Leer la Odisea (Homero, s. VIII a.C.) a continuación de la Ilíada es hasta fácil: porque ya conoces a los personajes y el contexto, porque es más corta, porque es más diversa y con ágiles cambios de escenarios. Es un viaje, que fluye, por el mar. En cualquier caso, es recomendable conocer mínimamente a los protagonistas de la Ilíada, héroes y dioses, para disfrutar más de la Odisea (puede ayudar este Acceso a la Ilíada).
La Odisea narra el regreso a casa del héroe aqueo Odiseo (Ulises para los romanos), el viaje de vuelta por mar desde Troya (Ilión, escenario de la Ilíada) a Ítaca. Odiseo ha participado con Aquiles y compañeros en la guerra de Troya. La Ilíada termina con el punto de inflexión en la guerra a favor de los griegos, con la muerte de Héctor a manos de Aquiles y los funerales de Patroclo —compañero de Aquiles—, pero en la Ilíada no se describe propiamente el final de la guerra ni la destrucción de Troya, que llegará con la treta del caballo ideada por Odiseo. Este final es mencionado a trozos en la Odisea, como dándolo por supuesto y conocido. La Odisea se centra en el accidentado viaje de vuelta a su país y, sobre todo, de la vuelta a su casa, oculto hasta que desvela su identidad y vuelve a ser esposo, padre, hijo y rey.
Sinopsis detallada de la Odisea: diez años después de terminar la guerra de Troya, el héroe Odiseo todavía no ha vuelto a casa, a su reino, a Ítaca. En el palacio siguen su mujer Penélope y su hijo Telémaco, sin noticias de su esposo y padre. Lo más probable es que haya fallecido, pero de alguna manera esperan, y Penélope se resiste a casarse de nuevo a pesar de los muchos que la pretenden, acosan y saquean la hacienda. Homero nos cuenta que, en realidad, Odiseo está retenido contra su voluntad por la ninfa Calipso en su isla, hecho que no importa en absoluto a Poseidón, dios de los mares y de las tormentas, a quien no le caen especialmente bien ni los griegos en general —han destruido su protegida Troya— ni Odiseo en particular. La situación cambia cuando la diosa Atenea, que tiene debilidad por Odiseo, suplica al gran Zeus que permita a Odiseo volver a su patria, que no consienta que otros dioses se lo sigan impidiendo. Y es Atenea quien hace que Telémaco vaya en busca de información sobre su padre y quien se encarga de que Odiseo pueda regresar por fin a Ítaca. Odiseo mismo es quien cuenta las peripecias de su viaje ante Alcínoo, rey de los feacios, narrándole los fantásticos encuentros con los cícones, los lotófagos, los cíclopes —y Polifemo—, los lestrigones, la hechicera Circe, el descenso al Hades, el episodio de las sirenas, el estrecho de los monstruos Escila y Caribdis, y más. Finalmente, Odiseo llega a su patria y todavía queda la mitad del poema: se hará pasar por un mendigo para conocer la situación, ir revelando su identidad poco a poco, para finalmente hacer morir sin piedad a los impresentables pretendientes, recuperar su amor y amistades y restablecer el orden.
En la antigüedad, el viaje en barco de Troya a Ítaca, cruzar el mar Egeo desde el estrecho de los Dardanelos (Turquía) hasta las islas jónicas (Grecia occidental), se podía hacer en unos días o en unas semanas, en función de condiciones meteorológicas y contratiempos comunes, pero Odiseo tardó diez años en realizarlo. La geografía a la que se hace referencia es una mezcla de lugares reconocibles, lugares modificados intencionadamente y lugares mitológicos. El relato está lleno de simbolismo.
