Ilíada (Homero, s. VIII a.C.). Merece la pena leerla. Puede no ser fácil, hay que proponérselo. Cualquier motivación es válida y no empieces sin asegurarte de que tienes una buena traducción y una versión amable, es clave. Yo he leído la versión de Alianza Editorial (traducción y notas de Óscar Martínez).
Hace años había leído la versión teatral de Alessandro Baricco ("Homero, Ilíada", 2004) y la de Theodor Kallifatides ("El asedio de Troya", 2020), ambas preciosas y abreviadas, centradas en la parte de los hombres y con pocas menciones a los dioses. Son un buen acceso, pero la versión completa tiene muchas dimensiones más, no se puede entender lo que sucede entre los hombres sin conocer a los dioses y sus tejemanejes.
Son cientos los personajes (cientos, no exagero) y no hay que perderse: hay que seguir a los principales, conocer los círculos inmediatos, y ser conscientes de lo amplio que es el universo de hombres y dioses de la mitología griega, para volver a ellos en otro momento. Lo primero es acceder a la Ilíada, y la Ilíada es acceso a un amplio panorama, patrimonio cultural de occidente.
Quiero compartir algunas notas tras mi lectura de la Ilíada, por si a alguien le ayudan o le motivan para leerla. Aunque mencione tramas y contenidos, pienso que con la Ilíada no puede hablarse de spoilers (del mismo modo que no es spoiler de la Biblia decir que Jesús nace de una virgen, que es crucificado y que resucita...): no es tanto el contenido sino el cómo está contado, el cómo está cantado.
La acción de la Ilíada se sitúa en la Guerra de Troya, que supuestamente tiene lugar en el siglo XIII o XII a.C., en el asedio de los aqueos a la ciudad de Troya. Troya (Ilión) actualmente se situaría en Turquía, junto al estrecho de los Dardanelos que comunica el Mar Egeo (Mediterráneo) con el Mar de Mármara (y después con el Mar Negro), el mismo estrecho en el que Churchill sufrirá una dolorosa derrota en la Primera Guerra Mundial en la Batalla de Galípoli.
La guerra había sido provocada por el rapto de la bella griega Helena —esposa de Menelao rey de Esparta— por parte del príncipe troyano Paris (Alejandro). Los aqueos conforman una expedición de más de mil barcos a la ciudad de Troya para recuperar a Helena, y la guerra durará diez años.
Los principales protagonistas de la guerra en el lado aqueo son: Aquiles, el más grande los guerreros, semidiós —hijo de diosa y hombre, Tetis y Peleo—; los hermanos Atridas Agamenón y Menelao, reyes y generales del ejército aqueo; Odiseo (Ulises), el prudente y astuto; Áyax (Ayante) y Diómedes, feroces y valientes guerreros; Patroclo, íntimo amigo y compañero de Aquiles; Néstor, sabio y anciano consejero.
Por parte de los troyanos, los principales héroes son: el sufriente rey Príamo; su hijo Héctor —el más valeroso de los guerreros troyanos y quizá el más íntegro personaje de la Ilíada—; Paris, también hijo de Príamo, atractivo y enamoradizo, es quien había seducido y raptado a Helena provocando la guerra; Eneas, importante semidiós —hijo de la diosa Afrodita—, sobrevivirá a Troya y dará nombre a la Eneida de Virgilio.
Las mujeres que aparecen en la Ilíada tienen un papel clave: Helena, la bella griega raptada, esposa de Menelao; Briseida y Criseida, troyanas capturadas y hechas esclavas —y amantes— de Aquiles y Agamenón; Andrómaca, esposa de Héctor; Hécuba, esposa de Príamo.
En resumen, esto es lo que sucede: los aqueos están asediando Troya, y el comandante en jefe Agamenón se ve obligado a "devolver" a Criseida, esclava troyana capturada que es hija de un sacerdote del dios Apolo, para conseguir aplacar el enfado de Apolo. Agamenón entonces decide apropiarse de Briseida, la esclava troyana de Aquiles, con lo que Aquiles se coge tal cabreo que decide no luchar, y se queda todo orgulloso en su campamento junto a las naves mientras los aqueos sufren en la guerra, que sigue, hasta que vuelve a entrar en combate en el canto XVIII —la Ilíada tiene veinticuatro cantos—. Durante gran parte de la Ilíada los aqueos están acorralados junto a sus naves por el ímpetu de los troyanos y la pasividad de Aquiles. El punto de inflexión tiene lugar cuando muere Patroclo a manos de Héctor. Patroclo, amigo y compañero de Aquiles, había entrado en guerra con la armadura de Aquiles, atemorizando a los troyanos, enardeciendo a los aqueos y causando muchas muertes. Cuando los troyanos se dan cuenta de que no es Aquiles quien lucha, Héctor mata a Patroclo, se apodera de las armas de Aquiles, e intenta profanar el cuerpo de Patroclo. Aquiles despierta, encierra a los troyanos en su ciudad, persigue a Héctor y lo mata sin piedad.
