domingo, 10 de marzo de 2024

Súplica desde la angustia

Pronto la Semana Santa, primero la Semana de Pasión. La Cruz es respuesta al sufrimiento humano. Imagen del Cristo del Descendimiento, Hermandad de la Quinta Angustia (Sevilla).

Hace varios años seleccioné unos fragmentos de los Salmos, para un paciente y amigo, me parecía que le podía ayudar en sus momentos de oscuridad. Me decía que en los Salmos encontraba alivio. Fue hace cinco años en concreto, en febrero de 2019, todavía no había empezado a escribir este blog. La recopilación de cosecha propia, no pretende ser exhaustiva, no tengo ningún conocimiento especial de la Sagrada Escritura. Me gustó, he vuelto a ella de vez en cuando y la he compartido alguna vez.

El "Libro de los Salmos", dentro de los llamados libros poéticos y sapienciales del Antiguo Testamento, es "una selección de ciento cincuenta composiciones que la tradición bíblica da al pueblo de los creyentes para que se convierta en su oración, en nuestra oración, en nuestro modo de dirigirnos a Dios y de relacionarnos con él. En este libro encuentra expresión toda la experiencia humana con sus múltiples facetas, y toda la gama de los sentimientos que acompañan la existencia del hombre. En los Salmos se entrelazan y se expresan alegría y sufrimiento, deseo de Dios y percepción de la propia indignidad, felicidad y sentido de abandono, confianza en Dios y dolorosa soledad, plenitud de vida y miedo a morir. Toda la realidad del creyente confluye en estas oraciones" (Benedicto XVI, 2011).

Y ¿qué dice el grande de los grandes? San Agustín (354-430) no es solo el más importantes de los Padres de la Iglesia latina sino uno de los más grandes pensadores de occidente y, con todo mérito, forma parte de la historia de la Psicología. Sus aportaciones son centrales en el papel de la experiencia sensorial para el conocimiento, la consciencia, el surgimiento del "yo", la interioridad. Pues bien, sus Enarraciones de los Salmos parten de una comprensión profundamente humana de la tribulación: "Cuando de repente se apodera de ti la tristeza al perder los bienes con los que te deleitabas, cuando la repentina tristeza te encuentra, ... te encontró el dolor del infierno. Te creías estar arriba, y, sin embargo, estabas abajo (...) No debes presumir de tus fuerzas, todos tus auxilios son mentiras. Con este fin permití que te sobreviniese el día de la tribulación, porque quizás si no hubieres sido atribulado, no me invocarías; más cuando lo eres, entonces me invocas; y cuando me invocas yo te libro; cuando te libre me glorificarás, no apartándote ya más de mi".

Hoy, en marzo de 2024, me he encontrado de nuevo con el texto. Se me ha ocurrido hacer una búsqueda rápida en Google, partiendo de "oración - angustia - salmos", y me he tropezado con muchas páginas webs y preguntas que se sugieren: ¿Qué salmo leer cuando estoy angustiada?; ¿Qué salmo leer cuando estoy afligido?; ¿Qué salmo leer cuando se está triste?; Oración para liberarse del miedo y la angustia; Súplica en medio de la angustia; ¿Qué salmo orar cuando se tiene miedo?; ¿Cómo calmar la ansiedad? Este salmo es un remedio infalible... Y todos los salmos que se citan (86, 143, 118, 102, 6, 142, 43, 25, 123, y más) están en mi selección de fragmentos, aunque solo sean algunos versículos.

Así que he decidido compartirla, por si a alguien más le puede ayudar, todos tenemos nuestros "momentos".



Enrique Aubá, 10 de marzo de 2024
Actualizado 14 de abril de 2024
(ver continuación "Gratitud desde el sosiego" en enlace)


Oración desde la angustia, de los Salmos, fragmentos seleccionados

(3)
Me acuesto y puedo dormir y despertarme, porque el Señor me sostiene.
¡Levántame, Señor! ¡Sálvame, Dios mío!

(4)
Tú que en la angustia me das alivio, ten piedad de mí y oye mi oración.
En paz me acuesto y enseguida me duermo, porque Tú sólo, Señor, me haces vivir seguro.

(5)
¡Señor! De mañana oyes mi voz, de mañana me presento a Ti y me quedo esperando.

(6)
Ten piedad de mí, Señor, que estoy sin fuerzas.
Vuélvete, Señor, libra mi alma;
por tu amor misericordioso, ¡sálvame!

