Ay no, que éstos eran los que desayunaban con diamantes en otro clásico, qué lío es esto de los sueños. Lauren decía: “Si me necesitas, silba. Sabes silbar, ¿no? Sólo tienes que juntar los labios y soplar. Y yo acudiré a tu llamada.” El caso es que esta vez fue Audrey quien silbó, y acudimos a su llamada.

Me había tomado un café con la rubia en Colmenar Viejo. Surrealismo puro, ni Dalí lo habría imaginado. Será otra construcción onírica, todos sabemos que Colmenar Viejo no existe, es solo una referencia que ayuda en la circulación por la periferia de Madrid. La rubia salía de un ingreso de casi tres semanas, dolorida, aislada, ni agua en la dieta, apaleada. Venía de uno de esos estados en los que parece que cuerpo y espíritu se juntan más aún, en los que percibes mejor que en realidad son una misma cosa. Ella quería ir a Martinica, qué caprichosa, y por momentos parecía que la salud iba a truncar su sueño. Pero se salió con la suya.

Viajar a la Francia de ultramar en medio de una pandemia es una odisea. En los sueños con frecuencia uno siente que no acaba de llegar al lugar al que se dirige, que el viaje se alarga de manera incomprensible. Así sucede también en mi sueño, una carrera de obstáculos. Barajas, Charles de Gaulle, Fort de France. Un recuerdo para los amigos que se cayeron por el camino. Documentación, vacunación, test de antígenos. Motif impérieux. Un beso para los familiares que se quedaron. ¿48 o 72 horas? Ten en cuenta la diferencia horaria. ¿Ganamos o perdemos horas? ¿Se suma o se resta? Qué jaleo. Comparecencias sucesivas antes los hombres de los mostradores, fáciles o tensas, arbitrarias, todo depende de con quién te toque, similares a los diálogos de Alicia con el Sombrerero Loco. "¡Que les corten la cabeza!".

La expedición la conformamos un grupo curioso, parece un equipo de naipes. De corazones o diamantes, domina el rojo. Por una parte, del uno al ocho. Lo único que tengo claro es el color del pelo. Además de la rubia, hay dos pelirrojas, una alta y otra mediana, qué bien se lo pasan. Una morena. Y un pelirrojo y un rubio que fueron, cuando tenían. Hay más personas en el grupo, tres. Les unen los mismos lazos, y completan el palo de la baraja. Les trois figures: le roi, la dame, le valet. O les trois mousquetaires. O les trois ilets, qué sé yo, este ejercicio de asociaciones laxas es un poco confuso. No recuerdo el color de su pelo, no sé por qué. Lo que sí recuerdo es que también hay un niño.

En Martinica el tiempo es distinto, o también esto es cosa del sueño. Avanza más lento o va hacia atrás, no sé bien, puede que sea porque es isla, como en Perdidos o en la última de Shyamalan. No hay prisa, como si todo importara menos. Cuando llueve, que llueve, lo hace de abajo a arriba. Moja, claro que moja, pero no enfría. El verde se come las carreteras, el agua muestra un azul turquesa casi fluorescente. Daikiri, mojito, piña colada. Croissants de mantequilla. Tres más uno. La vida es exuberante, la luz transparente y te envuelve, las casas son de colores. Creo que hay alguna playa.

El niño. El niño puede ser la clave. El niño está siempre volviendo al agua, algo querrá decirnos. Salta, ríe, se mueve, juega. Parece recordarnos en el sueño que la vida real no debe ser tan seria como la pintamos los mayores.

Hay también una iglesia, sencilla, con fachada naranja romano, en la ladera de la península, sobre la bahía. Notre Dame de la Bonne Delivrance. Participamos en la misa con las gentes del lugar. Al principio sorprendidas, quiénes son estos extraterrestres; enseguida confiadas, éstos son también de nuestra raza, aunque de otro color. Se despierta al pastor si hace falta, aprendemos a rezar mejor. Leemos, cantamos, pedimos, damos gracias. Estamos. Hasta entonamos el Gure Aita y Agur Jesusen Ama, tal cual. ¿Sueño o realidad? Qué más da.

Un día, la pelirroja alta acompaña al altar a otro moreno, es el ocho. Chaqué azul, brazo de mar. Y llega ella. Bien pudiera descender de la primera emperatriz, aquí se había bautizado. Ella tiene luz propia, blanca. Reciben el sacramento. Menuda pareja hacen: son jóvenes, tienen sueños y toda la vida por delante. "En los jardines de la memoria, en el palacio de los sueños... allí es donde tú y yo nos veremos. Pero un sueño no es la realidad. ¿Quién te dice cuál es cuál?". Al mismo tiempo, en el cielo, un rubio alto y elegante, y una morena vital de rizo indomable, sonríen. Menuda pareja hacen: son jóvenes, tienen sueños. Y toda la vida por delante.


Enrique Aubá, 29 de agosto de 2021

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