Son muchos los temas y planos de la Ilíada, inagotables. La guerra, paisaje en el que vivimos, cuasi-estado natural del hombre, y no tanto porque tenga que haber guerras sino porque la vida es guerra, la vida es lucha. Lucha interior siempre, y lucha contra lo injusto, y por defender el honor. En la guerra que es la vida, valor y valores, la Ilíada es un elenco de virtudes humanas, está llena de arquetipos. Y la muerte, el cuerpo y los ritos funerarios, el tránsito al más allá.
Pero todo esto... aunque es la trama humana, es sólo una pequeña parte de lo que sucede en la Ilíada, ya que en paralelo y totalmente entremezclado están las idas y venidas de los dioses. Los dioses están en el Olimpo (el monte Olimpo, donde residen y desde donde observan, debaten e intervienen). Los dioses son poderosos a la vez que tienen sus debilidades, envidias, miserias y disputas. En la Guerra de Troya, por lo general, los dioses toman partido por los aqueos o por los troyanos, y son de hecho los dioses los que decantan la guerra en cada momento hacia un lado o hacia el otro.
Veamos los principales dioses que aparecen en la Ilíada. Por encima de todos está el gran Zeus, en principio imparcial aunque puede decirse que tiende a proteger a semidiós Aquiles. A favor de los aqueos están Hera, esposa de Zeus; Atenea, hija de Zeus y diosa de la sabiduría; Poseidón, dios del mar. A favor de los troyanos están: Ares, dios de la guerra; Apolo, el dios arquero; y Afrodita, diosa del amor y protectora de Paris y de Eneas.
Lo que les sucede a los hombres no puede entenderse sin la intervención de los dioses. Los dioses intervienen a veces directamente, otras veces a través de fenómenos naturales, o inspirando en sueños, o haciéndose pasar por hombres, o... de mil maneras, pero intervienen. Y lo que los griegos —y Homero— tenían claro es que, tanto las cosas que acontecen cada día como nuestro destino, no dependen ni exclusiva ni principalmente de nosotros, por muy fuertes o valerosos que seamos.
Enrique Aubá, 26 de julio de 2025
Algunas citas seleccionadas:
Canto I. "(Aquiles): «¡Madre, ya que me alumbraste de corta vida, que al menos el Olímpico Zeus, que truena en lo alto, me honre con honores, pues hasta ahora en nada me ha honrado! ¡El Atrida, Agamenón de anchos dominios, me ha ultrajado, ya que, quitándomela él mismo, me ha arrebatado mi recompensa y se ha quedado con ella!». Así dijo en medio del llanto. Entonces su soberana madre, que se hallaba sentada en las profundidades marinas junto a su anciano padre, lo oyó y, como temprana neblina, emergió velozmente del mar espumoso y fue a sentarse frente a él, que se encontraba cubierto de lágrimas. Tomándolo, pues, de la mano, lo llamó por su nombre y pronunció estas palabras: «¿Por qué lloras, criatura? ¿Qué tristeza se ha apoderado de tus entrañas? Habla, no lo mantengas oculto en tu ánimo, que los dos lo sepamos». Exhalando un profundo suspiro, le contestó Aquiles, de pies ligeros: «Ya lo sabes, ¿para qué te lo he de contar si lo sabes todo?".
Canto II. "En cuanto a los guerreros, el más bravo con diferencia fue Ayante Telamonio, mientras Aquiles persistió en su cólera, ya que sin duda éste era más fuerte; así como los caballos sobre los que marchaba el irreprochable hijo de Peleo. Sin embargo, Aquiles yacía en sus huecas naves, surcadoras del ponto, rumiando su cólera contra el Atrida Agamenón, pastor de gentes. Entre tanto sus hombres se entretenían en la orilla del mar lanzando discos y jabalinas o practicando con el arco. Por su parte, los caballos permanecían parados junto a sus arneses pastando loto y apio del pantanal, mientras que los carros yacían por tierra en el interior de las tiendas de sus dueños. Sin embargo, los hombres, echando de menos a su caudillo, favorito de Ares, iban de un lado a otro del campamento sin entrar en combate".
Canto III. "Ese de ahí es el Laertíada Odiseo, de muchas argucias, que se crió en tierra de Ítaca, pedregosa como es, y es experto en todo tipo de trucos y sutiles argucias".
Canto IV. "A los troyanos los enardecía Ares, mientras que Atenea, de ojos de lechuza, hacía lo propio con los aqueos acompañada del Terror, del Espanto y de la Disputa, de furia insaciable, compañera y hermana del exterminador Ares; la Disputa, que, pequeña al principio, se va encrestando y pronto reafirma su testa en el cielo mientras avanza por tierra. Ella fue la que entonces generalizó la contienda conforme avanzaba por entre la multitud aumentando el aullido de los guerreros".