El viaje de Odiseo tiene una dinámica en cierto sentido onírica, es como esos sueños en los que quieres salir y no acabas de salir..., y parece fácil, pero siempre hay alguna dificultad, o algo no se llega a completar..., siempre falta algo, algo que parece asequible que no se consigue... El viaje de Odiseo también es como una lucha entre lo racional y lo emocional, entre lo consciente y lo inconsciente, siendo lo no-consciente de diversa naturaleza, tanto miedos e impulsos internos como la fuerza de la naturaleza y la acción de los dioses. Recientemente, un paciente de la consulta que peleaba contra sus mareas emocionales, bucles y fantasmas, me decía que se identificaba completamente con Odiseo atrapado en los mares.
Si bien la Odisea es más conocida por las aventuras del viaje, creo que no nos equivocamos si afirmamos que lo más relevante sucede una vez llegado a Ítaca: la salvación de su hogar, la liberación de los suyos, la recuperación del amor, la revelación de la propia identidad.
Así como en la Ilíada el tema central es la guerra, la Odisea se desarrolla en un contexto a priori de paz. Trata dificultades en el viaje de la vida, del día a día, y aunque en principio no hay guerra que ganar ni enemigo al que vencer, uno no puede dejar de luchar: contra uno mismo y sus miedos y sus recuerdos; contra los propios que se rebelan en el aburrimiento de la espera; y si hace falta, contra el más allá.
Mientras que la Ilíada está protagonizada por hombres, en la Odisea son muchas las mujeres que aparecen y con un rol nuclear, esencia femenina más allá de la sensualidad y la seducción, protagonistas, tanto inmortales —diosas— como mortales: Penélope, fiel esposa de Odiseo, elegante señora; Atenea, "la de ojos glaucos" —¿verdeazuladogrisáceobrillante?—, inteligente, protectora; la bella Helena, esposa de Menelao, quien había sido la causa de la guerra de Troya al irse con el príncipe Paris; la joven Nausíaca, hija de Alcínoo, que sutilmente se ofrece al inquebrantable Odiseo; Calipso, magnética diosa, y Circe, peligrosa maga; Euriclea, la vieja nodriza de Odiseo, leal sirvienta, entrañable, como una abuela.
La Odisea está llena de banquetes y fiestas, la Odisea trata de hospitalidad. Lo más precioso —para emocionarse—, es el protagonismo que tienen no ya los héroes sino los humildes, los sencillos, los trabajadores honrados, los que no tienen, los que se conforman con poco, los que esperan. Homero solo altera el relato habitual en tercera persona para tratar en segunda persona directa al cuidador de cerdos Eumeo, con afecto, empleando un recurso que no utiliza para nadie más, tampoco con la admirable y sufridora Penélope: “Contestándole dijiste tú, porquerizo Eumeo:...“; "le contestaste, muy apenado, tú, porquerizo Eumeo..."; y así hasta no menos de diez veces en la parte final del relato. Y, de hecho, el rey oculto de la Odisea revela su identidad primero a los sencillos, qué cosa, del mismo modo lo hará ocho siglos después el rey de la Biblia... supongo que Jung lo considerará un arquetipo universal, que resuena.
El que vuelve no es solo el guerrero: vuelve el rey, vuelve el padre, vuelve el esposo, vuelve el hijo, vuelve el amigo. Dice Odiseo, todavía oculto, a sus leales siervos: “«Vaquero y tú, porquerizo, quisiera deciros algo. ¿O voy a ocultarlo? Mas mi ánimo me impulsa a decíroslo. ¿Seríais capaces de pelear por Odiseo, si él llegara de donde fuera hasta aquí, de improviso, y el destino lo condujera? ¿Lucharíais a favor de los pretendientes o por Odiseo? Decídmelo, tal como vuestro corazón y vuestro ánimo os lo indiquen.» Le contestó pronto el hombre que era guardián de sus vacas: «¡Zeus Padre, ojalá me cumplieras este voto: que llegara aquel hombre y lo condujera un dios! ¡Conocerías cuál es mi fuerza y lo que valen mis brazos!». Del mismo modo Eumeo rogó a todos los dioses que regresara el muy sagaz Odiseo a su hogar. Cuando él hubo constatado el verdadero talante de ambos, de nuevo respondiendo a sus palabras les dijo: «Ése está ya aquí: soy yo».”