(13)
¿Hasta cuándo ha de estar angustiada mi alma, con el corazón atormentado todo el día?

(16)
Guárdame, Dios mío, que me refugio en Ti.

(17)
Examina mi corazón, obsérvalo de noche.

(18)
Pero en mi angustia invoqué al Señor,
clamé a mi Dios,
y Él escuchó mi voz desde su Templo,
y llegó mi grito a sus oídos.
El Señor me remunera según mi inocencia, según la pureza de mis manos ante sus ojos.

(20)
Que el Señor te escuche el día de la angustia.

(21)
Levántate con tu fuerza, Señor. Cantaremos tu poder y entonaremos salmos.

(22)
¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
Dios mío, te invoco de día, y no escuchas;
de noche, y no encuentro descanso.
No te alejes de mí, que la angustia se acerca y no hay quien me socorra.
Tú, Señor, no te alejes. Fuerza mía, date prisa en socorrerme.

(23)
El Señor es mi pastor, nada me falta.
En verdes prados me hace reposar;
hacia fuentes tranquilas me guía;
reconforta mi alma.
Aunque camine por valles oscuros, no temo ningún mal, porque Tú estás conmigo.

(25)
A Ti, Señor, levanto mi alma.
Dios mío, en Ti confío.
Alivia las angustias de mi corazón, sácame de mis apuros.

(26)
Que yo camino con integridad. Rescátame, ten piedad de mí.

(27)
El Señor es mi luz y mi salvación:
¿a quién temeré?
El Señor es el refugio de mi vida:
¿de quién tendré miedo?
Aunque acampe contra mí un ejército,
mi corazón no teme.
Aunque se levante contra mí la guerra,
me siento seguro.
Escucha mi voz, Señor: yo te invoco;
ten piedad de mí, respóndeme.
De ti piensa mi corazón:
«Busca su rostro».
Tu rostro, Señor, buscaré.
No me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo.
Tú eres mi auxilio:
no me rechaces, no me abandones,
Dios de mi salvación.
Espera en el Señor, sé recio,
que se reanime tu corazón.
¡Espera en el Señor!

(30)
Escucha, Señor, ten piedad de mí.
Señor, sé mi socorro.

(31)
Yo confío en el Señor.
Me alegraré y me gozaré en tu misericordia,
pues te has fijado en mi miseria,
has comprendido la angustia de mi alma.
Ten piedad de mí, Señor, que estoy en aprieto.
Mi vida se agota en la tristeza,
mis años, en gemidos;
mis fuerzas flaquean en mi miseria.
Pero yo confío en Ti, Señor.
Digo: «Tú eres mi Dios». 
Mi suerte está en tu mano.
Sed fuertes y tome aliento vuestro corazón
cuantos esperáis en el Señor.

(34)
Busqué al Señor y me ha escuchado,
me ha librado de todos mis temores.
Cuando el pobre invoca, el Señor le escucha,
y lo salva de todas sus angustias.

(37)
Descansa en el Señor y espera en Él.
El Señor salva a los justos,
Él es su refugio en tiempo de angustia.

(38)
No me abandones, Señor, Dios mío,
no te alejes de mí.
Date prisa en socorrerme,
Señor, salvación mía.

(42)
Como ansía la cierva las corrientes de agua,
así te ansía mi alma, Dios mío.
Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo.
¿Cuándo podré ir a ver el rostro de Dios?
¿Por qué te abates, alma mía, por qué te me turbas?
Espera en Dios, que aún podré alabarlo,
salvación de mi rostro y Dios mío.
Mi alma, dentro de mí, desfallece.

(43)
¿Por qué he de andar entristecido por la opresión del enemigo?
Envía tu luz y tu verdad;
que ellas me guíen y me conduzcan
a tu monte santo, a tus moradas.

(46)
Dios es nuestro refugio y fortaleza, socorro fácil de encontrar en las angustias.

(51)
Ten misericordia de mí, Dios mío, según tu bondad.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva en mi interior un espíritu firme.
El sacrificio grato a Dios es un espíritu contrito: un corazón contrito y humillado, Dios mío, no lo desprecias.

(54)
Dios mío, sálvame por tu Nombre, hazme justicia con tu poder.
Dios mío, escucha mi oración, presta oídos a las palabras de mi boca.
Pero Dios es el que me ayuda, el Señor es el que sostiene mi vida.
Él me libra de toda angustia.