Canto VII. "(Atenea a Apolo): Y a éste a su vez le contestó la diosa Atenea, de ojos de lechuza: «¡Así sea, dios que hiere de lejos! Con esta intención descendí del Olimpo entre los troyanos y los aqueos. Pero, dime, ¿cómo piensas detener la batalla de los guerreros?». Y a ésta le dijo a su vez el soberano Apolo, hijo de Zeus: «¡Provoquemos el violento furor de Héctor, domador de caballos, por ver si desafía a alguno de los dánaos a luchar a solas, cara a cara, en un duelo feroz! ¡Entonces los aqueos, de grebas de bronce, mandarán llenos de furia un guerrero a combatir contra el divino Héctor!»".
Canto IX. "(Aquiles): Pero ¿por qué tienen que combatir los argivos contra los troyanos? ¿Por qué ha reunido el Atrida un ejército y lo ha guiado hasta aquí? ¿No es acaso por Helena, de hermoso cabello? ¿Acaso son los Atridas los únicos de entre los mortales que aman a sus mujeres? Porque cualquiera que sea un hombre noble y provisto de entrañas ama y protege a la suya, como también yo amaba en mi corazón a la mía a pesar de haberla conquistado por la lanza. Pero ahora, dado que me ha arrancado de las manos mi recompensa y me ha engañado, que no lo intente de nuevo conmigo, pues bien lo conozco y no me convencerá. Que piense contigo, Odiseo, y con los demás reyes la forma de mantener alejado de las embarcaciones el fuego devastador; lo cierto es que ya ha llevado a cabo un buen número de acciones en mi ausencia: levantó un muro y cavó un foso ancho y profundo a su lado, en el que clavó estacas, pero ni aun así es capaz de contener el empuje de Héctor, exterminador de guerreros. Mientras yo combatía entre los aqueos, Héctor no deseaba empujar el combate lejos de sus murallas, sino que sólo llegaba hasta las puertas Esceas y la encina".
Canto XIII. "Con intenciones opuestas, los dos poderosos hijos de Crono tendían sobre los heroicos guerreros deplorables dolores. Zeus decretaba el triunfo de Héctor y los troyanos con el propósito de dar gloria a Aquiles, de pies ligeros, aunque en absoluto pretendía exterminar por completo al ejército aqueo ante los muros de Ilión, sino honrar a Tetis y a su hijo de ánimo firme. Por su parte, Poseidón, tras emerger a escondidas del espumoso mar, enardecía a los argivos penetrando en sus filas, pues le dolía verlos sucumbir a manos de los troyanos, y sentía una violenta ira contra Zeus. Cierto que ambos pertenecían a un mismo linaje y estirpe, pero Zeus había nacido primero y sabía más cosas; por ese motivo aquél evitaba socorrerlos abiertamente, si bien, en secreto, los arengaba de continuo por el campamento bajo la apariencia de un mortal. De este modo, los dos tendieron los cabos de la violenta disputa y de la igualadora contienda y los anudaron sobre ambos ejércitos con las irrompibles ataduras, imposibles de desatar, que deshicieron los miembros de tantos guerreros".
Canto XXI. "En cuanto la furia del Janto se vio dominada, los dos adversarios cesaron su lucha, pues Hera, aun llena de ira, los contuvo. En cambio, entre los dioses restantes se abatió una grave y violenta disputa, pues, dentro de sus entrañas, sus ánimos respiraban con intenciones opuestas. Cayeron los unos sobre los otros con un intenso rugido, bramó la ancha tierra y el inmenso cielo resonó con sus trompas de guerra. Sentado en el Olimpo, Zeus lo escuchó, y su corazón rió de placer cuando vio a los dioses trabarse en disputa".
Canto XXIII. "Aquiles: «¡Salud, Patroclo, aun encontrándote en los dominios de Hades, pues ya estoy dando cumplimiento a todo lo que te prometí anteriormente! ¡A doce nobles hijos de los altivos troyanos, a todos ellos, el fuego los consumirá contigo; sin embargo, al Priámida Héctor no lo echaré a las llamas para que lo despedacen, sino a los perros!». Así habló entre amenazas, pero los perros no se arrimaban al cuerpo de Héctor, pues la hija de Zeus, Afrodita, los mantenía alejados de él noche y día, y lo ungía con ambrosiaco aceite de rosas para que Aquiles no desgarrara su cuerpo al arrastrarlo. A su vez Febo Apolo llevó sobre él una sombría nube desde el cielo hasta el llano y con ella cubrió todo el trecho que ocupaba el cadáver para que la furia del sol no resecara la carne de sus tendones y miembros antes de tiempo".