Enrique Aubá, 19 de agosto de 2025
ALGUNAS CITAS
Canto IX, con el cíclope Polifemo
“»Así le dije, y él nada me contestó, sino que, con ánimo cruel, abalanzándose, echó sus manos sobre mis compañeros, y agarrando a dos, como a dos cachorros, se puso a machacarlos contra el suelo. El cerebro de ellos se desparramó y mojaba la tierra. Los descuartizó miembro por miembro y se preparó la cena. Devoraba como un león criado en las selvas, sin dejar nada, las vísceras, las carnes y los huesos con el tuétano. Nosotros llorábamos y alzábamos las manos a Zeus, mientras contemplábamos tan atroces actos. La desesperación dominaba nuestro ánimo. »Luego que el cíclope se hubo llenado su gran tripa comiendo carne humana y bebiendo encima leche pura, acostose en medio de la gruta tumbándose entre el rebaño.”
Canto X, con la hechicera Circe
“iba ya a llegar a la gran morada de la hechicera Circe, entonces me salió al paso, mientras avanzaba yo hacia la casa, Hermes, el de la varita de oro, semejante a un joven muchacho al que le despunta el bozo, en la edad más atractiva de un hombre. Y me tomó de la mano, me saludó y me dijo: »“¿Cómo, otra vez, desdichado, avanzas solo por estos parajes, siendo desconocedor de tu meta? Tus camaradas están encerrados en el dominio de Circe, como cerdos en sus atiborradas cochineras. ¿Es que vas allá a liberarlos? Te advierto que no volverás tampoco tú y te quedarás allí con los demás. Pero, bueno, te libraré del daño y te salvaré. Toma, con este potente filtro llégate a casa de Circe, que esto apartará de tu cabeza el día fatal. Voy a contarte todos los manejos maléficos de Circe. Te va a preparar un bebedizo, añadiendo sus drogas a la comida, pero ni aun así conseguirá hechizarte. Porque lo va a impedir el remedio mágico que te voy a dar, y te explicaré el resto. Cuando Circe te apunte con su varita larguísima, entonces tú desenvaina tu aguda espada de tu costado y atácala como si desearas matarla, y ella, amedrentada, te invitará a acostarte a su lado. Entonces no rechaces ya el lecho de la diosa, a fin de que libere a tus compañeros y te deje regresar. Pero pídele que te jure, con el gran juramento de los dioses, que no tramará contra tu persona ningún otro maleficio, no vaya a ser que, una vez desarmado, te deje tarado e impotente”
Canto XI, con su madre (muerta) en el Hades
“no me mató en el palacio la muy certera Flechadora asaeteándome con sus suaves flechas, ni me sobrevino ninguna enfermedad que me arrebatara del todo el ánimo en una odiosa consunción del cuerpo, sino que fue la añoranza de ti, de tus cuidados y tu amable carácter, famoso Odiseo, lo que me quitó la dulce vida”
»Así me habló, y yo entonces con un fervoroso anhelo quise abrazar el alma de mi madre difunta. Tres veces lo intenté, me impulsaba mi ánimo al abrazo, y tres veces entre mis brazos se esfumó semejante a una sombra o un sueño. La pena se me hacía más y más aguda dentro del corazón, y dirigiéndome a ella le dije palabras aladas: »“Madre mía, ¿por qué no aguardas cuando quiero abrazarte para que, aun en el Hades, te rodee con mis brazos y nos quedemos saciados ambos del frígido llanto? ¿O acaso es esto tan sólo una imagen que la augusta Perséfone ha enviado, para que me lamente aún más entre gemidos?”. »Así hablé, y al punto me contestó mi venerable madre: »“¡Ay de mí, hijo mío, el más atormentado de todos los mortales! En nada te presenta engaños Perséfone, hija de Zeus, sino que ésa es la condición de los mortales, una vez que perecen. Pues los tendones no retienen más las carnes y los huesos, sino que el potente furor del fuego ardiente los deshace apenas el ánimo vital abandona los blancos huesos y el alma, volando como un ensueño, revolotea y se aleja. Pero apúrate en volver cuanto antes a la luz. Rememora muy bien todo esto para que más tarde se lo cuentes a tu esposa”.