(55)
Dios mío, presta oídos a mi oración, no desestimes mi súplica.
Atiéndeme, respóndeme. Estoy inquieto en mi ansiedad, me conturbo.
Mi corazón se estremece en mi interior, me asaltan pavores de muerte;
me invaden temor y temblor, me cubre el horror.

(56)
Ten piedad de mí, Dios mío.
Has librado mi alma de la muerte, y mis pies de los tropiezos, para caminar en la presencia de Dios, en la luz de los vivientes.

(57)
Ten piedad de mí, Dios mío, ten piedad de mí, que en Ti se refugia mi alma;
a la sombra de tus alas me refugio
hasta que pase el peligro.

(59)
Yo cantaré tu poder,
por la mañana aclamaré gozoso tu misericordia,
porque has sido mi alcázar, el refugio en el día de mi angustia.

(61)
Escucha Dios mío, mi clamor, atiende a mi plegaria.
Desde el confín de la tierra te invoco con el corazón abatido.
Guíame a la roca inaccesible para mí.
Porque Tú eres mi refugio.

(62)
Solo en Dios está el descanso, alma mía.
Solo Él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: ya no podré vacilar.
En Dios está mi refugio.

(63)
Oh Dios, Tú eres mi Dios, al alba te busco,
mi alma tiene sed de Ti.
En el lecho me acuerdo de Ti,
en las vigilias de la noche medito en Ti;
porque Tú eres mi socorro,
canto gozoso a la sombra de tus alas.
A Ti se aferra mi alma,
tu diestra me sostiene.

(69)
Sálvame, Dios mío,
que las aguas me llegan hasta el cuello.
Estoy hundido en un fango profundo,
no puedo apoyar el pie.
No escondas tu rostro a tu siervo,
que estoy en aprieto;
respóndeme pronto.
Acércate a mi alma.
Yo soy un pobre y afligido,
que tu salvación, Dios mío, me proteja.

(70)
¡Dios mío, ven a librarme,
Señor, date prisa en socorrerme!

(71)
Sé para mí la roca de refugio,
donde acudir de continuo.

(73)
Cuando se agitaba mi corazón
y sentía punzadas en mis entrañas,
yo era un insensato y no entendía:
como un borrico era delante de Ti.
Estando contigo, nada deseo en la tierra.
Mi carne y mi corazón se consumen,
pero la Roca de mi corazón y mi lote
es Dios para siempre.

(74)
Tuyo es el día y tuya la noche.

(77)
Con mi voz clamo a Dios;
con mi voz clamo a Dios, y me escucha.
En el día de mi angustia busco al Señor,
mis manos se extienden de noche sin descanso.
Tú tienes en vigilia los párpados de mis ojos.

(80)
¡Oh Señor, Dios de los ejércitos,
conviértenos,
haz que brille tu rostro y seremos salvos!

(86)
Escucha Señor, mi plegaria,
atiende a la voz de mi súplica.
En el día de mi angustia te invoco
porque Tú me escuchas.

(88)
Señor, Dios de mi salvación,
de día clamo a Ti,
de noche estoy en tu presencia.
Llegue ante Ti mi plegaria, inclina tu oído a mi clamor.
Afligido y moribundo estoy desde mi niñez;
sufro tus terrores, estoy abatido.

(91)
Me invocará y Yo le escucharé;
con él estaré en la tribulación,
lo libraré y lo glorificaré.

(102)
Señor, escucha mi oración,
llegue hasta Ti mi clamor.
No me escondas tu rostro;
el día de mi angustia,
inclina tu oído hacia mí;
el día en que te invoco,
date prisa en escucharme.
Mi corazón está abatido.
Me encuentro insomne y gimiendo.

(106)
Pero Él miró su angustia,
y escuchó su clamor.

(107)
En su angustia clamaron al Señor,
y los libró de sus tribulaciones.
Los sacó de las tinieblas y sombras de muerte,
y rompió sus cadenas.
Convierte la tormenta en bonanza,
enmudece el oleaje,
y se regocijan por haberse calmado:
Él los conduce al ansiado puerto.

(111)
Principio de la sabiduría es el temor del Señor.
Sensatos son cuantos lo practican.

(112)
Dichoso el hombre que teme al Señor,
y se complace de lleno en sus mandamientos.
El justo será siempre recordado;
no temerá las malas noticias;
su corazón está firme, confiado en el Señor;
su corazón está seguro, sin temer,
hasta que mire por encima a sus enemigos.

(115)
No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu Nombre da la gloria.

(116)
Yo amo al Señor, porque escucha la voz de mi súplica;
porque inclinó su oído hacia mí los días que le invoqué.
Me apretaban lazos de muerte,
me apretaban las angosturas del sheol,
me encontraba entre angustias y dolores.
Pero invoqué el Nombre del Señor;
“¡Te lo suplico, Señor, salva mi alma!”
El Señor guarda a los sencillos:
estaba yo hundido y me salvó.
Alma mía, vuelve a tu sosiego,
que el Señor ha sido benigno contigo:
pues ha rescatado mi alma de la muerte,
mis ojos, de las lágrimas,
mis pies, de la caída.
Te ofreceré un sacrificio de acción de gracias,
e invocaré el Nombre del Señor.

(118)
Desde mi angustia invoqué al Señor:
el Señor me escuchó dándome holgura.
El Señor está conmigo:
no temo: ¿qué puede hacerme el hombre?

(119)
Mi alma está postrada en el polvo,
devuélveme la vida según tu palabra.
A medianoche me levanto
para darte gracias por tus justos juicios.
Languidecen mis ojos por tu promesa,
mientras dicen: “¿Cuándo me consolarás?”
Me alcanzan angustia y tribulación,
pero tus mandamientos son mi gozo.
Te invoco con todo el corazón:
«Escúchame, Señor;
guardaré tus decretos».
Te invoco, sálvame,
y observaré tus preceptos.
Me adelanto a la aurora y pido auxilio,
esperando en tus palabras.
Se adelantan mis ojos a la alborada
para meditar tus palabras.
Ando errante como oveja perdida:
ven en busca de tu siervo,
que no he olvidado tus mandamientos.

(120)
Al Señor invoqué en mi angustia,
y me escuchó.

(121)
Alzo mis ojos a los montes:
¿de dónde me llegará el auxilio?
Mi auxilio me viene del Señor,
que hizo los cielos y la tierra.
El Señor es tu guardián,
el Señor, a tu derecha,
es tu sombra protectora.

(123)
A Ti levanto mis ojos,
a Ti que estás sentado en los cielos.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

(124)
Si el Señor no hubiera estado a favor nuestro,
nos habrían arrastrado las aguas,
el torrente nos habría sumergido;
nos habrían sumergido las aguas impetuosas.
Nuestro auxilio es el Nombre del Señor,
el que hizo cielo y tierra.

(128)
Dichoso el que teme al Señor
y anda por sus caminos.

(130)
Desde lo más profundo, Te invoco, Señor.
Señor, escucha mi clamor;
estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de las culpas, Señor,
Señor mío, ¿quién podrá quedar en pie?
Pero en Ti está el perdón,
y así mantenemos tu temor.

(135)
Los que teméis al Señor, bendecid al Señor.

(138)
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque has escuchado las palabras de mi boca.
El día en que te invoqué, Tú me escuchaste,
diste fuerza a mi alma.
Si camino entre angustias,
me das vida.

(139)
Tampoco las tinieblas son para ti oscuras,
pues la noche brilla como el día,
las tinieblas, como la luz.

(141)
Señor, a Ti te invoco, ven de prisa,
presta oídos a mi voz cuando te llamo.
Llegue mi plegaria a tu presencia como incienso,
la elevación de mis manos, como ofrenda de la tarde.
Hacia Ti, Señor, Dios mío, miran mis ojos,
en ti busco refugio, no derrames mi vida.

(142)
Al Señor grito con mi voz,
al Señor con mi voz suplico.
Ante Él vierto mi lamento,
ante Él desahogo mi angustia.
Cuando desfallece mi espíritu,
Tú conoces mi sendero.
A Ti grito, Señor;
yo digo: «Tú eres mi refugio,
mi heredad en el país de los vivientes».
Atiende a mi clamor,
que estoy del todo abatido.

(143)
Date prisa en responderme, Señor,
se me acaba el aliento.
No me escondas tu rostro,
y sea como los que bajan a la fosa.
De mañana hazme sentir tu misericordia,
porque confío en Ti.
Muéstrame el camino que debo seguir,
que a Ti levanto mi alma.
Por tu Nombre, Señor, mantenme vivo,
por tu justicia, saca mi alma de la angustia.

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