Canto XII, advertencia (de Circe) sobre las Sirenas
”En primer lugar llegarás junto a las Sirenas, las que hechizan a todos los humanos que se aproximan a ellas. Cualquiera que en su ignorancia se les acerca y escucha la voz de las Sirenas, a ése no le abrazarán de nuevo su mujer ni sus hijos contentos de su regreso a casa. Allí las Sirenas lo hechizan con su canto fascinante, situadas en una pradera. En torno a ellas amarillea un enorme montón de huesos y renegridos pellejos humanos putrefactos. ¡Así que pasa de largo! En las orejas de tus compañeros pon tapones de cera melosa, para que ninguno de ellos las oiga. Respecto a ti mismo, si deseas escucharlas, que te sujeten a bordo de tu rápida nave de pies y de manos, atándote fuerte al mástil, y que dejen bien tensas las amarras de éste, para que puedas oír para tu placer la voz de las dos Sirenas. Y si te pones a suplicar y ordenar a tus compañeros que te suelten, que ellos te aseguren entonces con más ligaduras. Después, cuando ya tus compañeros las hayan pasado de largo, no voy a explicarte de modo puntual cuál será tu camino, porque debes decidirlo tú mismo en tu ánimo.”
Canto XIX, sobre la veracidad de los sueños (Penélope)
“contestó la muy prudente Penélope: «Extranjero, los sueños son inaprensibles y de oscuro lenguaje, y no todo se les logra a los humanos. Pues son dos las puertas de los ensueños de la imaginación. Una está hecha de cuerno, y la otra de marfil. Los sueños que llegan por la del tallado marfil, ésos son engañosos. Traen palabras que no se cumplen. Los que llegan por la puerta de pulido cuerno, ésos aportan hechos verídicos, cuando un mortal los atiende.”
Canto XXI, la prueba del arco de Odiseo
“«¡Ojalá que éste saque de él tanto provecho como capacidad va a tener para tensarlo!». Así comentaban entonces los pretendientes. Pero el muy astuto Odiseo, despues de haber sopesado el arco y remirarlo por todos lados, como cuando un hombre experto en la lira y el canto tensa hábilmente la cuerda en torno a una nueva clavija anudando por las puntas la tripa bien retorcida de oveja, así sin esfuerzos armó su gran arco Odiseo. Agarrando con la mano derecha el nervio lo probó. La cuerda resonó agudamente, con un chillido semejante al de una golondrina. A los pretendientes les inundó tremenda angustia, y a todos se les cambió el color. Zeus retumbó fuerte dando sus señales, y se alegró al punto el muy sufrido divino Odiseo de que le mandara su augurio el hijo de Crono de retorcida mente. Asió una flecha rauda que estaba sobre la mesa, desnuda. Las demás yacían todas a cubierto dentro de la aljaba hueca. Pronto iban a probarlas los aqueos. La encajó en el ángulo y tiró de la cuerda y las barbas desde su sitio, sentado en la silla, y disparó la flecha, apuntando al frente, y no erró ninguna de las hachas desde el primer agujero. El dardo de broncínea punta las traspasó y salió al final. Dijo entonces a Telémaco: «Telémaco, el huésped sentado en tus salas no te deshonra. No ha errado el blanco y ni siquiera se fatigó al tensar el arco. Aún conservo firme mi coraje, y no soy como me calumnian con sus insultos los pretendientes. Ahora es tiempo de tener dispuesta la cena para los aqueos, mientras hay luz, y proponerles que la disfruten a fondo, con el canto y la lira, que son el coronamiento del festín». Dijo, e hizo una seña con las cejas. Se ciñó su aguda espada Telémaco, el hijo querido del divino Odiseo, y empuñó en su mano la lanza y se puso erguido a su lado, junto a su silla, con su yelmo de llameante bronce.”
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